Tekualnesi

Capítulo 2

Fue una pésima idea llevar a sus compañeros al bosque, desde la noche anterior intuyó que algo extraño ocurría y aun así los invitó. El rostro blanquecino se desvaneció y en su lugar comenzó a extenderse una espesa niebla. Un escalofrío la recorrió, prefería mil veces una indefensa niebla a un aterrador rostro acosador, pero no por ello estaba más tranquila.

A su lado, Samanta gritó el nombre de su compañero desaparecido y lo siguió hacia la penumbra. Los otros dos acompañantes no tardaron en imitarla. Todo en ella se rehusaba a seguir adelante, pero la causante de la situación era ella y no podía dejar desamparados a sus compañeros de universidad. Entraría de nuevo y esa vez otras cuatro almas dependerían de ella.

En contra de cualquier pronóstico, el interior de la cueva lo sintió más acogedor que cualquier otro punto del bosque. Las respiraciones agitadas de sus compañeros hacían eco entre las rocas, se encontraban un poco más allá de donde ella estaba. Sacó la botella de agua y tomó un largo trago, tenía la garganta seca.

Santiago estaba recargado contra una roca grande, su pecho subía y bajaba rápidamente, pero lucía más tranquilo. El sudor le perlaba la frente y el cuello, pero apostaba a qué cualquier rastro de la picazón y el abrumador calor habían desaparecido.

– ¡¿Qué mierda fue eso?! –gritó Tania –. Me pegaste un susto y tuve que correr como estúpida.

– Cada quien corre como quiere...

– Cállate Fer, no estamos para bromas.

Tania estaba tan alterada como ella, aunque Cinthia sabía controlarse mejor. Por el momento nadie estaba siendo víctima de un ataque de calor y comezón, así que no todo estaba jodido, pero sentía que todo iba a empeorar.

– ¿Por qué corriste hacia acá? –preguntó sin apartar la mirada de su compañero –. Pudiste tomar otra dirección.

– No pensaba claramente –Santiago la miraba casi asustado –. Sólo quería deshacerme del calor y mi cuerpo me condujo hasta acá, fue espontáneo.

Cinthia asintió, lo mismo ocurrió el día anterior; terminó en la cueva. Su cuerpo la condujo hasta allí.

– ¿Creen que haya agua aquí adentro?

– ¿Te refieres a un lago? –preguntó Samanta con la voz entrecortada –. Porque si quieres tomar agua yo traigo en mi botella.

– No, me refiero a un río o lago subterráneo. Tal vez tu mente te trajo aquí porque creyó que había un cuerpo de agua cerca...

Fernando la miró confuso, incluso soltó una carcajada amarga. De todos, él parecía ser el más ebrio. Bueno, ahora que lo procesaba, no encontraba forma lógica de que la mente de Santiago pensara que había agua dentro de esa cueva... sonaba idiota si lo pensaba bien.

– No digas mamadas, mejor levántense y larguémonos de aquí.

– Concuerdo con él –Tania observó la entrada de la cueva –. Algo me incomoda.

Ella no concordaba con Fernando, pero todos querían salir, así que no le quedó de otra. Para su mala suerte, el exterior seguía sumido en la blanca y gruesa niebla, apenas podían ver dos pasos delante de ellos, arriesgarse a emprender el viaje de regreso era una operación tanto estúpida como suicida.

– ¿Y ahora qué?

– Esperamos –le dijo a Santiago –. Gracias a tu chistecito esperaremos a que la niebla se disuelva.

– ¿Qué hora es?

Fernando formuló la misma pregunta que tenía en mente. Sacó de su bolsillo el teléfono móvil color negro, el reloj marcaba las siete. No era tan tarde, no había razón para que la niebla hiciera aparición. Por dios, nunca en sus varios años de visitas se enfrentó a una neblina. Algo muy extraño estaba pasando y no le gustaba.

– Las siete, no creo que la niebla dure mucho, pero hay que estar atentos por cualquier cosa.

Regresó a la profundidad de la cueva, seguía teniendo curiosidad por el cuerpo de agua, en algún lugar debería haber un lago o río subterráneo. Dejó su mochila junto a la roca en la que Santiago se recargó y siguió caminando hasta toparse con el ciempiés, estaba muerto, no estaba segura de que fuera el mismo, pero en definitiva era un ciempiés. Tragó saliva y siguió, más adelante, un frío bajó por su espalda y entonces se dio cuenta del inquietante silencio que la rodeaba.

– Tania, Fer, Sam, Santiago.

Nadie respondió. Se había alejado demasiado, pero no había prisa por volver, la niebla no desaparecería de un momento a otro. Se adentró cada vez más hasta escuchar un murmullo. Llegó a una gran explanada en donde el murmullo del agua se convertía en un suave gorgoteo, bajo aquella roca en donde estaba parada, un lago de oscuras aguas la invitaba a sumergirse en él.

Durante unos segundos se quedó observando su reflejo: No podía ser ella, aunque físicamente tuviera similitud, la mirada de aquella chica era azul, triste, vacía e infeliz; los labios rosas formaban una mueca de profunda tristeza; el flequillo color chocolate, no negro como el de ella, caía sobre su frente. La piel oscura desprendía un extraño brillo. Una lágrima recorrió su camino hasta llegar a la comisura de sus labios. Y entonces en el reflejo apareció la forma de otra persona; un ser que con sus labios borró aquella lágrima cristalina.




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