Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 3: Momentos sencillos, risas y sueños

No siempre fueron grandes gestos ni palabras poéticas. A veces, el amor se escondía en lo más simple: en las risas mientras cocinábamos algo improvisado, en las miradas largas cuando pensabas que no te veía, o en esos silencios cómodos que solo comparten las almas que se entienden.

Empezábamos a construir una vida… sin saber cómo. Éramos jóvenes, novatos, pero llenos de sueños. Y tú… tú siempre soñaste más alto. Yo lo sabía. Por eso decidí que si ibas a volar, lo harías sin que nada te pesara.

Tú querías estudiar. Querías romper con todo lo que te había detenido antes, con todo lo que te dijeron que no podrías hacer. Y yo… yo quería que el mundo te viera como yo te veía: una mujer valiente, capaz de iluminar hasta el rincón más oscuro. Así que me esforcé. Más de lo que jamás imaginaste.

Mientras tú dormías tranquila, yo trabajaba. A veces de día, a veces de noche. Cargando cajas, limpiando lugares donde nadie quería estar. Llegaba agotado, pero feliz, porque al otro día tú ibas a tu clase con una sonrisa que lo curaba todo.

Nunca te dije cuánto me cansaba. No porque me diera vergüenza, sino porque lo hice por amor. Y el amor que no se sacrifica, no es verdadero. Yo tomé el camino difícil, el que duele en los pies y en el alma, pero que te acerca a tu destino.

Tú me llamabas loco. Y tal vez lo estaba. Pero era un loco enamorado, dispuesto a que triunfaras incluso si yo me perdía un poco en el camino. Solo deseaba una cosa: verte feliz, cumpliendo el sueño que alguna vez creíste inalcanzable.

Los días eran largos, las noches más aún. Pero el sonido de tu risa al contarme lo que aprendiste, el brillo en tus ojos cuando compartías una idea… eso me daba fuerzas. Soñábamos despiertos. Hablábamos del futuro, de una casa con ventanas grandes y una cama donde quepamos los dos, acurrucados sin que el mundo nos moleste.

Nos amábamos en lo cotidiano, en los días de arroz con huevo, en los besos de cinco minutos antes de correr al trabajo, en las duchas frías porque se cortó el gas, en las lágrimas compartidas cuando las cosas no salían como esperábamos.

Nos teníamos. Y con eso bastaba.




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