Te amo también se dice 사랑해

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Es curioso como nuestra mente funciona, en especial cuando soñamos, nuestro subconsciente formula imágenes e incluso agrega sonido en diferentes tonos y colores, tomando pequeños lapsos de situaciones que vivimos o que vimos en alguna pantalla, que pareciera no importar, pero que en ese pequeño rincón indescifrable de nuestro cerebro parecen tener sentido y evocarse lo mismo en un minuto que en horas de sueños.

Para Andrea quien se fue a dormir al momento en que sintió aquel suave colchón, han pasado apenas unos segundos en ese sueño que no comprende, donde navega por las calles de Seúl sobre un barco hecho de papel con forma de paraguas, mientras la lluvia sigue golpeando su rostro.

Para el mundo real, si es que así podemos definirlo, a menos que sea esta otra área de nuestro subconsciente de ver el mundo compartido, ha pasado medio día y Andrea ha dormido más de lo que hubiera deseado en su primer día por tierras surcoreanas.

Se despierta y se sienta sobre el borde de la cama. La noche anterior no le costó conciliar el sueño, ya otras veces ha tenido que adaptarse a dormir en diferentes sitios: La casa de sus tíos en vacaciones es un campo minado, con todos sus parientes reunidos en un solo lugar, hallar un sitio donde poder recostarse ya es ganancia, el resto es cuestión de dejárselo al arrullo de la noche.

Ayer no pudo prestarle atención a la casa de huéspedes donde había reservado, pero esta mañana es diferente. La habitación es individual, las paredes blancas encierran una cajonera, una silla y una cama, sin olvidar el closet junto a ella. El baño huele a limpio igual que el resto de la habitación. El lugar le parece lindo, y mejor aún, razonable con el precio.

Se pone en pie y se acerca a la ventana. Sobre el alféizar descansa una pequeña macetilla con una flor amarilla junto a un pedazo de madera grabado, con palabras en varios idiomas que en resumen dicen “Bienvenido”, y Andrea le susurra “Gracias”. El edificio no es muy alto, un par de pisos desde donde puede verse la copa de algunos árboles semiverdosos que sobresalen entre las construcciones, y sobre el cielo hay algunos nubarrones, similares a pequeñas manchas que algún pintor novato salpicó sin querer.

Andrea respira lento, sintiendo poco a poco como el aire húmedo que se cuela por las rendijas de la ventana se cuela hasta sus pulmones. Esa brisa tardía y fresca que se desprende de la ciudad surcoreana le revela que su viaje por fin ha comenzado, aunque algo sigue doliendo dentro de ella. Su celular timbra recordándole que ha vuelto a la vida. Se apresura a desconectarlo del tomacorriente y echa un vistazo, hay un par de mensajes de su amiga que quiere saber cómo ha llegado, y tiene varias llamadas perdidas, pero no va a devolverlas, no ahora.

La hora en el reloj le parece una locura, realmente durmió demasiado, así que se apresura a tomar un baño y a cambiar de atuendo. Cuando por fin tiene todo listo para salir, se ve en el espejo y se toca el dije de su cadena, la pequeña bailarina plateada sigue intacta.

            ―Es hora de que comencemos nuestro viaje.

Entonces revisa el cuaderno que lleva en su mochila, lo abre justo a la mitad y echa un vistazo a aquella lista de pendientes. Asiente con la cabeza como si aceptara un acuerdo, secreto e inusual entre el cuaderno y ella.

Baja las escaleras, las mismas que subió el día anterior, con excepción de sus tenis que tuvieron que quedarse a reposar en la entrada.

El lugar parece tranquilo, se encuentra con una mujer joven, diferente a la de recepción, lleva un paquete de toallas limpias, inclina el rostro para saludarla con una frase corta “Annyeong haseyo”, a lo que Andrea solo sonríe e imita el movimiento de su cabeza. De ahora en adelante deberá aprender a hacerlo para saludar a los demás.

La joven, de aspecto delgado y el rostro pálido, lleva una etiqueta con el nombre “Sol” en su pecho. Ella le señala la pequeña sala del primer piso, y Andrea le agradece. El lugar parece desierto, puesto que el resto de los huéspedes están fuera.

La sala compuesta de unos cuantos banquillos y un sillón largo esta junto al comedor de madera y la pequeña cocina, en cuya encimera hay varios trastos y cubiertos, además de algunos paquetes de sopas de fideos, pan y aderezos. Todo acorde a las fotografías que vio en internet. Sobre las paredes están colgadas fotografías de lo que supone son famosos, no puede nombrarlos porque no los conoce, pero todos tienen el mismo tono de piel perlado y un maquillaje tan definido que rayan en la perfección.

El estómago de Andrea ruge, recordándole que se ha saltado el desayuno y la comida, sin contar la cena del día anterior, así que lo provee de un pan tostado con algo de mermelada, lo suficiente para que soporte hasta que pueda probar la gastronomía coreana, de la que tanto le platicó su hermana.

Sale a la calle y se encamina cuesta abajo, esta vez va preparada, piensa ella, la empleada le ha dicho cómo debe moverse en el transporte público.

Andrea pensó que el silencio en el autobús era consecuencia del sosiego que otorgaba un vuelo largo, pero ese silencio es el mismo que inunda el autobús al que acaba de subirse y será el mismo cuando use el metro. No le supone ningún problema subirse porque se ha comprado la T-money en una tienda de conveniencia, una de las miles con las siglas “GS25”. La tarjeta le servirá para moverse por el transporte público mientras dura su viaje, sugerencia de Sol, con quien se ha dado a entender gracias al traductor de su teléfono.




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