Te enseñaré a oír si me enseñas a amar

Capítulo 26: La boda

Lo tengo todo detrás de la puerta. Frente al espejo lo sé, en el reflejo de mi conjunto negro, en el moño de mi cuello, en mis zapatos hechos a mano (un préstamo para la ocasión) y los dos anillos que aguardan en mi bolsillo de la chaqueta. ¿Esto es lo correcto?, me convencí en el transcurso del tiempo hasta hoy, de que era lo mejor para mí, para Lamya, para todos.

—¿Qué hago? —me pregunté.

—Solo di lo que ensayamos. —No había notado a Hazard entrar por la puerta—. ¿Nervioso?

Sin voltear la cabeza, lo miré por el espejo mientras me abotonaba las mangas.

—No me refería a eso —suspiré—. Sería una locura…

Hazard me miró confuso. Tenía un aire precavido en su ceño.

—Haz lo que creas correcto —apoyó su mano en mi espalda—, si no lo sabes tú, la tienes complicada. —Fue una de esas pocas veces que hablaba en serio, sin bromas, para luego seguir como siempre—: ¡Que porte! No pareces Dazan. Prepárate, falta poco para que comience la ceremonia.

—¿Hacía falta que me recuerdes? —dije, en un tono entre cansado y bromista.

—¡Animo!

Levantó el puño en señal de apoyo y se marchó, dejándome de nuevo solo en la habitación. Yo agradecido que me distrajera un instante, aunque fuera corto, me hizo olvidar las náuseas, los miedos y los malos pensamientos. En eso, el sonido de la música llegó hasta mí, el de un violonchelo reproduciendo una melodía tranquila y magnifica; lo hubiera disfrutado si no fuera una circunstancia así.

Aún no puedo perdonarme aquel día en que tuve que despedirme de Lamya. Del modo en que ella me esperó en el escenario y yo nunca llegué. Desesperada me buscó al día siguiente, en busca de una respuesta, de una razón por mi ausencia.

—Dazan, no me avisaste que no podíamos practicar ayer —me interceptó después de la clase—. Hoy lo haremos, ¿verdad? Aún tenemos que decidir cuál música voy a tocar.

Esperé que el último de los alumnos se fuera del salón.

—Ya no podremos practicar juntos —me lamenté por dentro—, he buscado una canción para que toques, pero no voy a poder ayudarte con ello, lo siento mucho, Lamya. Yo…

Lamya bajó la mirada. ¿Sabía lo que pasaba? ¿Lo intuía? Parecía que sabía la verdad, que no era porque yo no quisiera.

—La practicaré sola —sonrió con claro dolor en sus ojos—. Hasta pronto... Profesor.

Se dio la media vuelta y se fue, como si no sintiera nada por mí, como si lo hubiera acepto, aunque yo no le hubiera contado ni una sola palabra de lo que Ishma me advirtió.

Y ahora, con el llamado a la puerta, me tocaba caminar hacia el altar para esperar a mi futura esposa, la que sería la madre de mis hijos. Cuando salí de la habitación, me encontré con los familiares de Ishma, su padre y madre —ahora recuperada— en primera fila. Sus primos y sus tíos me saludaron con alegría y entusiasmo, me contaban cosas de su niñez, anécdotas que no escuchaba con claridad. Trate de poner mi mejor cara y sonreír, pero no oía más que el violonchelo, el cual lo acompañaba un órgano y un sutil violín.

Mis ojos encontraron el imponente pastel de bodas rosa y azul, con flores comestibles rodeándola en cada una de sus capaz hasta llegar al par de muñecos en lo alto, hechos con un detalle increíble, que, si bien no se parecían en nada a nosotros, eran muy pintorescos.

En el altar, bajo el arco de flores, esperaba a que el sacerdote estuviera dispuesto a unirnos en matrimonio.

La música nupcial resonó por todo el establecimiento. Fue cuando me di cuenta que el padre no la acompañaría hasta mí.

Luego de escuchar unos cuantos suspiros de los presentes, miré hacia el final de la tela roja. Era la novia, sola, en un vestido tradicional con los colores del desierto, ornamentada de pies a cabeza con gemas de todos los colores, un ramo de flores purpura y un velo le que cubría parcialmente el rostro, a la altura de sus labios. Se veía bellísima, única, magnifica en su caminar. Con cada paso, el miedo se apoderaba de mi cabeza, para que, pronto, ese miedo se trasformara en pavor. Todo parecía suceder más lento: las cámaras tomando fotos, los susurros, los pasos…

A mitad de su camino hasta el altar, entre todos sus familiares, relojeé a mi padrino, Hazard que se encontraba al lado mío.

No sé por qué lo hice. Si fue para pedir ayuda, o para encontrar alguna mirada que me aconsejara algo en ese terrorífico momento.

Entonces… avancé.

No pude ver la expresión de Ishma, pero puedo asegurar que sentí una mirada asesina tras su velo en cuanto pasé por su lado.

—¡¿A dónde vas?! —me gritaron.

No sabría decir quién lo hizo.

Dejé el recinto atrás, junto al barullo de los invitados y familiares. Simplemente caminé sin rumbo por la calle de aquella mañana. Me imagino que me sentí como un esclavo libre. Era todo felicidad, tal si fuera que dejé todo atrás. Ya no miedo, incertidumbre, nervios o malestar alguno. En ese momento no pensé en las repercusiones. Ishma no se quedaría sin hacer nada, haría lo advertido. Trataría de arruinarme, pero luego de tomar esta decisión, no podía rendirme sin intentarlo. No estaba preparado para todo que vendría, sin embargo, era hora de que las cosas cambiaran, si no, hubiera dicho “acepto” ante el sacerdote.

Unos pasos se acercaron a toda velocidad por mi espalda.

—¡Hazard! —exclamé al verle.

—¡Dazan! ¿Estás loco? —rio—. Se te ve muy contento a pesar de salir corriendo de tu boda y dejar a la novia en medio de la caminata al altar, ¿sabes?

—Supongo que estoy feliz —contesté.

—Realmente no querías, ¿eh?

—La cosa es que... dije que no.

—Yo diría que te adelantaste a esa parte, pero descuida, se entendió.

Le pedí a Hazard mi celular e hice una llamada. Mañana había que empezar a ensayar.




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