Te amo también se dice 사랑해

5

Desearía haber tomado el autobús erróneo y perderse, pero la calle principal donde ha descendido es la misma por donde llegó ayer, una cruel ironía ahora que no desea volver pronto a la casa de huéspedes.

Sobre la calle se alza un punto naranja casi fosforescente, un restaurante callejero, enmarcado bajo una lona con cuadrados de hule transparente desde donde puede vislumbrarse el interior del sitio.

Andrea hurga en su mochila hasta encontrar su cuaderno, hay una hoja con el dibujo de un sitio parecido a este pintando con sus propios marcadores seguido de la palabra “Pojangmacha”.

Dentro hay varias mesillas y taburetes color azul. Se acerca a la barra de comida, ubicada en el centro, desde donde se desprende una mezcla de aromas y vapores que emanan de las charolas y parrillas metálicas donde hay toda clase de platillos: trozos de carne de pescado, brochetas, verduras, fideos y varios más, totalmente desconocidos para ella, pero apetitosos para un estómago hambriento que acaba de despertarse.

Una mujer con el pelo canoso y la mirada cansina que usa un delantal a juego con el local desliza un cucharon por una plancha caliente donde reposa una salsa rojiza con pedazos de pasta tubulares. La mujer alza la mirada y la saluda, preguntando qué es lo que ordenara, pero se da cuenta de que aquella muchacha no la entiende, así que arruga la frente y sigue sirviendo los platos que le han pedido.

Un hombre de la misma edad que la cocinera se acerca a la barra y recoge los platos que ya están listos para llevarlos a las mesas, se toma un segundo para observar a la extranjera de ojos llorosos y el semblante caído que ha entrado al local. Antes de irse, se vuelve con la anciana y le dice una frase que es incomprensible para Andrea, pero que consigue que la mujer se vuelva a la foránea que sigue ahí, y con un gesto le señala cada una de las charolas, y la muchacha extranjera entiende pronto que debe responder con aquella seña universal donde debe asentir o negar con la cabeza.

Una vez que ha ordenado, se busca un sitio y espera su cena. A su alrededor los asientos están casi llenos, contrario al autobús, en este sitio parece que las charlas son necesarias para aminorar el cansancio que trae un duro día de trabajo.

«¿Y si mi padre tiene razón? Quizás debería volver y…», piensa en tanto aguarda. En poco menos de diez minutos el anciano que ha visto antes aparece llevando una charola, que coloca sobre una esquina de la mesa.

            ―¿Todo esto es para mí? ―pregunta sorprendiéndose con la cantidad de tazones pequeños y otros más hondos que le ha traído, dudando si la anciana comprendió lo que ella ordenó realmente, aunque no importa, porque su cena ya está ahí y qué más da probar algo nuevo.

El anciano acomoda los tazones sobre la mesilla y Andrea intenta ayudarlo, pero él le niega con la mano.

Gimbap, odeng, dakkochi, mandu, Jajangmyeon, tteokbokki, kimchi… ―explica el anciano con una voz rasposa y pausada señalando los platos. Luego mueve su mano como si se tratara de un bocado y esboza una tenue sonrisa―. Good, Good.

            ―Gamsahamnida― dice Andrea inclinándose.

La anciana llama al hombre y este se va.

Andrea se toma unos segundos para decidir que probara primero, pues todo le parece nuevo, apetecible y suficiente para alimentar a un regimiento. Toma un cubierto, una cuchara larga de metal, ignorando por completo los palillos, y por fin se decide a probar el plato con fideos gruesos.

Le da el primer bocado a la pasta blanca y hace una mueca, aquello no le sabe a nada, solo pasta que recién ha salido de escurrir. Esta por cambiar de platillo, cuando observa a los comensales a su lado que se han ordenado lo mismo, pero ellos revuelven los fideos junto con la salsa espesa negra que está a un lado, hasta obtener una consistencia homogénea, y entonces hace lo mismo. Vuelve a probar una cucharada y el sabor ha cambiado por completo, se ha vuelto dulce matizado por la salsa de frijol con un toque salado debido a los trozos de carne de cerdo y cebollines.

            ―Mmm… ―su boca se ha llenado de un sabor difícil de explicar, un sabor nuevo que le ha abierto el apetito y que la hace devorar por completo el tazón.

Toma uno de los rollitos de arroz, envuelto en alga, es parecido al sushi que alguna vez su hermana los obligó a probar a su padre y a ella, platillo que su padre detestó porque comer pescado crudo con arroz no era “normal” según él. Lo prueba, pero el sabor es distinto, es una combinación de pedazos de zanahoria, trocitos de cerdo e incluso huevo, y algunos otros ingredientes que no puede nombrar.

Después, prueba la croqueta que le han traído, eso en definitiva tiene sabor a pescado y mariscos. Y luego va por la brocheta, un mordisco es suficiente para saber que se trata de pollo con cierto picor, aunque no fuerte para su paladar.

Su celular vibra y de inmediato lo revisa, por un momento cree que es su padre llamándola, pero no es más que una notificación. Sabe que él no la llamara, no ahora que le ordenó que no lo hiciera. Ella no lo sabe, pero su padre que se encuentra al otro lado del mundo observa su móvil, debatiéndose entre llamarla y darle una buena reprimenda, o no, y esperar a que ella lo haga, aunque sabe que no lo hará, no por ahora.

            ―Da igual ―dice intentando convencerse a sí misma de que no le importa.




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