Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 20 - La última cena

La casa estaba envuelta en un silencio que pesaba más que cualquier palabra. Era un silencio tenso, cargado de emociones contenidas, de miradas esquivas y de un amor que se deshacía lentamente sin que ninguno de los dos supiera cómo detenerlo. La luz amarilla de la lámpara colgante sobre la mesa parecía insuficiente para iluminar todo lo que se ocultaba entre ellos esa noche.

Él había preparado la cena con una precisión casi obsesiva. Cada plato, cada detalle, había sido pensado como un último gesto de cuidado, un intento silencioso de decir “te amo” sin usar palabras que ya no sabían cómo pronunciar. La cocina aún olía a la mezcla de ajo y hierbas que había utilizado para el guiso, un aroma que solía evocar recuerdos felices, pero esta vez solo resaltaba la distancia que ahora los separaba.

Ella llegó puntual, con esa sonrisa tenue y obligada que se había acostumbrado a mostrar, como si quisiera esconder el peso que llevaba dentro. Sus ojos evitaban el contacto directo y sus manos jugaban nerviosas con el borde de su servilleta. Se sentaron frente a frente, pero la cercanía física no lograba vencer la barrera invisible que se había levantado entre ellos.

Durante varios minutos, el sonido de los cubiertos golpeando los platos fue lo único que rompió el vacío. Intentó iniciar una conversación ligera, pero las palabras se le quedaban cortas, como si temiera abrir una puerta que no pudiera cerrar. Ella respondía con monosílabos, y cada respuesta parecía aumentar el silencio, como si ambos temieran que la verdadera charla los derribara.

En un momento, levantó la vista y vio en sus ojos una mezcla de cansancio, tristeza y una sombra que antes no había notado: la aceptación de que algo había terminado. Sintió un nudo en la garganta, pero se contuvo. No quería arruinar esa última cena con lágrimas o reproches.

Recordaron, sin decirlo, las cenas alegres de años atrás, las risas compartidas en esa misma mesa, los sueños que habían tejido juntos, incluso en las noches más oscuras. Pero la nostalgia también trajo consigo la memoria de los momentos rotos, las palabras duras, las noches de soledad en la misma cama.

Cuando finalmente tomó su mano sobre la mesa, sintió un estremecimiento, una última conexión con la mujer que había amado con todo su ser. Quiso decirle cuánto la amaba aún, cuánto había luchado en silencio por mantener viva la chispa, pero las palabras se le atoraron. En vez de hablar, le ofreció su mirada, una mirada llena de ternura, respeto y una tristeza profunda que ambos entendieron sin que fuera necesario explicar.

Ella apretó suavemente su mano, y en ese gesto había tanto consuelo como despedida. No hubo reproches, no hubo promesas. Solo un silencio compartido que dijo todo lo que quedaba por decir.

Esa noche, la última cena fue un acto de amor y despedida. No celebraron, no brindaron. Solo compartieron un momento, frágil y real, donde la aceptación y el dolor se entrelazaron en la penumbra.

Después de la cena, él limpió la mesa con movimientos lentos, mientras ella se sentó en el sillón con la mirada perdida. Él se acercó, se sentó a su lado y la abrazó con delicadeza, como si quisiera retenerla, aunque sabía que lo inevitable estaba por llegar.

En ese abrazo, comprendió que amarla no era aferrarse a lo que ya no podía ser, sino darle la libertad de buscar su propia felicidad, aunque eso significara alejarse de él. Y, con el corazón roto pero la mente clara, se preparó para el día siguiente: el día en que pediría el divorcio y cerraría el capítulo de una historia que, aunque dolorosa, siempre sería parte de su vida.




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