Tales cuentos volumen 1

La colmena - Primera parte

«Uno cree cosas porque ha sido condicionado para creerlas».

Aldous Huxley, Un mundo feliz


Un día me di cuenta de que el mundo era otro. Estaba tan ocupado con mi vida, que no me preocupé en mirar lo que estaba ocurriendo afuera. Que el trabajo, que el partido de fútbol, que los niños, que mi esposa, la película en el cable, el programa de humor, los realities, que las últimas zapatillas, que la serie en streaming.


Las preocupaciones de un hombre moderno. 


Nunca lo supe ver.


Una vez que abrí los ojos, me encontré en la televisión revueltas por todo el mundo. Una crisis económica en crecimiento exponencial y mucha gente huyendo de la pobreza y anarquía de sus países, buscando una mejor calidad de vida en el primer mundo. Gente agolpada en las fronteras y muriendo de hambre en las calles, por las guerras y rebeliones. Edificios en llamas, presidentes asesinados y muchos países que prácticamente desaparecieron como tal. Todo el mundo era un completo caos.

 
Sin embargo, en mi lugar de residencia nada de eso ocurrió. Solo gente asustada comprando desesperada en los supermercados, esperando la llegada de la debacle a nuestras calles. Algunos vecinos construyeron bunkers para aislarse indefinidamente, otros se arrancaron al campo, buscando la tranquilidad. La cordura se había perdido. Curiosamente, me volví una especie de espectador silente de todo a mi alrededor, esperando que lo peor se dejara caer. Finalmente, la destrucción no llegó a nuestros barrios. En realidad, nunca ocurrió.


Un día, me desperté con el ruido ensordecedor de unas sirenas.

Al salir, me encontré con unos carros militares paseándose en nuestro vecindario. Los vecinos veían desde sus antejardines aquella caravana, que era tan larga como una procesión. Luego fuimos convocados a una plaza cercana, donde un militar con un megáfono y vestido de uniforme azul, nos invitaba a mantener la calma, que todo estaría bien. Que las cosas a partir de ahora no serían igual, pero que volveríamos a nuestra antigua tranquilidad.


Era un poco difícil tratar de creer en sus palabras, más aún si a nuestro alrededor teníamos a una centena de soldados armados que se parecían al ejército de alguna película utópica, vestidos con sus uniformes blancos y protegidos con cascos azules. A pesar de aquella impactante escena y con cierto dejo de ironía, aquel militar con el megáfono nos resaltaba que volveríamos a vivir sin temores y que lo peor había pasado. Que seriamos más felices que antes. 


Que no había que preocuparse.


***


La gente acepta cualquier cosa con el solo hecho de seguir viviendo feliz en ese pequeño mundo que tanto les ha costado construir. Lo he visto en otros, entregándose sin preguntarse si están en lo correcto o no. Bueno, no me fue fácil aceptar esta nueva realidad, quizás porque fui criado a la antigua y porque nunca fui muy electrónico, a pesar de usar un smartphone, pero me costó entender todo lo que estaba ocurriendo en nuestra sociedad. Puede ser que por eso me pareció absurdo ver como algunas personas, incluso cercanas a mí, se dejaron manipular y literalmente se entregaron a los caprichos del nuevo sistema, solo porque sí.


La primera vez que vi a uno de ellos, estaba sentado en una plaza junto a mis hijos. Aunque cada día nos bombardeaban con los cambios positivos que vendrían y de cómo se harían, no dejó de ser impactante el ver al primero de nuestros vecinos conectado a la «colmena». 


Aquel individuo estaba parado al centro de la plaza, observándonos, o eso al menos creí, debido a que estaba de frente hacia nosotros. Usaba ese casco blanco que cubría completamente su cabeza. Sin ojos, sin nariz, sin boca. Tan perfectamente liso como una hoja de papel. Ovalado como un huevo, destacando del resto de su cuerpo. Al pasar un rato, se sentó en un banco para comenzar a ver sus manos levantadas sobre su cabeza. Me pareció que se estaba auto descubriendo al igual que un bebé. Conociéndose lentamente mientras mis ojos seguían cada uno de sus movimientos.


Con mis hijos nos levantamos y regresamos a casa. Pronto caería la noche y aquel encuentro me había incomodado. No tuve una buena noche. Aunque suene exagerado, llegué a imaginar a aquel ser en el umbral de la puerta, esperándome bajo la penumbra, con esa frialdad que irradiaba como un autómata. Nunca pensé que los cambios me provocarían tal sentimiento de rechazo. 


Algunos días después, más cabezas blancas aparecieron caminando en nuestro vecindario. A veces salía a regar al antejardín y los veía parados en las esquinas. En algunas ocasiones se veían dos o tres de ellos juntos, como si estuvieran interactuando, aunque no se les escuchara hablar. Movían sus manos como inmersos en una charla, pero al final era como si estuvieran jugando a la mímica. Luego, cada uno tomaba su rumbo para luego desaparecer entre las casas cercanas. Cada día eran más los que se sumaban a esta rutina hasta que al pasar algunas semanas, el ver más cabezas blancas en las calles se volvió algo habitual y de alguna forma me acostumbré.


De la televisión y de las plataformas digitales, la verdad no se podía sacar mucho en limpio. La primera había dejado de mostrar noticias catastróficas en los últimos meses, para pasar a un buenísmo superficial como mostrar reportajes sobre el mejor pollo asado de la ciudad o esas cosas. La segunda, no era la misma internet con la que crecí, ya que, con muy pocas excepciones, sus contenidos eran tanto o más controlados que la televisión. Lo curioso es que fue la misma ciudadanía la que aceptó un control totalitario de los medios, todo gracias al pensamiento políticamente correcto que comenzó a imperar en mi juventud, buscando evitar los típicos discursos de odio que tanto mal le hacen a nuestra sociedad. 



#786 en Ciencia ficción
#5488 en Otros
#1607 en Relatos cortos

En el texto hay: fantasia, distopia, steampunk

Editado: 06.09.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.