llamada interrumpida

El teléfono sonó y mi corazón se aceleró como siempre que veía su nombre en la pantalla: Mi amorcito. Así le llamaba yo a Yeisel. Contesté rápido, como si temiera que se arrepintiera de llamarme.

—Aló… —dije en voz baja, intentando sonar tranquila.
—Hola, mi bebé —respondió él con esa voz que siempre me hacía sonreír, un poco cansada, pero dulce—. ¿Qué pasa?

Tragué saliva. No sabía por dónde empezar. Había algo dentro de mí que quería decirle, algo que me quemaba en el pecho, pero las palabras se me enredaban.

—No sé cómo decírtelo… —susurré, y en ese instante sentí el corazón golpearme con fuerza.

Justo cuando iba a continuar, la puerta de mi habitación se abrió.

—Princesa, ¿vas a cenar antes de que sea más tarde? —dijo mi madre con su tono tierno, pero firme.
—Está bien, mamá, voy en un rato a la mesa —respondí, intentando que no notara la llamada.
—Jeilin, dame el teléfono y ve a comer —me dijo, extendiendo la mano.

No tuve opción. Solo alcancé a escribirle un mensaje rápido a Yeisel: “Creo que…”
Antes de que pudiera terminar, mi madre ya había tomado el teléfono de mis manos.

Suspiré y me dirigí a la mesa, con la cabeza llena de palabras que nunca logré decirle

Me senté a la mesa mientras mi madre servía la cena. Ella me miró como si supiera exactamente lo que me preocupaba, aunque nunca lo dijera en voz alta.

—Come, y no lo pienses más —me dijo con voz suave—. Ya vas a ver que todo va a salir bien.

Por la forma en que lo dijo, cualquiera hubiera pensado que se refería al viaje. Y quizás tenía razón… pero yo no estaba pensando en eso. Lo mío iba más allá, algo que no me atrevía a confesar ni siquiera en silencio.

Asentí, fingiendo tranquilidad, aunque dentro de mí la confusión era más grande que el hambre.

Lo único que tenía claro en ese momento era que no veía la hora de volver a hablar con Yeisel. Necesitaba escuchar su voz otra vez, terminar aquella frase que había quedado atrapada entre mis dedos antes de que mi madre me quitara el teléfono.