Dicen que hay personas que suelen despertarse justo antes de que su transporte público llegue a la estación donde bajan, quizás algo en su mente se los advierte o simplemente es cuestión de suerte, porque hay otros a los que jamás les ha ocurrido.
Andrea, es del primer grupo, su “sentido extra” como solía describirlo su hermana, la ha salvado de pasarse de ruta y siempre logra bajarse en el sitio correcto. Pero en este momento, ese doble sentido le juega en contra, porque desconoce totalmente el sitio donde acaba de abrir los ojos, después de escuchar por el altavoz la frase “Next stop is…” seguido de algún nombre en coreano terminado en chon.
Y esa le parece una buena señal para decidir bajarse en este sitio, donde han descendido un par de chicas europeas con unas mochilas tan altas como ellas, que al parecer viajan para hacer senderismo.
Podría decirse que es una parada de autobús normal, de esas que siempre ve cuando viaja al trabajo, pero la cabina frente a ella, de paredes transparentes tapizada con un enorme cartel con una modelo de cosméticos sugiere lo contrario, o más bien, sus frases, escritas con letras de círculos y líneas que no tienen ningún sentido para ella, por más que trate de darles uno.
Las chicas europeas rápidamente se pierden entre la oleada de rostros asiáticos que inunda la calle, sus mochilas son lo único que se alcanza a distinguir a lo lejos, y luego desaparecen por completo. Andrea tiene que darse prisa, porque la tarde está cayendo demasiado rápido y necesita encontrar el camino a su hogar temporal.
«¿Dónde estás Kimchee Guesthouse?», se pregunta mientras revisa en su celular el mapa.
Pronto se da cuenta que su batería esta por agotarse, y se culpa por haber usado demasiado el celular en el avión y por haber olvidado su batería portátil. Peor aún, pronto se da cuenta que su aplicación de mapas no funciona. Piensa que se debe a su poca batería o al servicio de internet, desconoce que se encuentra en el país con el internet más rápido del mundo, pero eso no la exenta de que en pocos minutos su móvil se apagará.
Pero Andrea no va a darse por vencida, un celular sin carga no significa el fin del mundo. Viene a su mente la frase que su padre siempre dice, con tal de, según él, no aceptar órdenes de la voz robótica que solo lo termina llevando por sitios peores: “Quien lengua tiene, a Roma va”.
Se apresura a buscar a alguien que pueda ayudarla. No habla coreano y el inglés tampoco es su fuerte, pero sabe que el ingenio mueve fronteras o al menos a pedir direcciones, así que se las arregla para preguntar por el sitio. Se acerca a una mujer que lleva un vaso de café, pero la mujer mueve su mano señalando que no la entiende y se aleja. Así que sigue preguntando, obteniendo para su desgracia la misma negativa. Es entonces que se topa con una joven que lleva puesto un uniforme escolar, quien le señala hacia la calle próxima, Andrea sonríe y se encamina hacia ahí.
La calle parece inclinarse ligeramente cuesta arriba, el paisaje natural ha quedado en definitiva atrás, las calles se han vuelto una amalgama de edificios y comercios que se alzan más allá de lo que alcanza a ver.
Las luces de los automóviles y de las ventanas de los edificios poco a poco se encienden. El atuendo de los transeúntes cambia conforme la noche cae devorada por un cielo cada vez más nuboso. Cediendo a las inclemencias del clima, hurga en su mochila en busca del suéter que guardó, la prenda no es más que una ligera tela que le cubre hasta los codos, pero supone que será suficiente.
Avanza por la calle observando los locales desde donde se escuchan el ligero susurro de charlas, y en otros simplemente alumbran las lámparas. Se encuentra con un hombre que lleva una bolsa de mandado, este trata de explicarle con señas hacia donde debe encaminarse y le indica que siga. Andrea sonríe y se despide diciéndole “Thank you”.
«¿Annyeong, Gamsahamnida o cómo era?», dos palabras que su hermana solía decirle para saludarla o decir gracias, a lo que ella solía reprenderla argumentando que no usara sus “frasecitas chinas”. Ahora se arrepiente de no haber aprendido más de esas.
Sigue avanzando, mientras tira de su equipaje, pero no ve por ningún lado el sitio que busca. La calle se ha vuelto solitaria y fría. Ha pasado un tiempo, no sabe con exactitud cuánto, pero poco a poco se ha inmiscuido entre las calles que se asemejan a la colonia donde vive. Siente una punzada en la cabeza, lleva el celular en la mano para sentir cierta seguridad, como si mágicamente fuese a cargarse.
De repente, una brisa gélida toca su torso y el cielo se alumbra por un destello conocido. En su interior ruega que sus pensamientos no se hagan realidad, pero parece que el cielo no está dispuesto a cumplir su deseo, no esta noche.
Una repentina e inusual llovizna aparece.
―¡Genial! ―exclama y sigue su camino. De un momento a otro la llovizna toma fuerza, la lluvia se cierne sobre ella, lo opaca todo, al unísono aquella calle se vuelve borrosa y gris.
Corre tratando de escapar de la lluvia, gira en la siguiente calle y se resguarda bajo el portón de una casa. Mira a todos lados buscando quien pueda ayudarla, pero parece que todos han desaparecido. Pero entonces justo del otro lado, sin saber de dónde ha venido, una silueta se mueve a prisa bajo un paraguas azulado.
Andrea se apresura hacia ella, esa puede ser su última oportunidad si quiere pedir direcciones o tendrá que atenerse a pasar su primera noche en vela bajo una tormenta.