Diez años después
Diez años…
Suena tan grande y, al mismo tiempo, tan pequeño cuando lo mido con la vara de lo que fuimos.
Una década desde que dijimos “sí” frente a todos, prometiendo un “para siempre” que hoy ya no sé si sigue en pie o si se nos desangró sin darnos cuenta.
Vivimos juntos, sí. Compartimos la misma casa, el mismo techo, el mismo colchón que alguna vez fue testigo de risas, suspiros y sueños a medias. Pero ahora hay algo distinto. Algo que no se ve, pero se siente… como el frío que se cuela entre las grietas de una ventana cerrada. No hay gritos. No hay peleas. Pero tampoco hay abrazos al despertar, ni esos mensajes tontos a mitad del día que decían “te extraño” sin motivo. El silencio llegó como una neblina lenta, suave… y se quedó.
A veces me levanto antes que vos, solo para observarte dormir. Tu respiración sigue igual, pausada, tranquila. Sos hermosa, como siempre. Pero ya no sé si soñás conmigo. Ya no sé si soy parte de tus pensamientos cuando caminás sola por la casa o si en tus silencios hay palabras que te guardás para no herirme.
No es que ya no te ame. Dios sabe cuánto lo intento, cuánto me aferro a la idea de nosotros, de ese “nosotros” que construimos con tanto esfuerzo, desde ese primer te amo adolescente, hasta aquel mini departamento donde no teníamos nada, salvo las ganas de cuidarnos. Pero siento que en algún punto nos fuimos soltando sin querer. Como esas manos que se aflojan con el tiempo, no porque ya no quieran tocarse, sino porque se cansaron de esperar a ser apretadas de nuevo.
Empezaste a hablar menos, a mirar menos. Yo también. No sé si por miedo a que duela o por costumbre. Y eso me rompe. Me rompe porque fuiste mi todo. Mi mundo. Mi refugio. La razón por la que trabajé hasta caer rendido solo para verte feliz. Y ahora, ahora te miro cruzar el pasillo sin saludarme y me pregunto… ¿dónde nos perdimos?
Hoy desayunaste en silencio. Yo fingí leer el diario. Y por dentro solo deseaba que me miraras y me dijeras: “¿Estás bien?”. Pero no lo hiciste. Y yo tampoco.
No sé si esto es el final o solo una tormenta larga. Pero siento que, si no gritamos pronto, si no nos abrazamos como antes, si no peleamos por lo que fuimos… el silencio va a terminar de comernos.
Y lo peor es que nadie nos enseñó a reparar un corazón que aún late, pero que ya no canta.
Lo peor es que sigo soñando con vos. Sigo deseando que un día me mires como antes.
Lo peor… es que te sigo amando. Y vos ya no sabés cómo decirme si aún me amás también.
Editado: 10.08.2025