Francisco estaba emocionado, había ahorrado suficiente dinero para malgastarlo en dos segundos. Entró en la librería agarrando fuertemente la mano de su hermanito menor, lo condujo al área de libros infantiles, lo sentó y le rogó para que lo esperará tranquilamente ahí. Luego, corrió hacia el estante repleto de historietas y comenzó a buscar.
Cogió Los 10 años que más te amé, False memories, Mao dao zu shi, Abrázame fuerte, fue apilándolos y emocionándose porque al fin estaba sosteniendo tremendas joyas. Discúlpenlo, él es un gran fanático de los cómics, sobre todo del género Boys Love. Y todo era culpa de su mejor amiga. La conoció en su primer año de primaria y, con el pasar de los años su amistad se reforzó, tanto así que, la chica le contó sin penas sobre aquel glorioso paraíso. Al principio se iba a rehusar a leerlos, pero la pasión con la que su siempre amix never enemix relataba aquellas historias románticas (y homoeróticas), logró conmover su corazón. Y cayó en ese mundo fantasioso del cual nunca pudo salir.
Sus ojos y sus manos estaban sincronizados mientras buscaba el último manhua que quería, pero mientras más pasos daba de costado, más se entristecía pues se alejaba de la zona del mágico BL. Levantó la vista sin ganas y frente a él apareció, al parecer, el último ejemplar que quedaba de Here u Are. Chilló internamente de alegría y se apresuró a tomarlo, pero sus manos chocaron con otras un poco más grandes.
Frunció el ceño levemente. —Perdón, pero yo... —Se calló automáticamente al ver a Alexander Buenaventura. —¿Enserio? —gruñó. —¿Por qué un viejo como tú quiere un manhua?
El mayor sonrió, Francisco, a sus ojos, era adorable enojado. —Ay, pequeño Didi, ¿Cuándo me tendrás un poco de respeto?
Francisco se sonrojó, desde la primera vez que se conocieron Alexander lo llamaba Didi, con el pasar del tiempo el llamado se volvió meloso, según Francisco todo con el fin de fastidiarlo y sacarlo de sus casillas. Pero, la verdad oculta tras el ceño fruncido era que se había acostumbrado al apodo y, había terminado gustándole.
—Yo lo vi primero.
—Yo lo cogí primero, Didi.
Sus manos seguían juntas, una encima de la otra, sin ninguno queriendo soltar ni la más mínima parte del manhua, acompañado de su intensa batalla de miradas; dura por parte del menor (Francisco) y juguetona por el otro lado (Alexander). Francisco iba a pellizcar la muy cuidada mano del oponente hasta que escuchó una voz dramática familiar.
—¡Hermanoooo, necesito ir al baño! —Su hermano podría tener siete años, pero el arte de ser exagerado corría en sus venas. —Oh, ¡Hola, Gege! —Y volviendo a su acto dramático. —Es muuuuuuuuuuy urgente.
—Vas mejorando tu chino, Fer. —Alexander le removió el cabello al menor.
Fran rodó los ojos. —Fernando, aguanta un poquito, el señor Buenaventura y yo estamos resolviendo un problema.
Alexander, con su aire de superioridad se acercó sin titubear hasta la oreja del pelinegro. —Acepta que perdiste, Didi. —Cabeceó señalando al pequeño niño. —Llévalo ahora o tendrá un accidente.
Fernando asintió eufóricamente y comenzó a jalonear a su hermano de la pierna.
—¡Bien, bien! Pagaré esto rápido y vamos al baño.
Mientras Francisco se dirigía a pagar las cuatro historietas que había escogido, Alexander leía la trama de la que tenía en mano. Fue un impulso lo que le llevó entrar a la tienda cuando al pasar por afuera, vio a Francisco concentrado eligiendo. Y otro impulso lo llevó a querer coger el mismo manhua que el menor. Alexander sonrió, lo más interesante de haberse mudado a los Condominios Los Claveles junto con su hermano había sido conocer a su vecinito.
Cuando vio como Francisco y su hermanito salían corriendo hacia los baños, se dirigió a la caja para pagar el manhua que, al parecer, trataba de una relación entre dos hombres. ¡Qué gustos más interesantes tenía aquel pelinegro!
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—Lleva con cuidado los huevos. —cansinamente Francisco dictó.
Luego de su derrota ante la bestia castaña, realizó las compras que su madre le había encargado antes de salir del departamento. Se sentía explotado, cargando dos grandes y pesadas bolsas en cada mano, suspiró y recordó lo bueno que era ser pequeño, ¡siempre le tocaba las bolsas más ligeras! Y ahora, sus pobres manos terminaban con marcas rojas de la fuerza que ejercía. Puchereó.
Antes de entrar al edificio, dejó las bolsas en el suelo para descansar y buscar de paso las llaves en sus bolsillos, mientras su hermano le hacía muecas al regordete perrito del vecino. Francisco alzó las cejas en sorpresa al darse cuenta que en ninguno de sus bolsillos estaban las llaves, quizá era momento de entrar en pánico. Podría avisarle a su madre que olvidó las llaves dentro de casa, pero ella le diría que la espere en el departamento del vecino, por algún motivo, su mamá y Alexander se llevaban bien. Francisco apoyó su cabeza en la pared, ¡vaya día de mierda!
Primero se tropezó con su propio pie cuando iba bebiendo café hacia su cuarto, terminó ensuciando su pijama nuevo de Theory of Love, luego le robaron el manhua que tanto anhelaba y ahora tendría que quedarse esperando en pleno pasillo porque no estaba dispuesto a entrar a la caverna donde vivían los Buenaventura. Francisco giró para avisarle a su hermanito, pero el más pequeño había desaparecido ¡con los huevos!
—¡Fernando! ¡Fernando! ¿Dónde estás? ¡No vayas a romper los huevos! ¡Fernando!
—¡Hermano! —escuchó en respuesta.
Se asustó cuando vio como Fernando corría con la delicada caja de huevos siendo perseguido por un demonio rechoncho. ¡El día solo podía ponerse peor!
—¡Fernando, no lo atraigas para acá! —Gritó, queriendo meterse dentro del edificio, pero recordando que no podía dejar las bolsas tiradas en la vereda.
Fernando siguió corriendo y aquella bestia llegó a pasarlo, corriendo desenfrenadamente hacia un espantado pelinegro.
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Editado: 23.03.2025