Tekualnesi

Epístola

 26 de julio de 1536

Estimada Srta. Citlali:

Le escribo de manera precipitada y me dirijo a usted con esta informalidad porque así me fue ordenado; le ofrezco una sincera disculpa por ello. Soy un emisario cuya única misión es escribir y asegurarse de que esta carta llegue sana y salva a sus manos.

Últimamente se han presentado varios asesinatos en el pueblo y un par de personas han sido atacadas, los indígenas creen que despertamos a un dios antiguo y el castigo por perturbar su sagrado descanso es dicha oleada de muertes. El joven señor Lozano de Velázquez y yo distamos de tal conjetura y decidimos investigar a fondo. Hacía una semana aproximadamente, nos topamos con una figura encapuchada merodeando por el bosque, reunimos el valor necesario para enfrentarla y los resultados no fueron los esperados, pero conseguimos respuestas.

No le puedo comunicar por medio escrito toda la información que logramos recabar, pero le aseguro que este personaje no sólo resultó ser una pieza clave en la masacre, sino que reveló la forma de detener la maldición que ha caído sobre nosotros.

Le ruego que no vuelva al pueblo aún, las cosas están por empeorar, sobre todo ahora que haremos lo posible por terminar con el autor del crimen antes descrito.

La noticia acerca de su próxima boda ha logrado apaciguar el terror en los habitantes, es un eficiente distractor en medio de tanto caos, las mujeres no han detenido los preparativos y los hombres no paran de rumorear sobre su prometido. Todos estamos deseosos de conocer al misterioso hombre que robó su corazón. Después del asunto con el soldado y el deceso de sus padres, creímos que jamás amaría de nuevo.

Si los voluntarios y yo no sobrevivimos al encuentro con el asesino, alguien más se pondrá en contacto con usted para informarle los avances de la misión. El joven Lozano de Velázquez quiso participar de forma activa en el enfrentamiento, pero se lo prohibimos, es demasiado importante en el pueblo y no podemos arriesgar su vida. Me pidió que le enviara un saludo y ruega por su perdón; después de tanto tiempo, aprendió a aceptar su error.

Sin más por el momento, mis mejores deseos, usted tal vez nunca me conozca, pero yo sí y estoy seguro de que es una buena mujer que no merece el destino que la vida le tenía preparado.

Atentamente: Un emisario.    




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