Te enseñaré a oír si me enseñas a amar

Capítulo 14: En el ojo de una tormenta

Aquel día me parece lejano. Apenas han pasado tres semanas desde entonces, y lo que me parecía extraño y culposo, ahora son malas memorias a las cuales no les quiero otorgar mucha importancia. “El ser humano es un animal de costumbres”, solía decir mi padre. Me daba golpes en las manos con una cuchara de madera cada vez que me equivocaba en una nota. “Así te vas a acordar. No lo hago por malo”, decía, como si tuviera la razón en todo, como si sus métodos fueran los correctos e indiscutibles. Claro, él los veía en el resultado, por supuesto. Yo, en ese entonces, ni siquiera estaba de acuerdo con llamarnos animales, pero con el tiempo me fui dando cuenta que papá estaba en lo cierto, tanto en eso, como en lo de las costumbres.

La frivolidad con la que estaba tratando las cosas se me hacía irreconocible. Yo no soy de esta manera, me repetía, pero no concluía en nada. Seguía en una relación con la profesora Ishma. Lamya ya no asistía a sus clases particulares de piano. No me atreví a mencionarlo. Esperaba todos los días a que viniera. Iba a sentarme, tocaba una melodía, solo, en la penumbra y me marchaba quince minutos después. Se había vuelto un rito para mí.

Hoy es el día de la bandera, y me he decidido enfrentarla. Es mi prioridad saber si aún puedo contar con ella para ser la estrella de mi espectáculo.

Después de la primera hora de clases, los alumnos formaron en el amplio patio de la escuela. El abanderado cargó la bandera, con los escoltas a sus lados marcharan por el centro hasta quedar delante de todas las miradas.

La bandera de Imiterazzor se separa horizontalmente por la mitad en color naranja, y la otra de color amarillo, formando un degradado en el centro que hace recordar a uno al cielo en el atardecer. La abanderada es una alumna sobresaliente. Cargó el mástil en su hombro izquierdo y cuando se detuvo lo introdujo en la cuja amarilla. A su lado, Zana como escolta, cargaba consigo la bandera del escudo del país: varios anillos dorados formando un circulo mayor, donde el color arena representa el desierto que divide al país, y armas clavadas y esparcidas en esta misma, con el significado de las guerras que se libraron en aquel lugar. En la parte de abajo, un listón tiene las palabras: Justicia y lealtad.

Por parlantes sonó el himno nacional y la gran mayoría de alumnos lo cantaron orgullosos, otros simplemente movieron la boca. Cuando este terminó, los grados mayores alzaron enormes versiones de la bandera hacia el cielo, sosteniéndolas por sus puntas; hacia arriba y abajo, una y otra vez. Siguieron los aplausos. Los abanderados regresaron la bandera al interior del establecimiento y cada uno regresó a su aula.

El resto de las clases transcurrieron como de costumbre, a excepción de algo, una cierta persona y su actitud. Lamya estaba retraída en su lugar. No hablaba para nada, ni siquiera levantaba la mano para aclarar posibles dudas. Aunque, a decir verdad, nunca fue muy participe. Como dijo ella, lo relacionado a la música no le interesa. ¿Será ese el problema? Quizá hasta el momento trató de esforzarse para no hacerme sentir mal después de todo lo que le dije. ¿Se habrá hartado de aparentar? Era hora de averiguarlo.

Antes de que los alumnos se fueran, le pedí a Lamya que se quedara en el salón para ayudarme a ordenar el desorden. Una mentira que solo un despistado creería.

—Para eso está la encargada de limpieza, ¿no? —dijo tajante.

No esperaba esa contestación. No me gusta prejuzgar, pero puede que me haya olvidado por completo que es una adolescente adinerada. El nombre de Hazard se me vino a la mente.

—Tienes razón, pero no has estado prestando atención y quiero que me ayudes a limpiar la pizarra —repliqué, ante la mirada de sus compañeras que salían del curso mientras Lamya se mantenía en su lugar.

Bufó.

Dejó su mochila bruscamente por sobre el pupitre. Se acercó a la pizarra para agarrar el borrador y comenzó a frotar furiosa por toda la blanca superficie.

—Despacio que me lo vas a rayar. —Esperé su reacción.

Apretó los parpados y los labios y dejó escapar el aire de golpe por la nariz. Se estaba fastidiando.

Bajó la marcha de su brazo y desplazó el borrador con lentitud, acariciando suave, tierna, y delicadamente, exageradamente…

—¿Así le gusta? —contestó sarcástica— O, ¿prefiere que lo haga aún más lento?

Ya no quedaba nadie a excepción de nosotros dos.

—Lamya, sabes que no te hice quedar para limpiar nada —revelé, sentándome en el asiento contiguo—. Ven, necesito que hablemos.

—¡Ya me tengo que ir! —Intentó recoger su mochila, pero la tome de la muñeca.

—Por favor —supliqué.

—¿Qué es lo que quiere? No hay nada de qué hablar, y yo…

—Ya no vienes a practicar conmigo —planteé sin pensarlo.

Por primera vez en toda la hora me miró directo a los ojos. Su mirada me decía tantas cosas que no podía descifrar con certeza la verdadera razón de aquella expresión. ¿Miedo, bronca, incertidumbre, tristeza…? ¿La estaba lastimando? ¿Teme de mí? La solté de inmediato. Debido a que estaba ejerciendo fuerza hacia el lado contrario, trastabilló dos pasos hacia delante y se quedó quieta luego de casi caer de bruces al piso, sujetando su mochila por la correa.

—No funcionará, no puedo aprender a tocar el piano en tan poco tiempo —comenzó a decir—. Es una tontería fantasiosa. Nunca he subido a un escenario a hacer nada, y menos mientras todos los padres de mis compañeros y profesores me miran. Por un momento, Yo….

—¿Ha qué le temes tanto? —me aventuré—. Sé que el pánico escénico no tiene nada que ver, solo son excusas. ¿Tiene algo que ver con tu familia?

Me arriesgaba a que me aborreciera.

Se dio la media vuelta sobre sí misma.

—¿Acaso no puedo tener miedo? —regresó la pregunta.

—Por supuesto, yo mismo te he dicho los míos, pero si dejas que esos miedos te paralicen, lo lamentarás para toda la vida. Cuéntame, te lo pido —supliqué—. Dime la razón por la que le temes a la música. Lo noté. Cuando tocaste el piano por primera vez pasó algo por tu cabeza que te hizo retroceder. Sin embargo, lo aceptaste y avanzaste, lo superaste y aprendiste rápido lo que te enseñé. Sé que puedes lograr tocar una canción completa para fin de año.




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