Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 23 - Tu carta en la mesita

La casa ya estaba casi vacía. Las cajas acumuladas en la sala y el eco de pasos dispersos dibujaban la escena de un final inminente. Habían empacado lo tangible, pero quedaba algo que ningún embalaje podía contener: las emociones, los recuerdos y las palabras no dichas.

Esa tarde, ella decidió dejar algo más que objetos. Con manos temblorosas, escribió una carta. No era una carta de reproches ni de disculpas, sino una confesión sincera, un último puente tendido hacia él, hacia la parte de ella que aún lo amaba a pesar de todo.

Sentada en la pequeña mesa del comedor, bajo la tenue luz que colaba la tarde, plasmó en cada línea sus sentimientos más profundos, las esperanzas que alguna vez compartieron, y también sus miedos, sus dudas y el dolor que la había acompañado en el silencio de esos años.

Con cuidado, colocó la carta sobre la mesita de noche, justo donde sabía que él la encontraría. Era un gesto pequeño pero lleno de significado, un intento de cerrar la historia con la verdad que solo las palabras escritas pueden transmitir.

Cuando él regresó esa noche, la casa parecía aún más vacía. El cansancio se reflejaba en sus ojos, y en el fondo, una mezcla de melancolía y curiosidad lo llevó a buscar algo que no sabía qué era.

Fue entonces cuando vio la carta. La tomó con delicadeza, casi como si temiera romper un cristal frágil. Se sentó en el sillón, la abrió lentamente y comenzó a leer.

Las palabras fluyeron ante sus ojos como un río de emociones: recuerdos dulces, agradecimientos por los momentos compartidos, y también la aceptación dolorosa de que el amor a veces cambia, que a veces el querer no basta y que dejar ir es la forma más grande de amor que pueden darse dos personas.

Ella le confesaba que, a pesar de todo, siempre desearía lo mejor para él, que guardaría con cariño lo que vivieron, y que esperaba que ambos encontraran paz y felicidad, aunque por caminos separados.

Mientras leía, él sintió una mezcla de tristeza y alivio, como si aquella carta fuera un bálsamo para su alma cansada. No había reproches, ni culpas, solo la verdad desnuda de dos personas que habían amado con intensidad y que ahora aprendían a soltar.

Cuando terminó, dobló la carta con cuidado y la guardó en el bolsillo de su camisa, un lugar donde permanecería cerca de su corazón, aunque ella ya no estuviera a su lado.

Esa noche, antes de dormir, miró la carta una vez más, y susurró para sí mismo:

—Gracias… por todo.

Aunque sus caminos se habían separado, aquella carta era el último lazo invisible que los unía, un testimonio del amor que una vez compartieron y que, aunque cambiado, nunca desaparecería por completo.




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