RYAN
Suspiré y cerré la puerta de la casa tras despedir a mi novia de hace cinco minutos.
Mía y yo nos conocimos en Francia, pero a Mal le dije que la conocía hace unas semanas, quería que viera que así como le declaro mi amor, soy capaz de deshacerlo, aunque sea mentira, pero ella no lo sabe. Quiero que ella sienta lo que yo ante su desprecio, no me malentiendan, no quiero que sufra, pero sí que vea que duele amar y no ser amado, que duele estar todo el tiempo tras una persona que dice que no te ama, pero cuando te le acercás un milímetro de más se derrite en tus brazos. Quiero que ella sienta celos, que enloquezca al verme con ella así como yo enloquecí al verla con mi hermano.
Sé que quizás no estoy tomando el mejor camino, ni mucho menos la mejor decisión, pero necesito saber que no son mis imaginaciones y que ella de verdad me ama, y si se mantiene sin sentimientos, voy a dar por perdidos a los que creí tener por ella.
Juzgenme si así lo desean, pero no encuentro otra manera de hacerle ver que no fue mi imaginación, y que los besos que nos hemos llegado a dar significaron mucho para los dos.
Eran las once de la noche y en vez de irme a mi cuarto preferí salir a fuera para tomar un poco de aire, el viento nocturno me hacía estar en calma. Cinco minutos después llega una moto y en seguida sale Malía de la casa, había comprado helado.
—Que pase una buena noche.—dice el chico delivery.
—Igualmente.—responde ella con una sonrisa y me mira.
Deja el helado dentro de la casa, fueron dos segundos así que supuse que lo dejó en el recibidor, para después volver a fuera y acercarse a mí.
—Hola.—dije.
—Hola.—responde ella nerviosa.
Fue un saludo normal, y se sintió como si fuésemos dos extraños que no saben qué tema de conversación sacar.
—Compré helado porque me gusta mirar una película en la noche, y el helado no podía faltar.—dice ella con esa vocecita tímida que tenía cuando se sentía inquieta.
—Es una pena que no estés acompañada, digo, al menos que lo estés y no quieras hacer esperar a tu cita.—dije yo con indiferencia.
Se muerde el labio y se acerca ya que estábamos muy distanciados. Ella en su porche y yo debajo de las escaleras.
—De hecho... Estoy sola. Y si vos querés podés acompañarme. No me molestaría.
Me encantaría aceptar y poder estar con ella, pero no. Tenía que hacerle ver que no la necesito cerca mío hasta para respirar. Que puedo estar lejos suyo.
—Me encantaría pero no puedo.—su sonrisa nerviosa se borró y empezó a jugar con sus dedos—. Ya es tarde y mañana tengo que trabajar.
—Tenés razón.—baja la mirada hacia el suelo y después vuelve a mí—. Mañana tenemos que ir a la escuela y yo te estoy molestando... Perdón, mejor me voy a descansar.—sonreí con pena y asentí.
Ella se acerca con duda y a la vez decidida, así de indecisa y vueltera estaba, pone su mano en mi hombro y me da un beso en el cachete para retirarse.
Estaba rara, diferente, sobre todo conmigo, y si me llegara a enterar que de verdad la estoy dañando demasiado, termino con todo, con tal de no verla sufrir. Ese es su poder sobre mí. Mi debilidad.
Cuando me dio la espalda para irse se queda inmóvil, no lo entendí hasta que vi a un tipo caminando por la calle, pero no era cualquier tipo, sino uno de los cinco hijos de perra que me golpearon en la calle sin razón, pero ella parecía conocerlo ya que al volver a mí estaba pálida. El imbécil también se queda estupefacto al verme, o al vernos, ya que su mirada también se dirigió a Malía.
—Hijo de perra.—fui sin dudarlo hacía ese imbécil y lo agarré del pecho de la remera—. Vamos a ver si sos tan macho sin los otros matones.
—Ryan, ¿de dónde lo conocés?—la voz de ella temblaba.
—Este es uno de los cinco que me golpearon sin yo saber por qué.
—Tanto tiempo, preciosa.—dice él sin importarle que yo estaba agarrándolo.
—¿Lo conocés?—pregunté con el ceño fruncido.
—Él...—la miré sin soltar al individuo mal nacido—. Fue uno de ellos, Ryan. Él... Estuvo esa noche.—no tuvo que decir más.
—Esa mina está loca.
—¿Loca? El único que la puede tratar de loca soy yo.
Lo agarré del cuello pero antes de que pudiera revolcarlo en el suelo para molerlo a trompadas me vi con un arma en la frente.
No la vi, pero a mis espaldas pude imaginarme a Mal tapándose la boca con horror y lágrimas en los ojos. Ese simple hecho me dio impotencia y en un movimiento rápido le arrebaté el arma de las manos provocando que esta cayera al suelo, y ahí sí pude empezar a darle trompadas encima suyo sin parar.
—¡Vas a pagar por haberle puesto tus asquerosas manos encima!—enfaticé cada palabra mientras mis golpes sobre su cara no cesaban.
—No es mi culpa que la pendeja esté buenísima.—al escucharlo decir esas palabras vi negro.
Esa vez sí estaba dispuesto a todo, a vengarme, y a vengarla. Este hijo de puta no cuenta ninguna historia.
—¡Ayuda, por favor!—gritaba ella sin parar y con miedo.
—Ryan, pará, por favor.—la voz de mi hermano y de Nacho evitando que siga no me importó en lo absoluto, seguía tan rabioso que podría matarlo a puño limpio.
—Quieto.—al escuchar el sonido del arma de las manos de Malía hizo que me helara.
El chabón se levantó y la miró con cinismo.
—Preciosa, no vas a disparar, en tu vida viste un arma, vas a romperte una uña.—quiso acercarse con cautela pero ella cargó el arma provocando que todos nos quedemos inmóviles.
—Me cagaste la vida, ahora vas a sentir el dolor que sentí yo, solamente que el tuyo va a ser más físico que emocional.—sus lágrimas no paraban de salirse de sus ojos sin parar. Estaba aterrada, y deduje que no era lo que ella quería.
—Mal, por más hijo de puta que sea no hagas esto, no te lo hagas a vos. Él no vale la pena. Creéme que por eso no seguí golpeándolo hasta matarlo, porque la muerte no es suficiente para una lacra como él.