Te enseñaré a oír si me enseñas a amar

Capítulo 3: Latido desde las cenizas de un corazón apagado

Bebí de mi botella de agua. Los zapatos de mis alumnos marchaban por el corredor a una velocidad no permitida, arrastrando consigo murmullos que los siguieron hasta los pupitres donde se sentaron en parejas de a dos. Cada uno tenía su sitio propio, y sus parejas a las cuales respetaban religiosamente.

Al ponerme de pie, mis alumnos hicieron un llamado al silencio.

—¡Buenos días, profesor! —saludaron al unísono.

Les regresé el saludo con entusiasmo.

Una hora antes de salir de la escuela me tocaba dar la clase de música. Hacía una semana y media que el primer trimestre escolar había comenzado. Las presentaciones y los primeros días de flojera eran cosas del pasado. Este año me tocaba preparar a mis alumnos para un acto a final del ciclo lectivo. Propuse un concierto de flauta. Era algo sencillo, y me proporcionaba el tiempo suficiente para enseñar mi materia y prepararlos para el espectáculo final. Hasta el momento ninguno de ellos había tocado un instrumento en su vida, por lo que, para hoy, debían traer sus flautas y los haría dar su primer paso.

—Como no disponemos de mucho tiempo, si son tan amables, les pediré que saquen lo que les encargué. —Buscaron en sus mochilas y morrales—. Desde hoy comenzaremos a practicar lo básico.

Esta materia era totalmente nueva en esta escuela. El instituto Valham Firhmos, fundado hace ciento cincuenta y tres años atrás, gozaba de un prestigio único en la ciudad, aun así, este era el primer año en que se le abrían las puertas a esta materia. No solo en el ámbito musical, también inauguraron tallares exclusivos para la literatura, el arte y obras de teatro entre otros. La escuela dejó sus antiguas costumbres y se expandió a un horizonte más creativo, capacitándolo para competir con otras escuelas del país, ¡y quién sabe! A lo mejor, en un futuro, llevar a este país aislacionista a salir de su duro caparazón.

Pero si quería que mis alumnos pudieran tener una oportunidad más allá de la victoria, de demostrar su progreso y esfuerzo gracias a la dedicación y disciplina, también debería de esforzarme por ser un buen profesor e intentar cultivar e implantar un interés legítimo de aprender el arte y la historia de la música.

Tomé un marcador y me coloqué frente a la pizarra blanca. Dibujé como mejor pude una flauta y sus agujeros, luego proseguí con delgadas flechas para colocar sus respectivas notas de Do a Si.

Miré a mis alumnos y pregunté:

—¿Alguno me puede decir cómo es que se le dice a esto?

—¿Son las notas de la flauta dulce? —respondió una joven situada al fondo del salón.

—Exacto. Ahora quiero que intenten agarrar como puedan la flauta y soplen en Sí. —Coloqué mis labios en la ranura y soplé luego de colocar mis dedos en posición—. Este es el sonido que deben producir. Recuerden que debe ser un soplido ligero, y que deben colocar su pulgar en el agujero de la parte inferior de la flauta. No teman a equivocarse.

Desde la puerta que permanecía cerrada, alguien golpeó.

—Profesor Dazan Disesh, ¿puedo pasar? Disculpe la interrupción.

—Adelante.

Era una de mis compañeras de trabajo, la profesora Ishma. Una profesional de cuarenta años de edad, con una dedicación notable en su ámbito que era la literatura. Traía consigo a una joven con el uniforme femenino de la escuela: Una camisa abotonada de cuello alto color blanca, falda y corbata azul, unas medias blancas y largas, y un par de zapatos negros de hebilla.

—El director me ha pedido que la traiga, ya que está demasiado ocupado para venir en persona. Ella es Lamya Hibri, una nueva estudiante.

—Creí que estaba contra de las normativas de la escuela incluir alumnos luego de la temporada de inscripción —comenté, esperando una respuesta significativa.

—La transfirieron de otra escuela, de la escuela Almirantes del norte debido a un inconveniente. El director, el señor Mustafá, hizo una anomalía al aceptarla, que de seguro tiene sus razones. Es un hombre muy correcto, por lo que, viniendo de él fue indudablemente meditado y analizado antes de darle el visto bueno. Si gusta, puede revisar su archivo más tarde.

—No hará falta —dije. Todo esto había consumido tiempo valioso. Invité a la profesora Ishma a retirarse y continué con la nueva integrante—: ¿Te gustaría presentarte por ti misma, Hibri?

La joven se posicionó en el medio del aula. Sostenía su pequeña mochila color verde hoja con solo una de las correas en su hombro; estaba inflada de cosas en su interior. Levantó la mano y la colocó en su sien, como si fuera un marinero en servicio, y saludó:

—Soy Lamya Hibri, un gusto.

Era más que obvio que el resto se reiría. De hecho, yo también me sonreí. Incliné mi cabeza confuso hacia mis alumnos.

—¡Vaya! Ese sí que fue un saludo de presentación inolvidable. —Con mi mano la guié para que tomara un asiento disponible junto a otra chica en la primera fila. Situada frente a mi escritorio—. Apuesto que no olvidaremos tu nombre.

Su compañera de banco sería Zana, una jovencita con la piel diferente al resto, es pálida y su cabello muy, muy oscuro, con una larga trenza arreglada. Se podría decir que es la que más se esfuerza en la clase y, según palabras de otros docentes, sus calificaciones siempre le dieron lo justo para aprobar y pasar de año.

Lamya colgó su mochila en el gancho del lateral de su pupitre. Los chicos comenzaron a murmurar.

—¿Te avisaron que debías traer una flauta dulce para la clase? —averigüé.

Descolgó su mochila verde y la posó sobre sus piernas. Primero sacó una campera, luego una gorra y un par de guantes, unas extrañas gafas de aviador de cuero, un perfume responsable de su aroma a cítrico alimonado, sus carpetas y útiles. Todo desparramado sobre la mesa.

—Creo que no me dijeron que tenía que traer nada —terminó excusándose, de una manera que no demostraba malicia o burla.

Uno por uno regresó todo a su mochila, con una paciencia ceremonial.




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