Tensión Textual

15. Gotitas de alegría

Narrado por Holly

Después de las hirientes palabras de Jordan que fueron tan dolorosas como un puñetazo, siento el impulso de alejarme y buscar refugio. Me encamino hacia el baño, un lugar que brinda una momentánea privacidad en medio del caos emocional en el que he quedado sumergida. Al cerrar la puerta detrás de mí, el eco del silencio se mezcla con el murmullo de mis pensamientos en juego con mis mejillas y mis ojos que arden.

Me inclino sobre el lavabo haciendo una fuente con ambas manos, sintiendo el frío chorro de agua sobre mi piel. El sonido del agua corriente intenta ahogar el eco de las palabras hirientes que resonaron en mi mente de parte de Jordan Cooper. Me lavo la cara con gestos automáticos, pero las lágrimas se mezclan con el agua, revelando la vulnerabilidad que intento ocultar; ojalá pudiera ahogarme aquí y dejar que todo desaparezca.

Es entonces cuando escucho la puerta del baño abrirse nuevamente tras de mí. Levanto la vista, sorprendida, al ver a dos chicos muy guapos que entran tomados de la mano. Mi rostro, marcado por la tristeza, queda al descubierto ante ellos mientras mi maquillaje y mi cabello han quedado completamente arruinados por el agua. Mi cabeza razona que es un baño unisex, pero no es eso lo que me pone incómoda sino el mostrarme vulnerable.

–Cariño, ¿estás bien?–me pregunta uno de ellos con rulos negros y gafas con marco grueso. Me mira atentamente.

La otra mitad de la pareja que es un muchacho pelirrojo alto y delgado asiente, provocando que ambos muestren un genuino gesto de comprensión instantánea de la situación. En lugar de juzgar, se acercan con empatía, ofreciendo un consuelo silencioso. La privacidad del baño se convierte en un rincón de apoyo inesperado.

–Yo… Yo no…

–¿Te hicieron algo? ¿Podemos ayudarte?–pregunta el otro chico, con una gentileza que me sorprende.

–Cariño, se te arruina el pelo–dice el de los rulos tomándome del cabello detrás en una coleta.

Mis ojos se llenan nuevamente de lágrimas, pero esta vez son lágrimas de agradecimiento o de que por fin hay quien siente compasión. En medio de la oscuridad emocional, la luz de la comprensión se filtra a través de la presencia inesperada de estos dos chicos. Con un nudo en la garganta, asiento, incapaz de articular palabras, pero agradecida por el gesto de solidaridad que están teniendo conmigo en un momento de fragilidad compartida.

–Corazón, cuéntanos qué te sucede.

–No… No puedo…

–¿Estás en peligro?

–No… Se trata de mi…de mi trabajo, yo…

–Somos dos tumbas, cariño. Ya suéltalo.

La presión acumulada entre mi pecho y mi garganta estalla de repente, como un acto catártico que no puedo controlar. Ante la comprensión cálida de los dos chicos, les cuento la verdad detrás de mi situación: Mi jefe, el hombre terrible de mis pesadillas, tiene algo personal en mi contra, nada menos que una venganza retorcida por lo que en la universidad lo expulsaron por mi bendita culpa.

–¡Cielo santo!

–Bueno, es entendible su recelo…

–¡No digas eso! ¡Mira lo que le hace!

–No puedes dejarte caer ahora, es cuanto más debes demostrarle que no eres en absoluto frágil.

Hablan entre ellos sacando conjeturas y las lágrimas fluyen descontroladas mientras comparto la historia, explicando cómo el resentimiento llevó a este juego cruel de poder en el trabajo. La complicidad se refleja en los ojos de los chicos, quienes comprenden la magnitud de la situación hasta que el pelirrojo lanza su nuevo misil que me cae directo:

—Está enamorado de ti–dice–. No hay de otra, ese recelo constante durante la época universitaria más todo lo que hace ahora, solo habla de una clara atracción.

–Tenemos que ver una foto para garantizar que es un galán digno de nuestra chica.

Estoy indignada, no puede ser que los dos con Christine lleguen a ese plan, per aún así les enseño la imagen.

El otro asiente, y entre los tres, surge un acuerdo tácito, casi que me lo estoy empezando a creer, pero una voz dentro de mí advierte que él solo quiere venganza y que hay un plan de su parte forjándose listo para mí. La idea de confrontar al hombre que ha hecho de mi vida un infierno toma forma porque sea un camino o el otro, él busca que yo reaccione. La posibilidad de plantar cara a la venganza disfrazada de superioridad parece ganar terreno en mi poder de decisión.

—Deberías enfrentarlo. No mereces ser tratada así–afirma el chico que habló primero.

La palabra "enfrentarlo" resuena en mi mente como una invitación a recuperar el control de mi vida.

—No temas por tu trabajo. Si realmente quisiera echarte, simplemente no te habría contratado–afirma el de rulos, señalando un hecho lógico que no había considerado.

—Vamos a mejorarte el humor–dice el pelirrojo–. No puedes dejar que él gane esta batalla, pero será aún peor si lo que haces viene de la mano de una herida a tu autoestima. Serás la reina de la noche y demostrarás que nada puede quitarte la dignidad.

–¿Y cómo van a lograr que gane confianza en mi misma cuando él se mantiene firme con el acha para talar como a un árbol cada vez que consigo afianzar un poquito al menos mis raíces?

Ambos intercambian una mirada que me sugiere a hacer alguna picardía. ¿Qué está sucediendo?

La complicidad entre nosotros crece, y la decisión de convertirme en la reina de la noche se afianza. En ese instante, la carga emocional se transforma en una energía decidida y un propósito claro: resistir y triunfar en medio de la adversidad.

Acto seguido me enseñan un gotero.

–¿Y eso?–murmuro.

–Abre la boca–me dice el pelirrojo–. Esto te dará confianza y ayudará a que te tomes todo con humor.

–¡No quiero drogarme!–le digo alterada.

–No es droga, cariño, es medicación.

–¿Un psicoactivo?

–No, cielo, son gotitas para levantar el humor.




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