Te enseñaré a oír si me enseñas a amar

Capítulo 8: Cuentas pendientes

—No es nadie —lo frené, antes de que dijera alguna locura—. ¿Tienes hambre? Exageré un poco mi ración.

Hazard dejó su abrigo en el perchero de la puerta. Tomó un plato de la alacena y un par de cubiertos, y se desparramó exhausto en la silla frente a mí. Pasó sus manos por su pelo oscuro, jalándolo hacia atrás.

—No tengo suerte —bostezó.

—¿Eso es todo? —pregunté, esperando algún tipo de solución.

—¿Qué te puedo decir? —se molestó—. ¿Eres mi madre o qué? —Frunció la punta de sus cejas con la ayuda de sus dedos y prosiguió—: Entiendo, entiendo. No creas que soy un imbécil. Sé que estoy arruinando tus planes para mudarte a un barrio en la capital, más lindo y cercano a la escuela. Si quieres puedo irme.

—No, Hazard, no es eso —me disculpé. Dejé salir el aire—. Hoy tuve un día complicado, ¿entiéndeme? Y tengo tantas cosas en la cabeza que lo último que quería hoy era que se me sumaran más. Es justamente lo que ocurrió.

También le conté sobre el problema que tuve con el director del Instituto Valham Firhmos y como estaba pendiendo de un hilo.

—No hay nada que disculpar, si no te entendiera no podría decir que eres mi mejor amigo. —Se sirvió un trozo de pollo y le dejó clavado el cuchillo—. Regresando al tema anterior, tenía pensado en visitar al amigo del cual te dije que me debía un favor. Vive, o eso creo, en el bloque a un par de minutos de aquí.

—¿Eso creo?

—Ah, es que hace mucho que no lo visito. Ya sabes, prisión… Pero será rápido. Entrar y salir.

No tengo la menor idea de cómo fue que me dejé convencer. La insistencia de Hazard y el cansancio, supongo. Pero cuando me di cuenta que era una mala idea, era demasiado tarde. El dichoso bloque se encontraba en uno de los lugares más desprestigiados (según Internet). Tal era el caso, que se declaró zona insegura, lo que significaba que cualquier persona que no fuera del lugar corría con el peligro de salir muy mal parado. No me imagino como es que Hazard conoce a una persona de ahí.

—Dime —quise saber—. Este sujeto no tiene nada que ver con que te hayan metido en prisión, ¿correcto?

—No, para nada.

La noche estaba como para no descuidar la garganta. Las calles se encontraban desiertas a esa hora.

Dejé estacionado el auto frente al enorme y cuadrado edificio. Nos bajamos y seguí por detrás a Hazard. Las puertas de entrada estaban abiertas como si nada.

—Creí que era un lugar peligroso —comenté ante esto.

—Créeme cuando te digo que el que intente robar algo de aquí, no debía ser el más atento en la escuela. —Tocó el botón del ascensor y nos fuimos directo al piso trece, de los quince del edificio—. Andando.

Nos acercamos al último apartamento del pasillo. Hazard llamó a la puerta con un suave golpe.

Una voz grave nos recibió desde el otro lado. Probablemente nos veía por el ojo de pez.

—Soy Hazard —se presentó—. Busco a Karima, de parte de Akram Farram.

Nos dejaron en espera. Por un minuto quedamos en silencio, mirándonos y prestando atención a cualquier sonido.

La persona que nos habló en primer lugar abrió la puerta luego de quitar las trabas con cadenas. “Pasen”, nos invitó al interior.

Cuando entramos nos llevó hacia la sala contigua, dividida por un arco y una cortina de eslabones de plástico de color marrón, arena y teja. Nos esperaba la que parecía ser Karima. La mujer tenía la nariz aguileña, el pelo de rojo centelleante y la tez morena en un tono cálido. Vestía una remera sin mangas con el escote abierto. Hacía mucho calor en el ambiente.

—¡Sorpresa! ¡Sorpresa! —gritó la mujer con una falsa alegría—. Es el bueno de Hazard. Estás hecho un esqueleto. ¿No te daban de comer en prisión? —Puso los ojos en mi—. Y tu amigo con los pelos de espagueti, ¿quién es?

No sé qué clase de persona sea, pero la primera impresión fue bastante… ridícula por su parte, aunque no pude evitar peinarme los rulos rubios inconscientemente.

—Él, es mi amigo. De confianza.

—¡Bueno! Basta de tanto bla bla —lo interrumpió, agitando la mano con una displicencia que me resultó desagradable—. ¿Qué buscas Hazard? ¿De parte de Akram? Creí que estaba muerto —sonrió. Se notaba la malicia en sus palabras—. ¿Es tu manera de hacer que te reciba? Muy bajo de tu parte.

Ante las miradas del hombre que nos abrió la puerta y otra mujer que permanecía reclinada en el marco del umbral de la cocina, Hazard fue directo al grano:

—Vengo a cobrar los favores que le debes a mi padre.

No hubo respuesta hasta después de unos relojeos de tensión. Primero Karima miró a la mujer, luego al hombre y procedió con una estruendosa carcajada.

—Lárgate, Hazard —dijo finalmente, impasible, despojándose de toda gracia y sentimientos fingidos.

—¿Acaso no te acuerdas todo lo que…? —intentó replicar Hazard, pero lo interrumpieron una vez más.

—¡Tú no eres tu padre! —tronó Karima, poniéndose de pie como una verdadera fiera—. ¡El señor Farram está muerto! Y los favores no se heredan, niñato de mierda. Lárgate de una buena vez que estoy mirando mis novelas.

—Vámonos, Hazard —intervine antes de que las cosas se pongan peor.

Karima era, por lo visto, una mujer sensata cuando se le obedecía.

Traté de tomar a Hazard por el antebrazo, pero se oponía a irse sin nada.

—El gordito es listo, me agrada —le dijo Karima—. Hazle caso. Tu amigo tiene cara de ingenuo, pero sabe lo que le conviene.

La mujer en el umbral de la cocina se acercó unos cuantos pasos hacia nosotros para enseñarnos un arma de fuego que escondía en su espalda. Era la primera vez que veía una que no fuera la de un oficial de policía. En otro caso, me hubiera fascinado con el mango tallado en madera y con la inscripción dorada. Sin embargo, fue una sensación atemorizante, me hizo desear salir volando de ese lugar para no regresar jamás.

Puede que Hazard sea tonto, pero no lo suficiente como para no darse cuenta que Karima había tomado una decisión en todo este asunto. Aplicando un poco más de fuerza, Hazard desistió. Por fin entendió que tratar de aprovecharse de Karima, era tan inútil como pedirle al verdugo que te quitara la soga del cuello en la horca.




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