Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 22 - Cajas y silencios

La mañana siguiente al divorcio llegó con una calma extraña, casi irreal, que contrastaba con el torbellino emocional que aún los envolvía. El sol se filtraba por las cortinas, dibujando sombras alargadas sobre el suelo que parecía demasiado grande para dos personas que alguna vez llenaron cada rincón con sus risas y susurros.

El aire en la casa estaba cargado de una mezcla de melancolía y rutina. Él caminaba con pasos lentos, evitando mirar demasiado a su alrededor, como si cada objeto fuera un recordatorio de un pasado que estaba a punto de desvanecerse. Ella, por su parte, permanecía en silencio, con una mirada distante que parecía perderse en la nada mientras sostenía una caja de cartón que ya estaba empezando a llenarse de recuerdos.

Empezaron a empacar juntos, aunque no compartían palabras. Cada cosa que ponían dentro de las cajas era un fragmento de su historia: fotos, libros, ropa, regalos que alguna vez se dieron con la esperanza de un futuro juntos.

Él tomó un viejo álbum de fotos donde aparecían sonrisas despreocupadas, miradas cómplices y momentos felices, y lo sostuvo con cuidado, como si quisiera proteger esas imágenes congeladas en el tiempo. La nostalgia le apretó el pecho, pero siguió adelante, colocándolo con delicadeza en una caja marcada con la palabra “Recuerdos”.

Ella envolvió en papel burbuja un jarrón que habían comprado juntos en un viaje, uno de esos pequeños detalles que solían significar mucho. Por un instante, sus manos temblaron y la caja pareció pesar el doble, cargada no solo de objetos, sino también de emociones contenidas.

El silencio entre ellos era pesado, lleno de todo lo que no se decía: el arrepentimiento, la tristeza, la aceptación. Había momentos en que sus miradas se cruzaban, y en esos segundos se reconocían como las personas que habían sido, antes de que la distancia y el tiempo los separaran. Pero luego cada uno volvía a su propio mundo, a ese espacio interno donde luchaban con el dolor de dejar ir lo que alguna vez fue su vida en común.

Las horas pasaron entre cajas que se llenaban y vaciaban, entre suspiros y pequeños gestos que, aunque mínimos, hablaban de un amor que no moría del todo, sino que simplemente cambiaba de forma.

En un momento, él encontró una carta que ella le había escrito años atrás, con promesas y sueños que ahora parecían lejanos e inalcanzables. La leyó en silencio, sintiendo cómo las palabras lo golpeaban con la fuerza de un recuerdo vivido. La guardó con cuidado, decidido a conservar ese pedazo de historia, aunque ya no fueran más que compañeros de un capítulo cerrado.

Ella, mientras tanto, recogía las últimas cosas de su habitación, y al cerrar el cajón de su escritorio, se permitió una lágrima que recorrió su mejilla silenciosamente. No era una lágrima de odio ni de rencor, sino de una tristeza profunda y sincera por lo que habían perdido y por lo que jamás podría recuperarse.

Cuando la casa quedó casi vacía, se sentaron frente a frente, rodeados de cajas y empaques, como dos náufragos en medio de un naufragio emocional. La presencia del otro era ahora un eco lejano, una sombra que se desvanecía con cada objeto que guardaban.

Sin embargo, en ese silencio, había también un extraño consuelo: la certeza de que, a pesar de todo, estaban haciendo lo correcto. Que empacar sus vidas no era solo un acto físico, sino también un paso hacia la sanación, un reconocimiento de que a veces amar significa dejar ir.

Antes de irse, él caminó hacia la puerta y miró una última vez el lugar que habían llamado hogar. La nostalgia lo abrazó fuerte, pero la decisión estaba tomada. Cerró la puerta con suavidad, y ella, a su lado, hizo lo mismo.

Cada uno tomó su camino, con cajas llenas de recuerdos y un corazón cargado de aprendizajes. Porque aunque sus vidas se separaban, la historia que escribieron juntos siempre sería parte de ellos, un capítulo imborrable de sus vidas.




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