Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 12 - Recuerdo tu perfume

La puerta cedió con un leve chirrido, como si también protestara por tener que abrirse a una casa que ya no era hogar. El primer paso dentro fue suficiente para que lo golpeara, como una ola suave pero implacable: su perfume. No estaba en todas partes… estaba en cada parte, como si las paredes, los muebles y hasta el aire hubieran aprendido a respirar con su olor.

Dejó las llaves sobre la mesa, el tintineo rebotando en el vacío. Ni una voz desde la cocina. Ni el eco de unos pasos apresurados para recibirlo. El silencio estaba tan vivo que parecía escucharlo latir, pero no con su ritmo, sino con el de la ausencia.

Avanzó despacio, como si moverse demasiado rápido pudiera dispersar ese aroma que se aferraba a él. Lo sentía en las cortinas que apenas se movían con la corriente, en la tela del sofá donde solían hundirse juntos los domingos, en las sábanas desordenadas que él no había cambiado desde que se fue. Había tratado de convencer a otros de que era por pereza, pero la verdad era simple y brutal: no quería perder lo último que quedaba de ella.

Cerró los ojos y aspiró hondo. El perfume le trajo imágenes tan vívidas que casi podía tocarlas: la curva de su sonrisa cuando él decía algo torpe, el sonido de su risa contra su pecho, la manera en que lo miraba como si él fuera su único refugio en el mundo. Sintió el roce de sus manos, el calor de su cuerpo… y cuando abrió los ojos, solo encontró un salón vacío.

Se dejó caer en el sillón, hundiendo la cara en uno de los almohadones que todavía la guardaban. No sabía cuánto tiempo se quedó así, respirando como un adicto que teme quedarse sin dosis. El miedo le mordía el pecho: sabía que, con el tiempo, el aroma se disiparía. Que un día abriría la puerta y la casa olería solo a polvo, a madera vieja, a nada. Y entonces, la perdería por segunda vez.

Se dio cuenta de que su ausencia no había llegado de golpe. Fue un despojo lento: primero los pasos, luego las risas, después su voz… y lo último, lo más cruel, era este aroma que no podía abrazar. Ese perfume que lo envolvía sin tocarlo, como un fantasma dulce que sabía exactamente dónde herir.

Y entendió, con un peso insoportable, que cuando ese perfume se fuera, él dejaría de tener un lugar donde buscarla.




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