Tales cuentos volumen 1

El último de mi estirpe

«Las civilizaciones mueren por suicidio, no por asesinato».

Arnold J. Toynbee


El viento proveniente del este, soplaba con una frialdad que erizaba los pelos. El silencio era mi fiel compañero, bajo las oscuras nubes que danzaban con ritmo de muerte. Sobre la meseta, dañada por el paso de las batallas y guerras centenarias, se erguían las ruinas del que fuera un noble palacio imperial. La casa de los Valaan.


La casta Valaan, antaño gloriosa familia de reyes guerreros y poderosos mercaderes, fue la dinastía en donde nací hace noventa y seis años.


***


Se me bautizó como Ole Valaan, primer hijo del rey Ole Magvs y de la reina Marcia. Según se me contó en mi niñez, para mis padres fue difícil mi llegada, ya que pasaron casi seis años sin poder concebir. El día que llegué a este mundo, los señores alados cantaron sobre las copas de los árboles, entonando un canto de prosperidad y buenos augurios y las damas de las montañas, saludaron con sus manos alzadas, danzando al interior de los jardines reales. Aquel día, el reino se regocijó con la llegada de su heredero. 


Durante mis primeros años, la inocencia de mi niñez y los relatos de mi Madre, me transportaron a lugares mágicos y países lejanos. Tierras inhóspitas pertenecientes a nuestro reino y las cuales fueron conquistadas por mis antepasados. Aquellos poéticos cantares, me enseñaban sobre la historia de Valaan, sus orígenes y sus alcances geográficos. Como comprendí pasados los años, desde pequeño ya se me estaba preparando para ser el futuro Rey.


Al cumplir mis quince años, el rey Magvs me invitó a mi primer consejo real. En aquellos años, el reino de Valaan se encontraba en un periodo de paz con los otros reinos, sin embargo, lo que buscaba mi Padre, era darme la posibilidad de viajar a su lado y así abrirme los ojos al mundo. Fue en ese entonces la primera vez que me alejé de la Reina Madre y abandoné el palacio. Mi primera aventura. Un viaje que duraría casi un año.

 
Durante nuestra travesía, aprendí muchas cosas del reino. Recorrí los países más pintorescos que le componían. Conocí diferentes culturas que coexistían entre si y que pertenecían a Valaan. Escuché antiguas leyendas de boca de los viejos más sabios que se me cruzaron. Me contaron de gloriosas batallas, de héroes milenarios, de semidioses, de los Padres fundadores. Señores que decoraban con sus nombres, los viejos libros y manuscritos en las distintas bibliotecas que visité. La belleza y cultura de mi reino y de sus países hijos, me estremecieron en lo más profundo. Sentí como un manto de responsabilidad y protección hacia los míos se apoderaba de mi alma. Sin lugar a dudas, mi vocación de Rey comenzaba a germinar gracias a ese trascendental viaje. Ya con dieciséis años, estaba iniciando mi carrera hacia la corona de Valaan. 


***


Desde mi trono, al interior de lo que fuera antaño un gran palacio, contemplaba con tristeza aquellos vastos territorios que se revelaban al otro lado de los muros caídos. Un pequeño candelabro oxidado, me entregaba algo de luz y calor bajo la oscuridad del invierno. Mis ropajes, bastante dañados por la intemperie, me protegían muy poco del frío viento de la meseta.

Una lágrima de dolor se asomó tímidamente. «Siempre me duelen mis piernas con el frío. ¿Hasta cuando tendré que soportar este dolor? Puedo soportar las punzadas en mis huesos, pero ya no logro aguantar las punzadas de mi alma.» 
Una vez que comenzó a caer la noche, recogí unas cobijas que se encontraban junto al trono. Con dificultad, me incliné para levantarlas y así protegerme del incipiente frío nocturno. El candelabro estaba a mi derecha, con sus flamas casi extinguidas. El calor pasaba a mejor vida.


***


Pasados algunos años. Durante uno de los tantos viajes que realicé al interior, conocí a la mujer que me acompañaría de por vida. Sus ojos almendrados brillaban como la escarlata, proyectando una pureza que por primera vez contemplaba en este mundo. Nunca una criatura de tales características, me había provocado tal admiración. Sus labios brillantes como el rubí. Su piel acaramelada. Sus oscuros cabellos ondulados. Una belleza que nunca había contemplado antes.


Su nombre era Dajra Uskani. Princesa de las montañas de Palsenor. Mujer de una belleza que había traspasado las fronteras de su país. En parte, gracias a las historias contadas por los viajeros y aventureros en algún viejo bar. Dajra era la menor de tres hermanas e hija de uno de los mercaderes más ricos de su país. Para muchos de sus habitantes, era la mujer más hermosa que había parido Palsenor. A pesar de cargar con dicho reconocimiento, sus intereses en las artes y en las antiguas tradiciones, la convertían en una mujer única bajo mis ojos. Una criatura que nace una vez cada mil años. Había encontrado a mi Reina. No había dudas que ella era la indicada.


El día que la conocí, me encontraba a orillas del Lago Palsenor, caminando bajo el atardecer. Me senté sobre una roca a observar el paisaje, mientras leía una carta que mi Madre había enviado. Me sentía triste, porque no le veía desde hace algún tiempo y durante esos días se encontraba enferma, según me contaba en su carta. Mientras observaba silencioso hacia las montañas detrás del Lago, escuche una voz a mis espaldas que me saludaba. Me levanté y cuando me giré, la vi. Nunca en mi vida, había visto algo tan hermoso. En ese momento me quede sin palabras y solo atine a sonreír. En ese momento supe, que ella sería la mujer de mi vida. 



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En el texto hay: fantasia, distopia, steampunk

Editado: 06.09.2023

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