Tales cuentos volumen 1

La colmena - Parte final

En la televisión, el contenido editorial era cada vez más dedicado a la colmena. Publicidad, programas de ventas, noticiarios, e incluso algunas cápsulas informativas que de vez en cuando interrumpían la transmisión habitual. El resto de la programación era dedicada a clásicos del cine o a viejas series de televisión, por lo que los contenidos en vivo como talk shows y similares, eran cada vez menos.

Algunos noticiarios mostraban que algunos supermercados ya estaban comenzando a aceptar de forma definitiva solo pagos con los cascos y que estaban paulatinamente dejando de recibir pagos con el chip de los smartphones, tal cual como me había dicho hace algunos meses atrás mi amigo Lucca. Fue debido a esto que le escribí y le pregunté cómo estaba tomando este tema. Luego de eso, me llamó.


—Ya instalé los dispositivos para aceptar los pagos desde los cascos, pero no he deshabilitado la forma antigua de pago. Esperaré hasta el último día para ello, así que tranquilo. 
—Genial, es bueno saberlo. He visto en televisión que las cosas en las ciudades grandes están muy avanzadas con la colmena. ¿Has sabido algo de tu hijo?
—Hace unos días hablé con él. Me dijo que en Atlanta los supermercados y grandes tiendas solo aceptan pagos con el casco, que la mayoría de la gente usa el dispositivo para todo trámite y me contó además que, ya se está informando, al menos allá, que muy pronto no sería necesario utilizar los smartphones, lo que significaría que para hablar conmigo, yo tendría que adquirir un casco.
—¿Quién dijo eso?
—Lo que pasa es que la gran ciudad de Atlanta es parte de un plan piloto del gobierno, que busca reciclar los viejos smartphones y vincular en su totalidad a la población a la colmena. De hecho, me contó que la escuela de mis nietos ya está realizando algunas clases de forma remota, solo usando los cascos. Así se vienen las cosas, Jim.
—Ha sido todo tan rápido. Nunca pensé que sería así y en tan poco tiempo.
—Así es. Tendré que comprarme un casco para hablar con mi hijo. Ha pasado tanto tiempo que no le doy un abrazo… 


Me partió el alma cuando escuché su voz quebrada.  Mi silencio fue cómplice de su dolor por algunos segundos. Estos años han sido tan, pero tan difíciles.


—Yo no sé hasta cuando nos prohibirán viajar a otras ciudades —dijo Lucca—. Ya no le veo sentido a tanta restricción, sin embargo, es más importante que la gente compre esa porquería y se conecte a su colmena.  La verdad que me rompe el corazón el no poder ver a mi hijo, a mi nuera y a mis nietos. Los extraño demasiado.


Después, escuché a Lucca llorando desde el otro lado del teléfono. No supe qué decir ante tamaña tristeza. En esos momentos no hay consejo que consuele un corazón destrozado, solo sirve acompañar sin preguntar y así fue hasta que mi amigo se sintiera mejor. Traté de ponerme en su lugar por algunos segundos y me sentía estremecer ante aquella posibilidad de estar lejos de mi familia. Si para mí me bastaron unos segundos para entender el dolor de estar lejos de ellos, comprendí el sufrimiento que diariamente enfrentaba Lucca ante aquella situación. 


Me destrozó.


—Jim. No me siento bien. Mejor hablemos otro rato —Luego de eso, Lucca cortó la llamada. 


Me quedé sin palabras, sentado en la oscuridad del salón. La tristeza me embargó aquella noche, dejándome pensativo gran parte de ella. En algún momento de la noche, me dirigí a la habitación de mis hijos y les besé en sus frentes, sin darles oportunidad de que notaran mi presencia. Me quedé observándolos mientras dormían y recordé aquellos días cuando apenas aprendían a caminar. Recordé el primer cumpleaños de Paul o el primer día de escuela de Peter. Me acordé de cada uno de sus logros en sus vidas, de cada momento, de cada sonrisa que me provocaron. 


Antes de retirarme, me sequé las lágrimas para luego volver al salón silenciosamente. Me abracé, dejándome caer en el sofá, esperando que pasaran las horas entre las sombras.  


***


Una tarde en particular, salimos a caminar con mi esposa, mientras los chicos se quedaron en casa. Fue durante esa salida que recibimos una encomienda de parte de la escuela. Era una enorme caja que iba dirigida a nuestros hijos y en su interior, venían dos cascos junto con un sobre. Cuando llegamos a casa, nos encontramos a los chicos revisando los cascos y entregándonos el sobre, el cual ya habían leído: 


—¿Qué es todo esto? —pregunté.
—Nos enviaron unos cascos de regalo desde la escuela —me respondió Paul—. Acá te entrego la carta que nos enviaron.
Recibí un papel todo doblado, el cual tenía escrito lo siguiente: 


«Estimados tutores


Como ya se informó anteriormente sobre la obligatoriedad del uso de los cascos en algunas de nuestras asignaturas, es que, gracias a la gestión de nuestro gobierno, hacemos entrega de los dispositivos que tendrán que utilizar sus hijos. Hay que mencionar que estos dispositivos son un obsequio, los cuales esperamos se les den los cuidados y el uso correspondiente. Adjuntamos la factura de la compra.


Se despide atentamente


Dirección del establecimiento».


Me senté en mi sofá, prácticamente sin palabras y algo aturdido. Veía a los chicos con su juguete nuevo y veía su alegría al tener dichos artefactos. ¿Es que siempre quisieron tener esos cascos?, ¿tenía una justificación de peso para oponerme?. Eran muchas las preguntas que me hacía al contemplar esa escena. Alice se me acercó, mientras sonreía a los chicos y les preguntaba sobre el funcionamiento de los aparatos. Me miró con esa cara que acostumbra a poner cuando me nota preocupado por algo que para sus ojos no es tan importante. De hecho, cuando me di cuenta que me observaba, solo dejé escapar un suspiro. Luego que los chicos se fueran a sus respectivas habitaciones, mi esposa me habló de cerca. 



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En el texto hay: fantasia, distopia, steampunk

Editado: 06.09.2023

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