Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 6: Remendar con flores

No sabía exactamente cuándo dejé de ser suficiente para ti. Pero una mañana me desperté sabiendo que tenía que hacer algo. Algo más. Algo distinto. Algo que hablara el lenguaje de tu corazón herido… aunque el mío también estuviera empezando a sangrar en silencio.

Te observé esa mañana desde el umbral de la cocina. Tenías el cabello recogido de forma descuidada, como si ya no te importara cómo se veía. Tus ojos estaban vacíos, distraídos, y ese brillo que solías tener cuando me mirabas… ya no estaba.

No dijiste "buenos días".

Te ofrecí café y asentiste. Sin sonrisa. Sin reproche. Solo una costumbre que nos mantenía conectados con hilos invisibles.

Ese día, salí más temprano del trabajo. Caminé por toda la ciudad buscando un ramo de flores que no solo fuera bonito, sino que te hablara como yo ya no podía. Uno que dijera: Perdón si me alejé cuando intentabas acercarte. Uno que gritara: Todavía te amo, aunque no sepas cómo leerlo en mis gestos. Uno que susurrara: Estoy aquí… aunque estés tan lejos.

Compré tulipanes. Tus favoritos. Los rosados, porque me dijiste una vez que te hacían sentir suave por dentro, como si tu corazón también floreciera. Volví a casa con ellos escondidos tras la espalda, como cuando teníamos diecisiete y cada detalle era una aventura.

Te encontré en la sala, con la tele encendida, pero sin verla. Te sentaste como quien está, pero no está. Me paré frente a ti y sin decir nada, te tendí las flores.

—Son para ti —murmuré con una voz que tembló más de lo que esperaba.

Tardaste un segundo en levantar la vista. Otro en procesar. Y un tercero en hablar.

—¿Por qué?

Ese "¿por qué?" me rompió más que un portazo. Porque ya no sabías por qué te regalaba flores. Porque ya no entendías mis gestos. Porque habíamos llegado al punto donde el amor necesitaba explicarse, justificarse.

—Porque quiero que sepas que todavía estás en el centro de mi mundo —dije—. Aunque esté temblando, sigo eligiéndote. Cada día.

No respondiste.

Solo tomaste las flores con torpeza y las llevaste a la cocina. Las pusiste en un jarrón sin agua, como si fueran solo decoración. Como si no supieras, o no quisieras, darles vida.

Esa noche, cociné tu plato favorito. Me aseguré de que la mesa tuviera velas, de que la música sonara suave, como aquellos viernes en los que bailábamos sin zapatos en el piso de madera.

Esperé.

Y esperé.

Pero te quedaste en la habitación.

No bajaste.

Las flores seguían allí, firmes en su intento de sobrevivir sin agua.

Igual que yo.

Aun así, no me rendí. No podía. Cada día, encontré una nueva forma de recordarte quiénes fuimos. Una canción vieja en la radio. Una nota escondida entre tus libros. Un desayuno caliente antes de que despertaras.

Sabía que no bastaba. Que las grietas eran profundas. Que algo dentro de ti, o dentro de nosotros, se estaba apagando.

Pero también sabía que no quería perderte sin luchar.

Tal vez mis flores no podían sanar tus heridas.

Pero eran mi forma de decirte: Todavía estoy aquí. Todavía te elijo. Todavía creo en nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.