El sol de aquella tarde parecía haberse puesto de acuerdo con ellos: tibio, suave, filtrándose por la ventana como si quisiera acariciar las paredes gastadas de la sala. Él había llegado antes de lo habitual, con una bolsa de papel en la mano y un plan improvisado en la cabeza. No era nada grandioso, no era un viaje ni un regalo caro… era solo un intento de recuperar algo que parecía haberse perdido: su risa.
—¿Te acordás de esta peli? —preguntó, sacando el viejo DVD que habían visto tantas veces al principio, en esos días donde se quedaban abrazados hasta quedarse dormidos en el sofá.
Ella arqueó una ceja, con una mezcla de sorpresa y duda.
—Hace años que no la vemos —respondió, sin mucho entusiasmo, pero sin la dureza de otras veces.
Se sentaron juntos, con un bol grande de pochoclos entre los dos. Al principio, la distancia física era evidente: sus cuerpos no se rozaban, como si existiera un espacio invisible que ninguno se animaba a cruzar. Pero a medida que la película avanzaba, surgió algo inesperado… una broma tonta, un gesto exagerado de uno de los personajes, y ella dejó escapar una pequeña carcajada.
Él la miró de reojo, sintiendo cómo el sonido le golpeaba en el pecho. No era la risa fuerte de antes, pero era algo.
—Te reíste… —susurró, casi incrédulo.
Ella sonrió apenas, bajando la vista.
—No te acostumbres —bromeó, aunque en su tono había una pizca de ternura.
Por un momento, todo pareció alinearse: hablaron de anécdotas viejas, recordaron chistes internos, y él sintió que tal vez, solo tal vez, aún podían volver. La tarde se estiró como antes, sin mirar el reloj, y cuando la película terminó, se quedaron ahí, en silencio, compartiendo el mismo aire, como si no quisieran romper el frágil hechizo.
Pero la realidad no tarda en reclamar lo que es suyo. El teléfono de ella sonó. Una notificación, un mensaje que no le mostró. Su rostro cambió, y la distancia volvió a instalarse entre ellos con la rapidez de un portazo.
—Tengo que responder esto —dijo ella, levantándose.
Él la observó caminar hacia el pasillo, con esa sensación amarga en la garganta. Lo que habían compartido hacía apenas unos minutos ya parecía un recuerdo viejo. Esa risa, tan breve, tan fugaz, se había escapado como agua entre los dedos. Y él supo que, aunque lo intentara mil veces, no podía obligar al tiempo a volver atrás.
Fue en ese instante que entendió que tal vez esa había sido la última vez que la escucharía reír de verdad con él. Y el silencio que quedó después fue más cruel que cualquier pelea.
Editado: 10.08.2025