Tekualnesi

Capítulo 9

– No tenías ningún derecho a decirle a un completo desconocido en donde vivo.

El día anterior no logró confrontar a la llorica de Samanta, pero ese día nada la detendría. Samanta abrió los ojos entre sorprendida y asustada, seguramente en un principio no supo a quien se dirigía; si a la chica de cabello morado o a ella. Cuando su lento cerebro captó que su enfado era exclusivamente para ella, se levantó del suelo y miró a su alrededor como si no supiera qué hacer o qué decir.

– ¿Qué?

Cinthia puso los ojos en blanco, la estupidez de su compañera la estaba sacando de juicio.

– Tomás fue a buscarme el domingo a mi casa –le informó a Samanta con una sonrisa –. Tu querido amigo Santiago me echó la culpa de todo lo que ha ocurrido y su tonto primo fue a echarme pleito frente a mis padres.

– Yo… –Samanta parpadeó dos veces –. No creí que fuera a tu casa, creí que era simple curiosidad o algo así.

¿Simple curiosidad? Sí, claro, como si ella le fuera tan interesante al zoquete ese. Pudo haber explotado en ese momento, pudo comenzar a gritar y a ofender a la chica frente a ella, pero era una pérdida de tiempo y energía. Nada ganaría con discutir, por lo menos no esa vez.

– No vuelvas a hacerlo.

Lo dijo en un tono que no admitía discusión, la mirada avergonzada de Samanta le indicó que había captado la orden. Dio media vuelta para alejarse de las dos chicas lo más rápido posible cuando una figura conocida con un suéter negro apareció como salida de la nada. Tania pareció sorprendida de verla, pero no dijo nada; al parecer no pensaba toparse con ella.

– Santiago no vino ayer y no creo que se aparezca hoy; nuestra última clase empieza en un minuto y no estaba cuando llegué al salón.

¿Y a ella qué le importaba? Ah, claro. La noticia iba dirigida a Samanta, no hacia ella.

– ¿Y por qué no estás en tu clase? –preguntó Cinthia desconcertada, ella no habría perdido una clase sólo para avisar que un compañero no había ido –. Hace mucho calor, ¿no te molesta el suéter?

Durante una milésima de segundo, Tania se notó incómoda, incluso frunció el ceño.

– Quería que lo supieran, no creí que su idea de regresar a Guanajuato fuera en serio.

Cinthia advirtió que había evitado su última pregunta.

Tomás le confirmó que Santiago se largó, si tan sólo Tania supiera que Santiago le confesó por teléfono la verdad a su primo y la cosa no había terminado muy bien. Se preguntó si debía contarles lo sucedido el domingo, Santiago era amigo de las tres chicas frente a ellas, estarían interesadas en ello. Aunque la de cabello morado sobraba por completo.

– ¿Y por qué no ha venido? –la de cabello morado se levantó, sus dos compañeras se sobresaltaron; Tania no la había visto y Samanta se olvidó de ella –. ¿Estará enfermo?

Cinthia casi suelta una carcajada, si esa chica supiera en lo que andaban metidos. Si ella era la tal Mónica, le tenía una pizca de envidia, menuda de la que se había salvado. Tania y Samanta intercambiaron una mirada angustiada antes de que una se dignara a responder.

– Posiblemente, le enviaré un texto al rato.

Tania era toda una campeona, ni siquiera parpadeo o titubeó al decir las palabras. Ella seguramente habría reído; cada quien tenía cualidades distintas, ella, por ejemplo, sabía manejarse en situaciones bajo presión.

Sintió pena por Mónica, era tan ignorante… la realidad era un tanto más oscura que una enfermedad, era más bien una maldición.

Cinthia admitió que envidiaba a Santiago, él ya había terminado con ello, no sabía qué harían las sombras con él, pero el riesgo de ser devorado era nulo. Por un instante meditó seguir aquellos pasos; escapar, huir, dejar toda esa mierda de lado. No era viable, no tenía una buena excusa y dudaba que sus padres aceptaran que se fuera de la ciudad… para siempre. No tenía familiares cercanos en algún lugar de la República y mucho menos fuera del país. Aparte, estaba el tema de la escuela, ya había perdido un año, no quería perder un segundo.

¿Sus compañeras estarían meditando la misma cuestión? Tania no vivía con sus padres, pero sus padres sí vivían en la ciudad, recordó que una vez su compañera mencionó algo sobre familiares en Sonora, ese lugar estaba lo suficientemente lejos de ahí. ¿Por qué no había desertado tal como Santiago? Prefería no preguntar. En cuanto a Samanta, no la conocía muy bien, vivía con sus padres, sus hermanos ya eran grandes e independientes, pero hasta ahí terminaban sus conocimientos sobre ella.




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