Te Quiero y me Duele

20

El miedo crecía cada vez más, me arrastraba hasta chocar la cabecera de la cama con la espalda pero nada lo alejaba, hasta que me quedé sin espacio.

—¿Pensás que esto es un juego?—las lágrimas salían de mis ojos mientras mi cuerpo estaba paralizado.

—A-alejate.—mi voz temblaba.

Él me agarra de los tobillos y me arrastra hasta dejarme acostada en la cama. Unos gritos se escuchan desde la ventana y Diego se levanta de la cama para sacar una pistola de entre sus pantalones.

—¡Mal! —era Ryan. Me levanté en el momento en que un tiro resonó por todos lados.

Me acerqué a la ventana y pude ver un balazo en su frente mientras mi corazón latía con fuerza inhumana.

—¡No!

Diego me agarra de los brazos y me tira sobre la cama para ponerse arriba y bloquear cualquier movimiento que yo pueda hacer contra su cuerpo.

—Ahora falta deshacerme del menor y ya nadie se va a interponer entre nosotros, vos sos ¡mía!

Desperté con el corazón desbocado a tal ritmo que creí que iba a salirse de mi pecho. Mientras ponía la mano en aquel sitio entra mi hermano asustado por mis gritos.

—¿Qué pasa?—pregunta acercándose a la cama.

Negué todavía agitada y sentía que moría porque no podía recuperar el aire.

—Hey, Mal, tranquila, respirá tranquila. Estoy con vos.

Me había agarrado un ataque de pánico. Hace mucho que no me agarraba, entonces me acordé lo que Ryan me había dicho una vez y empecé a respirar con calma una y otra vez para recuperar el aliento. Poco a poco mi respiración se fue regulando y abracé a Nacho con fuerza;

El día estaba lindo, soleado, radiante, y sin nubes que opacaran un poco del azul cielo, abrí la ventana y vi hacia arriba, cerré los ojos y disfruté de un poco del sol en la cara.

Cuando Nacho se fue decidí sacar todos mis pensamientos que me amargaban el corazón y no me dejaban ser feliz. Tengo que dejar de pensar en el psicópata de Diego.

Sábado en la tarde y no tenía nada que hacer, pensaba en decirle a Mili en salir pero no tenía ganas. Volvía a mi miedo y pereza de salir. Solamente quería quedarme en casa, pasé casi todo el día en mí cuarto, bajé solamente a las ocho de la noche porque tenía hambre, en la cocina me encontré a los mejores amigos: Nacho y Ryan. Que novedad. Se juntan como si fueran los mejores amigos de toda la vida, hace tres meses se conocen.

No creas que es por vos, mí amor, no sos tan importante. Me dice la voz interior.

Okey, quizás a veces soy muy presumida pero siento que solamente lo hace para acercarse a mí, y Nacho lo ayuda. Los saludé con un «hola» general y después fui a fijarme qué podía hacer para cenar.

—¿Te quedás a cenar?—escucho a Nacho preguntándole a mis espaldas.

—Dale, me quedo.—no lo dudó.

Me di la vuelta cerrando la puerta de la heladera con mi pie y los miré con los labios apretados en un intento de sonrisa.

—¿Por qué no cocinás con Mal?—después de decir eso, mi hermano se fue como si nada dejándonos solos.

Es tan obvia su intención, y no solo eso, es que lo conozco como si yo lo hubiese parido y también sé lo que piensa.

Ryan sonríe y se me acerca.

—Lo que pasó ayer...—dice pero yo lo callé.

—Ryan, lo pensé, y lo mejor es que seamos amigos. Podemos intentarlo, no perdemos nada con solo probar.—sus ojos estaban fijos en los míos y asiente.

—Tenés razón.—¿Estoy soñando o él acaba de darme la razón?—. Podemos intentarlo.—sonreí—. ¿Qué te gustaría que cocinemos?—pregunta cambiando de tema.

—Ñoquis.—dije con una gran sonrisa.

—Te vas a sorprender lo excelente cocinero que soy.—se alaba y yo sonreí.

Puse la tabla de cortar verduras en la mesada y agarré lo necesario para cortar y hacer el tuco.

—Mientras cocinamos, ¿no tenés algo para comer antes?—sonreí.

—Sí, en la heladera hay crema de maní y mermelada de frutos rojos.

Sonríe y va hacia ella. Me alegraba que hayamos decidido ser amigos, creo que va a ser lo mejor.

Se me acerca por la espalda. Ahí estaba de nuevo, sacando su lado coqueto.

—¿Qué tenés ahí?—señaló mi cachete y en ese momento siento algo pegajoso—. Tenés crema de maní.

Lo miré indignada y yo agarré mermelada e hice lo mismo con él. Cuando alejé mi dedo me agarra del brazo y me deja con la espalda en la mesada. Sonreí sabiendo exactamente a dónde quería llegar.

—Quedamos en algo.—le advertí y él corría pelo de mi cara.

—Lo sé, y todavía no hice nada que no sea de amigos.

Ese «todavía» no me inspiraba confianza.

Sus ojos eran una locura, hermosos y se dilataban de una manera que me descolaba el mundo al completo, dejando ver un gris intenso y hermoso en ellos.

—No hagas eso con los ojos.—le dije viéndolo a ellos como si no pudiese apartar mi mirada de la suya.

El problema no era de él, sino mío, ya que sus ojos me hipnotizaban de una manera que no era normal.

—¿Qué cosa?—lo hace otra vez.

—Me estoy arrepintiendo de haber tomado la decisión de ser amigos.—dije con advertencia. Él asiente.

—Yo también.— y me besa como si fuera lo único que estaba esperando, apretando sus labios con entusiasmo sobre los míos.

Me había tomado tan desprevenida que cuando había reaccionado él estaba pasando su lengua sobre la crema de maní de mi cachete de manera sensual y coqueta.

Estoy al horno, maldita sea. Es increíble como me consume en segundos cuando está conmigo.

Cuando me besa hay algo dentro de mí que me impide soltarme, como si mi cuerpo no pudiera moverse y quisiera quedarse ahí.

Nos separamos por el carraspeo de Diego. Lo solté dejando en evidencia mi incomodidad y temor.

Que oportuno, siempre alguien nos interrumpe..., digo, no es que me moleste pero me pone nerviosa este tipo de situaciones.

—¿Qué hace él acá?—ni se molesta en disimular su desagrado.

Ryan me mira con el ceño fruncido y después a él.

—Nacho me invitó a cenar. ¿Por qué tanta mala onda?—pregunta extrañado.




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