Tekualnesi

Capítulo 3

No se atrevió a mirar un espejo ni para maquillarse, por lo cual no lo hizo. Salió del cuarto de baño sin decir una palabra ni emitir sonido, ya no confiaba en su mente, no podía hacer algo sin que su extraño cerebro retorciera la situación.

Entró a su habitación dispuesta a arreglarse para una cena a la cual no quería asistir. Se sumió en el armario en busca de un atuendo decente; un vestido azul o tal vez uno rojo, ninguno le pareció apropiado ni cómodo. Intentó con uno color negro, pero su piel oscura no hacía buen contraste. En lo más recóndito del armario, se topó con un ligero vestido blanco con rosas y tirantes delgados, no era muy formal, pero bastaría. También tomó un saco para cubrir a piel de miradas indiscretas...y del frío.

Decidió utilizar los pendientes de plata que su madre le regaló un par de años atrás por su cumpleaños, nunca los había utilizado porque, a pesar de ser muy bonitos, no eran su tipo.

Dos toques en la puerta la sobresaltaron, su madre se asomó con una sonrisa plasmada en el rostro.

– ¿Ya estás lista? –preguntó alegremente, ignorante a los sucesos que, momentos antes, su hija había vivido –. Tu padre llegará pronto, ya va retrasado.

– Estaré contigo en un minuto.

Su madre le dedicó una última mirada cariñosa y la dejó en su soledad. Cerró los ojos por un segundo, su cuerpo se sentía tenso y entumido, hacía cosas en automático y no dejaba de pensar en la sangre caliente del señor, salpicada en su rostro. A las nueve y media (impuntual como siempre) su padre llamó para que salieran.

– ¡Luces hermosa! –su madre depositó un beso en su mejilla, aquella que una hora y media antes estaba manchada –. Mi hija se ha convertido en una mujer bellísima.

Era mentira, Cinthia jamás sería bellísima, por lo menos no como su madre. No habría de sentirse opacada por la mujer que le dio la vida, pero siempre que salían, la gente miraba al menos dos veces a su madre, a ella apenas le dirigían una mirada. No era bella, eso lo tenía bien claro.

– Tu padre se pondrá feliz al verte.

La dulce voz de su madre la sacó del ensueño, sacudió la cabeza fingiendo que acomodaba su cabello y salió de la casa.

El coche de su padre era un Alfa Romeo, no sabía qué modelo ni le interesaba saberlo, los coches no eran de su interés. El metro ochenta de su padre se alzaba imponente junto al automóvil, en ese momento tuvo el fugaz pensamiento de que más que un hombre de negocios, parecía un guardaespaldas.

Su madre, en unos tacones enormes y plateados, salió casi saltando a saludar a su esposo. No entendía ese don otorgado a la mayoría de las mujeres para caminar, correr o saltar en unos zapatos más parecidos a zancos. No es que ella nunca usara tacones, pero terminaba con un terrible dolor y la promesa de no usar ese tipo de zapatos de nuevo.

Por un instante se sintió tonta, su madre se había arreglado demasiado, Cinthia no estaba a su altura. Tal vez debió maquillarse un poco, un vistazo al espejo no le habría causado mayor mal; sí, estaba alucinando, pero podría superarlo. Un poco de rímel y brillo labial no la habrían hecho enloquecer más de lo que ya estaba. ¿O sí? En tal caso, ya no era momento de arrepentirse, después de todo, no estaba tan mal, lo peor que podría pasar es que la confundieran con una chica de diecisiete años. Al menos el saco cubría sus rasguños.

– Veo que elegiste un buen atuendo –su padre puso una mano sobre su hombro –. Te ves hermosa, apuesto a que todos quedarán asombrados.

Una voz de alarma sacudió su cabeza. ¿Todos? Eso sonaba a manada, ellos eran tres...no podía creer que a su padre se le ocurriera...

– Estarán presentes mis socios y sus hijos, queremos celebrar juntos este trato.

Puta mierda, lo que faltaba. Intentó mantener una expresión neutra, el disgusto en sus ojos debía pasar desapercibido o su padre la reprendería. Una buena hija se alegraría por aquel logro, esa vez se había superado así mismo, debería estar feliz...pero sólo podía pensar en lo terrible que sería estar rodeada de gente desagradable. No le eran del todo desconocidos, pues no era la primera vez que su padre los juntaba, pero no eran amigos; por dios, no eran más que los hijos de los socios a los que prefería evitar.

Subió al coche mientras tragaba saliva; inexpresiva y bien portada, Cinthia no quería hacer enojar a su padre. Nunca la había golpeado, ni siquiera gritado, pero la mirada decepcionada que le dirigía cada vez que lo hacía enojar era el peor castigo.

El sonido del motor al cobrar vida le molestó, el rugido inicial guardaba similitud con el gruñido de la criatura sobrenatural. Distraídamente, rascó su hombro, luego siguió con su antebrazo hasta llegar a la muñeca, el ya conocido calor sofocante comenzó a atacar su cuerpo. No otra vez, ¿qué carajo significa? Abrió la ventana y el aire fresco golpeó su rostro, soltó un suspiro de alivio, el calor apaciguó hasta desaparecer. Echó un vistazo a las casas que dejaban atrás mientras el auto cobraba velocidad, en el patio de una de ellas, el rostro blanquecino la saludó y le guiñó un ojo, pero no sonreía.




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