Faltaban diez días para el baile de bienvenida a las vacaciones de invierno y estaba nerviosa porque seguía sin saber qué me iba a poner. El vestido ya lo tenía pero faltaba todo lo demás: zapatos, maquillaje y peinado.
—Yo te voy a hacer el peinado, cielo, no te preocupes.—dice Jenna acariciando mi cara y yo sonreí.
—Y el maquillaje lo hacemos juntas.—sigue Mili.
—Sí, pero necesitamos algo más.—me quedé pensativa.
Tía Jenna nos iba a acompañar porque el profesor de literatura la invitó. Están saliendo.
—Necesitamos hacernos las uñas, depilación definitiva y mascarillas.
Algo raro estaba pasándome, la que se altera por estas cosas no soy yo, sino Mili. Nuestros papeles se estaban invirtiendo.
—Amor, tenemos diez días para hacer todo eso, el maquillaje y peinado lo vemos el mismo sábado, no te hagas tanto la cabeza.—me tranquiliza Jenna.
Suspiré y asentí.
La noche había caído, después de la escuela tuvimos esa charla las tres para ver qué hacíamos para el baile, estaba nerviosa, a las cinco de la tarde nos fuimos de compras. Me había comprado unas zapatillas con plataforma hermosas para que combine con el vestido porque si usaba zapatos iba a estar incómoda toda la noche. Además mi vestido era largo y era muy poco lo que se iban a notar los calzados.
Me acosté a dormir, bueno, cerré los ojos para intentar conciliar el sueño pero era imposible. Suspiré y de mala gana acomodé la colcha.
La puerta se abre y mi corazón se aceleró. Me olvidé de cerrar con llave, todo era más desesperante al escuchar el sonido de la puerta tan siniestro como en las películas de terror.
No puede ser.
Me hice la dormida y me tapé hasta el cuello. En ese instante y en ese sitio sentí una mano pesada asfixiándome.
—Te doy oportunidades para que los idiotas de al lado sobrevivan, pero vos no ponés de tu parte.—mi respiración era agitada—. ¿Qué tengo que hacer para que sepas lo que te conviene?—apretaba cada una de sus palabras para contenerse y no gritar.
—Yo... no hice nada.—respondí con la voz quebrada por la falta de aire.
Me suelta y va a mi cajón para sacar una ruana y taparme la boca.
—No grites.—apreté los ojos con fuerza y las lágrimas salieron.
Deslizó las sábanas por mi cuerpo hasta destaparme y se subió encima, cuando quise sacar la ruana de mi boca agarró mis manos y las sostuvo arriba de mi cabeza con fuerza.
***
Desperté con los ojos pesados casi sin poder abrirlos, me puse boca arriba y busqué el teléfono por la cama, solamente arrastrando el brazo con lentitud se cansó como si hubiese levantado pesas de diez kilos. Ojalá estuviese exagerando. Llamé a Mili con la voz débil y le pedí que viniera urgente y que no quería preocupar a Jenna o a Nacho.
Llegó abriendo la puerta y cerrándola con el pie ya que traía un desayuno.
—No tenías que contarme ya que supuse lo que había pasado.—dice enojada—. Tras mi molestia te traje un desayuno, apuesto a que una mejor amiga como yo no se consigue en la vuelta de la esquina.—sonreí y con suavidad me senté apoyando la espalda en la pared.
—Sos la mejor del mundo mundial.
—Ya lo sé.—dice encogiéndose de hombros.
Comimos un rico desayuno que compró en el camino, no es por ofenderla, pero ella no hace ni un huevo duro. Somos iguales en ese aspecto.
—Te dije hace semanas que tenías que denunciarlo. Mal, te estoy dando la oportunidad de que hables vos.—me advierte. Asentí teniendo muy en claro eso.
—Sí, pero justo cuando lo iba a hacer Ryan casi muere y si yo hablaba no iba a decir qué antibiótico era el que deshacía el veneno.—le recordé.
—Por eso, hay que mandarlo a la cárcel antes de que lastime a todos.—negué.
—¿Te pensás que es él solo, amiga?—pregunté retóricamente. Solo me mira—. Son muchos los matones que están con él, y puede ser peor.
—¿Peor que el que te mate?—pregunta molesta.
—Todo va a estar bien, Mili.
—¡No, no lo va a estar!—responde alzando la voz—. Hoy te vas a ir a dormir a mi casa. Hablamos con Jenna y te quedás una semana conmigo.
Sonreí—. Gracias amiga, pero un día está bien. Anoche fue un error que cometí al olvidarme de cerrar la puerta con llave.
Terminamos de desayunar cambiando completamente de tema ya que sino de lo contrario se me iba a cerrar el estómago.
Se quedó todo el día en casa, la pasamos encerradas en el cuarto y me enseñó a jugar al truco con las cartas. Bueno, intentó hacerlo porque era malísima. Incluso me hizo un dibujo con las cartas que tenían más valor y las que valían menos.
—No tiene caso.—dije soltando las cartas en la cama—. No entiendo.
Suspira—. Sigamos después.—decide y suelta las suyas también.
—¿Qué hacemos ahora?—pregunté resignada.
—¿Salimos en la noche?—su cara se ilumina.
—¿A dónde?—pregunté con una sonrisa.
—Al Kraken. Al de siempre.—asentí con un poco de duda.
Se levanta emocionada y me señala el baño indicando que vaya a darme una ducha.
Estando en la puerta de este me vuelvo a ella.
—Dudo sobre si debamos ir...
—¿Lo decís porque tenés miedo? Vamos con los chicos.—resuelve y me empuja dentro del baño con la toalla en mi hombro, cierra la puerta detrás mío.
No me dejó casi ni hablar porque sabía que iba a negarme a la salida tan repentina que organizó.
El agua caía por todo mi cuerpo y los flashback también.
«—Son mafiosos, Malía, ganan millones haciendo cosas ilegales, no te creas que les va a costar ir de un país a otro.
—No seas idiota.
—Te tengo una noticia, bonita: soy demasiado idiota, así que llegaste tarde para impedirlo».
Suspiré y empecé a lavarme la cabeza.
Y pensar que ese recuerdo pertenece al día de nuestro segundo beso.
«—El hecho de que me tengas a tus pies como un imbécil no quiere decir que vaya a hacer lo que vos me digas, porque soy idiota. Me enamoro como idiota, y arriesgo mi vida como idiota, así soy. Y no vas a cambiarlo».