Te encontré en el ayer

PRÓLOGO

La brisa agitaba las hojas de los arboles a mi alrededor. El cielo estaba matizado de un azul intenso rebozado de borrones blancos. El coro de los pájaros inundaba mis oídos en una armonía seductora. Mis pasos sobre el pasto recién mojado eran seguros y firmes. Mis labios se movían por si solos, haciendo el torpe intento de tararear una canción que se escuchaba a lo lejos. Mis brazos largos aguardaban cuidadosamente un pequeño blog forrado con un papel donde se podían distinguir dibujos de cerezas, y junto a ello, un bolígrafo negro enlazado en una de las hojas.

Moví una greña de mi pelo castaño detrás de mi oreja y me descolgué la mochila ligera del hombro en cuanto llegué a la puerta de la Secundaria. Esbocé una sonrisa débil en cuanto visualicé a lo lejos a mi profesor de clases de ajedrez. Estaba rodeado de alumnos de segundo y primer curso. Yo era de tercero. No me importaba. Estaba decidida a aprender a jugar en un tablero, y nada ni nadie me lo iba a impedir. Aunque solo llevaba una semana y ya era una de las mejores. No me daba pavor alardear de ello. Lo había logrado por mi propio esfuerzo. Y eso merecía un homenaje.

El profesor Martínez levantó la mano a lo lejos y me saludó con una sonrisa inmensa. Desde lo lejos se apreciaba su altura de un metro ochenta, junto a sus músculos bien formados y su piel morena. Eso y sus ojos verdes selva era lo que más me llamaba la atención de él. A parte de su sonrisa característica y su distinguida personalidad. Mi madre y él fueron juntos a la Universidad. No estudiaban lo mismo, claro. Pero digamos que una vez salvó a mi madre de un aprieto: Le ayudó haciéndose pasar por su pareja para alejar a un tío egocéntrico que intentaba coquetear con ella. Sí, algo raro. Desde entonces han sido grandes amigos. Fue ella quien habló con él para que fuese mi profesor.

Me aproximé a él y le hice saber que había tardado un poco porque el autobús se había atrasado. Tenía una bicicleta propia, pero me daba desconfianza usarla. Me expresó que no le debía explicaciones y me hizo saber que hoy tendría un contrincante muy fuerte. En seguida vio mi expresión de preocupación y se atrevió a decir:

—No te preocupes, Libbie, esto es mejor para ti —volvió a sonreírme—. Siempre es mejor practicar con alguien más sabio. Ya sabes. Recuerda que el alumno puede superar al maestro.

Le devolví la sonrisa y me obligué a tomar una respiración profunda para relajar el cuerpo

Cálmate me dije. No es nada. Es solo un juego.

No me inquietaba perder una partida, aunque había ganado unas cuantas, también las había perdido. Era normal. Y era la mejor manera de aprender. Pero a mí nunca me gustaba perder. Lo detestaba. Creo que yo era una de esas pocas personas a las que llamaban malos perdedores. Experimentaba una extraña emoción a la que a menudo me gustaba nominar debilidad, o quizá, inferioridad. No lo sé. Ni yo misma lo sabía. Lo único de lo que tenía juicio era que esos instantes se sentían como una puñalada en el estomago. Se sentía como si el mundo me estuviese viniendo encima. Mis propios ojos manifestaban la falsa imagen del vencedor mirándome desde lo más alto de una torre, en tanto yo soy pequeñísima, del tamaño de una hormiga. Era una visión que se repetía a menudo. Asomaba hasta en sueños. Ya estaba algo acostumbrada, pero a veces transmitía miedo real.

Volví a tomar una bocanada de aire gigante.

Desde aquel momento me dije a mí misma que iba a hacer todo lo que estuviese en mis manos para dominar aquel desafío. Y si no, lo haría el próximo, y el próximo, y el próximo…

Martínez me invitó a sentarme en una de las mesas organizadas en la plaza. En el centro de la madera residía el tablero de cuadros blancos y negros, junto a sus respectivas piezas. Y al lado izquierdo de este, un reloj mediano.

—Bueno, Libbie, este es del chico del que te conté. Ethan Shay. Empieza hoy—al oír el nombre, algo cálido traspasó mi estomago. Que extraño.

Velozmente caí en cuenta. ¿No dijo que era mucho mejor en esto? La respuesta llegó a continuación:

—Pero no te confíes, no es nuevo en esto. Por lo que me ha contado, lleva años ejerciendo contra el ordenador.

— ¿Contra el ordenador? —repetí secamente—. Pues vaya entrenamiento entonces.

Ni siquiera había remontado la miraba. Estaba ocupada organizando mis piezas negras.

El profesor emitió una risita y nos dejo solos. Sentí el momento exacto en cuanto Ethan se colocó frente a mí.

Trepé la mirada y experimenté algo rarísimo. Como otra contorsión en el estómago. ¿Estaré enferma? Pensé. Imposible, no se sintió como si fuese un síntoma de alguna enfermedad. Era algo que me enviaba cosquillas por todo el cuerpo. Mi corazón iba tan rápido que incluso llegué a pensar que me iba a desmayar. Estaba un poco espantada.

Mucho.

Con las palabras aglomeradas en la garganta logré articular:

—Eh… hola —rápidamente volví a bajar la mirada.

—Me gusta que me miren a los ojos cuando hablan.

—Y a mí me gusta que me devuelvan el saludo.

Fue lo primero que se me pasó por la mente. Y lo solté.

Mis pestañas subieron instantáneamente. Otra vez el retorcijón ¿Qué coño me estaba pasando?

El aspecto del chico nuevo era casi irreal. Yo lo describiría con solo un adjetivo: perfecto. Dios lo había dotado con semejante belleza envidiable. Y no exagero. Al menos creo que no. Mis ojos muy pocas veces se equivocaban. Tenía el pelo de un color madera precioso, aunque cuando luz del sol revelaba sus rayos en el, se podían descubrir diversas betas color almíbar; no excesivamente largo pero tampoco escasamente corto, lo llevaba por las orejas. Salvaje. Rebelde. Despeinado. Mantuve mis ojos en el más tiempo del necesario. Por otro lado, su cara también era agraciada. La mandíbula un poco puntiaguda, pero lo justo para no des configurar su perfil. Los hoyuelos los tenía chupados para dentro, resaltando así esa fracción de su rostro. Sus cejas, dios, sus cejas estaban tan apropiadamente dibujadas. Finas aunque varoniles. Los labios eran como la cereza del pastel. Labios carnosos. El de abajo era mucho más grande que el superior. Jugoso. Grueso. Y rosados. Tan rosados que por algún motivo me hicieron tragar saliva y mojar ínsitamente los míos. Me pregunté que tan suaves sería. Cuál sería su sabor. Su textura.



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En el texto hay: destino, polos opuestos, enemiestolovers

Editado: 29.08.2024

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