Mason
Stella ve la televisión mientras yo termino de hacer mi desayuno, las cocineras de Aura insistieron en hacerlo ellas pero yo quiero sentirme un poco más normal, un poco más como antes. Pero antes de tomar nada necesito saber como está mi azúcar y después tengo que hacerlo de nuevo. No esperaba tener diabetes con treinta años ya pasados pero es lo que me toca.
Aura hace un rato salió a la oficina para trabajar, sigue siendo una adicta al trabajo como yo, pero ha disminuido el ritmo, se toma más descansos y no se presiona tanto si algo no sale como debía a la primera. Yo tengo que aprender de ella a relajarme un poco, y mi enfermedad me obliga a ello. Quizás por eso ahora llevo más cuidado con todo, soy más responsable de mí y de Stella. Estando enfermo no puedo hacerme cargo de ella.
Cuando dejo mi desayuno sobre la isla de la cocina mi teléfono comienza a sonar y al sacarlo sonrío, es Aura.
— Hola. – saludo y dejo el manos libres para que Stella también pueda hablar con ella. – Es la tita Aura.
— ¡Tita! – grita ella, emocionada. – No te despediste de mí.
— Lo siento princesa, tenía una cosa súper, mega importante.
— Entonces te perdono. – sonríe antes de pedirme que la ayude a subir a la silla. – Papi se hizo un desayuno especial.
— Eso está bien, ¿has supervisado como lo hacía?
— Si. – dice con orgullo aunque ha estado todo el rato mirando a la televisión.
— Aura, mañana Stella y yo volvemos a mi piso. – escucho que resopla pero no intenta impedirlo.
— Bien, pero a la mínima que te sientas mal me llamas y vienes a mi casa.
— Si, mamá. – ella se ríe, tranquila, todo está bien, mejor ahora que tiene otro apoyo como su novio.
— Marie vendrá esta tarde a la mansión, ¿os quedáis a cenar o tenéis planes?
— No planes. – grita Stella. – Vamos a cenar con Marie. – sonríe.
— Tu hija decidió por ti. – hace una pequeña pausa. – Tengo que volver a trabajar, nos vemos esta noche. Y Stella, portate bien en clase.
— Como siempre. Adiós tita. – y cuelga sin que yo pueda despedirme de mi mejor amiga.
Cuando termino el desayuno pido las llaves de uno de los tantos coches que tiene el padre de Aura, y me las dan con algo de reticencia, para llevar a Stella a clase. Es la primera vez desde que salí del hospital que me siento con fuerzas de hacerlo, y de responder las preguntas que puedan tener las madres y profesoras de mi hija. En lagún momento tenía que hacerlo porque son muy cotillas.
— Señor Taylor, me alegra mucho verlo de nuevo. – me sonríe la tutora de Stella. – ¿Se encuentra bien?
— Me encuentro bastante bien, agradezco su preocupación. – ella se sonroja un poco pero no dice nada más. – Luego vendré a por ti. – le doy un beso en la mejilla a Stella y doy media vuelta para marcharme.
O bueno, pretendía irme de vuelta al coche porque todavía tengo que pasar por la editorial para hablar con mi jefa, pero como esperaba, las madres y un par de padres de los compañeros de Stella están esperando para acribillarme a preguntas. Al principio todo es un poco caos, pero cuando consigo escuchar que muchas de las preguntas se repiten puedo contestar con más rapidez y las voces se van apagando hasta que todos están satisfechos con mis respuestas.
— Nos alegramos de verte de vuelta. – se despiden de mí y yo de ellos.
Conducir solo, volver a tener esa independencia sienta muy bien, no entiendo como Aura no quiere aprender a conducir, hay formas de que lo haga pero dice que prefiere que la lleven a todos lados. Creo que antes del accidente no era así, por cosas que he podido oír pero ella nunca me lo ha dicho. A lo mejor tiene miedo de decirme algo que me haga sentir mal, pero no puedo sentirme peor que en el tiempo que esperé que despertase cuando aún éramos unos simples desconocidos, o cuando se ha intentado quitar la vida. Esos momentos si que son angustiosos.
Cuando entro en la editorial vuelvo a sentirme en mi ambiente, me encanta trabajar aquí y no lo cambiaría por nada del mundo. Es caótico a la vez que tranquilo, siempre hay mucho que hacer y pocas veces estás parado pero me gusta ese frenesí, mantengo mi cuerpo y mi mente ocupados y las horas pasan como minutos.
— ¡Mason! – grita Ismael con mucha alegría, puedo considerarlo un amigo del trabajo. – Te ves… algo más delgado pero sano.
— Perdí mucho peso en el hospital. – sonrío. – Pero ya estoy bien, Aura, Marie y mi hija me ceban a comida para que recupere el peso.
— Tienes tres mujeres perfectas a tu lado. – asiento, ellas son maravillosas. – La jefa te espera en su despacho.
Vuelvo a sentirme débil, intranquilo como la primera vez que ande por este pasillo sin saber si iban a contratarme o nuevamente iban a decirme que no era posible por el atropello de Aura. Nunca culpé a ninguno de esos que no quisieron contratarme por ese incidente, de hecho, los entendía, no daba muy buena reputación y luego Graciela Adams me dio la oportunidad, o mejor dicho Richard me consiguió la oportunidad. Pero Graciela fue la que arriesgó la reputación de su editorial por mí. Después de que Aura hizo publica nuestra amistad muchos de los que me habían rechazado me llamaron y me ofrecieron más dinero que Graciela, pero yo quería estar aquí.
Mis manos tiemblan cuando llamo a la puerta de mi jefa, su voz calmada pero decidida me da la autorización para entrar. Ella me mira desde detrás de su escritorio, muy seria y con una sola mirada me obliga a sentarme enfrente de ella.
— Mason que sea la ultima vez que te sobre exiges. – me regaña. – Eres uno de mis mejores editores y en coma no haces tu trabajo. – se ríe. – Así que ahora te conformarás con lo que te pasemos para editar, no pidas trabajo extra porque no va a pasar.
— Entendido jefa.
— ¿Por qué nunca me has pedido un aumento?
— No lo creía pertinente.