Te ame incluso cuando ya no estás

Capítulo 28 - Te soñé feliz

La noche cayó con una calma tensa, ese tipo de quietud que parece envolverlo todo, dejando que los pensamientos y las emociones se filtren con mayor fuerza cuando las luces se apagan y el mundo exterior se desvanece. Él se recostó en la cama, cansado pero sin sueño, como tantas otras noches en las que la soledad lo abrazaba con un peso imposible de evadir.

Esa noche, sin embargo, algo diferente sucedió. Cerró los ojos y se dejó llevar por un sueño que no había esperado: la vio a ella, pero no como la recordaba, no con la tristeza ni el desgaste que la vida les había impuesto. La vio sonriente, radiante, con esa luz en los ojos que alguna vez había sido su refugio y su esperanza.

Ella estaba en un lugar lleno de colores vivos, un jardín florecido bajo un cielo despejado y brillante. Caminaba entre las flores con una gracia serena, libre y ligera. Su risa sonaba clara y fresca, una melodía que acariciaba el alma. En ese sueño, ella parecía feliz, completa, en paz consigo misma y con el mundo que la rodeaba.

Pero había algo que dolió profundamente: él no estaba a su lado. No había un “nosotros” en ese cuadro idílico, sólo ella, feliz en su propio universo, sin la sombra de su presencia. No hubo miradas compartidas, ni manos entrelazadas, ni caricias que hablaran de un amor eterno. Sólo ella, sola pero luminosa, libre de la tristeza que los había consumido.

Al despertar, su corazón se sintió estrujado, pero también extrañamente aliviado. Ese sueño le mostró una verdad que, hasta entonces, no había querido aceptar: su amor por ella era inmenso, pero su felicidad quizás ya no dependía de él. La imagen de ella sonriendo sin él le dolía, sí, pero también le ofrecía una esperanza nueva, aunque amarga.

Se quedó mirando el techo, mientras las lágrimas rodaban lentamente por sus mejillas. No era un llanto de desesperación, sino una mezcla de dolor y aceptación. Dolor porque sabía que ya no era parte de esa felicidad que ella había encontrado, aceptación porque entendía que el amor verdadero también implica desear el bienestar del otro, aunque sea lejos de uno mismo.

Recordó todas las noches que pasó intentando rescatar lo que se había perdido, los momentos de lucha, los intentos por revivir un amor que se había apagado lentamente. Y aunque todavía lo amaba, comprendió que el amor no siempre significa estar juntos para siempre. A veces, amar es dejar ir.

Durante el día siguiente, ese sueño permaneció como un eco constante en su mente. Caminaba por la ciudad con una mezcla de melancolía y serenidad, reconociendo que la vida estaba llena de capítulos que debían cerrarse para que otros pudieran comenzar. Se permitió sentir tristeza, sí, pero también una leve paz que hasta entonces le había sido esquiva.

Por primera vez, pensó en ella sin dolor ni reproche, sino con gratitud por el tiempo compartido y por la mujer que había sido en su vida. Y aunque no formara parte de su presente ni de ese futuro luminoso que ella parecía haber encontrado, se prometió a sí mismo honrar ese amor desde la distancia, sin aferrarse a un pasado que ya no podía cambiar.

Esa noche, antes de dormir, volvió a preparar una taza de café, no para dos, sino solo para él. Y mientras bebía lentamente, con la mirada perdida en la ventana, susurró para sí mismo:

—Te soñé feliz… y quiero que lo seas, aunque no sea conmigo.

El amor había cambiado de forma, se había transformado en un deseo silencioso de bienestar, en un abrazo invisible que quería soltar sin miedo. Y con ese pensamiento, se permitió un último suspiro de esperanza, el primero en mucho tiempo.




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