Casandra
Luego de una larga noche de trabajo, era domingo y mis padres habían organizado un almuerzo. Llegué casi a mediodía, pues necesitaba descansar algunas horas, ya que había llegado a casa a las nueve de la mañana.
Me presenté con la ropa adecuada para la ocasión, al que asistirían familiares y amigos, pues celebrábamos el cumpleaños de mi abuela. Hacía meses que mamá había contratado un organizador para este evento. Aunque mi abuela no era su madre, sino su suegra, era la única de todos mis abuelos que aún vivía, y tenía una relación estrecha con mamá. Supongo que es por algo que tenían en común: Ambas eran muy estiradas.
Dejé el regalo, en un lugar estipulado para ello, junto a una emotiva carta.
Al salir al patio, donde ya la mayoría de la gente disfrutaba de un aperitivo, la mirada de mi madre y luego de mi abuela fueron las primeras que me recibieron, evaluándome, no fuera que me hubiese atrevido a vestirme de manera inadecuada. Pero simplemente sonreí, mi atuendo era perfecto para sus estándares y yo sabía bien cómo comportarme, aunque en la medida en que los años pasaban yo me volvía menos lo que ellas esperaban de mí, era capaz de cumplir con sus expectativas sociales a la perfección.
— Qué bueno que estés aquí, me preocupaba que no llegaras a tiempo — habló mamá.
— Es que con ese trabajo que tienes... — añadió mi abuela de forma reprobatoria.
— Es algo temporal — mentí. — En lo que consiga algo que realmente me satisfaga.
— Yo podría hablar con Xavier y de inmediato te daría un buen lugar en su editorial.
— Abue no quiero que hagas eso, prefiero conseguir las cosas por mis propios méritos.
— No hay nada de malo en tener influencia — insistió mamá.
— Claro que hay algo malo, es algo muy injusto, le estaría quitando oportunidad a otra persona que se esforzó por llegar allí.
— Hija, a veces eres tan idealista... — Estas palabras provinieron de mi padre, detrás de mí.
— Ustedes me enseñaron a ser así — retruqué.
Era cierto, ellos lo habían hecho, al menos durante casi toda mi niñez y adolescencia. Hasta que me di cuenta de que en sus vidas no se reflejaba lo que me enseñaban, y entonces me empecé a sentir cada vez más lejana a todos ellos.
— Creo que viste lo que quisiste, y espero que esta etapa de vivir como la plebe se te pase pronto o no conseguirás un esposo adecuado... — Mi abuela comenzó esta perorata y yo, con la palabra "plebe" ya no quise escucharla, como si fuéramos de una estirpe real en la edad media o algo así.
Solo debía sonreír y dialogar frivolidades por algunas horas. Después de asentir de manera decorosa, me dirigí hacia mi hermano Bennedict. Él también acababa de llegar. Por supuesto, al primer hijo menor, se le perdonaba todo. Además, era un artista de renombre, y seguramente su arte lo había detenido. No obstante, mi hermano era el ser más dulce de la tierra, por lo que yo también podía perdonarle cualquier cosa.
— ¡Benjamina! —exclamó al verme.
— No me llames así — me quejé riendo.
De niña mis hermanos me llamaban así, pues llegué cuando Bennedict tenía ya diez años, digamos que fui algo inesperado para mis padres, y para mis hermanos fui una especie de mascota. Ellos eran un gran trío, Leo, el inteligente, Anelis, la mediadora y Ben el ejecutor. Entonces llegué yo, que no encajaba por ningún lado, a desbaratarles todo, tanto a mis hermanos, que tenían demasiada diferencia de edad conmigo, como a mis padres, que ya estaban cerca de los cincuenta y sus vidas estaban bien establecidas. Afortunadamente, el dinero compraba muy buenas niñeras.
— Eso es lo que eres.
— No es cierto.
Él era el único que seguía llamándome de esa forma.
— ¿Y cómo va tu trabajo? Estuve allí el jueves y no te vi.
— Mis días de descanso son miércoles y jueves, pero me va muy bien.
— ¿Al menos te pagan bien?
— Muy bien — afirmé sin más.
La realidad era que no solo me pagaban bien, sino el doble de lo esperado para esas horas en cualquier trabajo.
— Mamá no está contenta con que trabajes allí.
— Yo no estoy contenta con ser su hija.
— Sandy...
— Benny...
Me aparté de él y pronto me vi envuelta en distintas conversaciones. Allí estaba también mi grupo de amigos, Stella, quien era la más cercana a mí, Roy, Ángelo y Sylvia. Ellos se tomaban el tema de mi trabajo como una broma, yo entendía que cada uno tenía su profesión y que estaban a gusto con su situación familiar, por lo que no pretendía que me entendieran.
— Sabes, quizá alguna vez debamos cenar juntos — comentó Ángelo en un momento en que nos quedamos solos.
— Claro, cuando quieras y todos podamos.
— Me refiero a los dos solos — su mirada fue intensa y entendí que me estaba proponiendo una cita romántica.
— Somos amigos — comenté como para sacarlo de su ensueño amablemente.
— Por eso mismo, somos amigos, nuestras familias tienen intereses comunes, es lo deseable que estemos juntos.
— Tal vez sería mejor enamorarnos.
— Eres hermosa y rica, te amo sin dudas.
— Estas bromeando — afirmé sin saber si reírme o no.
— No.
— Mejor dejemos esta conversación.
— Claro, pero la propuesta está abierta por tiempo limitado.
— Bien, lo tendré en cuenta — asentí mientras me alejaba de él.
Era lo que me faltaba, que el que creía mi amigo me propusiera salir como si me dijera: paseemos al perro o mira ese carro de ahí. Yo aspiraba a algo más que una relación vacía por interés como la de mis padres.
Aspiraba a alguien que me hiciera sentir cosas, muchas cosas. Como Keran Ardoile, claro que él era mi jefe, y eso no estaría bien visto si quería permanecer en ese trabajo. Pero alguien como él, y además accesible, que no fuera mi jefe y, además, que tuviera interés en mí y me mirara con deseo y no como un objeto más del lugar... Suspiré.