Te esperaré diez mil años

Capítulo 2: Un alma rota y un refugio inesperado

Capítulo 2: Un alma rota y un refugio inesperado

La lluvia seguía cayendo con fuerza afuera del café, como si el cielo llorara junto a José. Camila permanecía sentada frente a él, tratando de interpretar la tristeza en los ojos del joven que apenas acababa de conocer. Había algo en su mirada que le resultaba dolorosamente familiar, como si las cargas que él llevaba resonaran con algo dentro de ella misma.

—No tienes que contarme si no quieres —dijo Camila, con una voz suave mientras jugueteaba con la servilleta en sus manos. Su corazón quería aliviar el dolor evidente que veía en José, pero tampoco quería invadir su espacio.

José respiró hondo, mirando el fondo vacío de su taza de café. Sus dedos jugaban nerviosamente con el asa. —Gracias, pero... a veces, hablar de ello no hace que sea más fácil —respondió, forzando una leve sonrisa.

Camila asintió comprensivamente. No insistió. En cambio, decidió cambiar el tema. —¿Sabes? Aquí tenemos el mejor pastel de chocolate de la ciudad. Tal vez un trozo te levante el ánimo. Mi jefe lo hace con una receta que aprendió en sus años de marinero.

La mención del pastel arrancó una pequeña risa de José, como si esa simpleza lograra traspasar la barrera de su melancolía. —¿Un marinero haciendo pasteles? Eso no lo esperaba.

—Tampoco esperaba que te encontraría hoy —replicó Camila con una sonrisa, sintiendo que se formaba un puente entre ellos.

La conversación continuó, ligera y sin pretensiones, mientras el café se llenaba poco a poco de otros clientes buscando refugio de la tormenta. Para José, la presencia de Camila era un respiro en su caos, un recordatorio de que no todo estaba perdido. Para Camila, la vulnerabilidad de José despertaba algo protector dentro de ella, como si el destino los hubiera reunido por una razón.

Antes de irse, José sacó un billete arrugado para pagar su cuenta, pero Camila se lo devolvió con una sonrisa firme. —La casa invita esta vez. Pero sólo si prometes regresar.

José la miró, sorprendido y agradecido. —Prometo que lo haré.

Esa noche, mientras la lluvia seguía golpeando las ventanas del pequeño café, ambos se fueron a dormir pensando en su breve encuentro. Ninguno sabía que ese momento sería el primero de muchos que cambiarían sus vidas para siempre.




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