La guadaña
por Danny Camacho
01:50:04 pm, puedo oler la muerte, puedo sentirla en mi paladar. No estoy triste, no siento miedo... solo espero feliz.
Adiós, Wendy.
En este punto no debería ponerme sentimental, estoy desapareciendo. Pensé que era un ser frío, a eso me enseñaron, esa se supone era mi esencia, mi identidad. No obstante no soportaba hacer lo que hacía. Es increíble como un proceso totalmente natural en la especie humana puede causar tanto alboroto, como si nadie supiera que fuera a pasar algo así, eso es lo único seguro e infalible que tienen los humanos, la muerte.
Es muy distinto que muera alguien cercano por razones inexplicables del destino a que tu seas el causante de su muerte.
Una granada de gas lacrimógeno estallaba en mi garganta cada vez que terminaba con una vida, podía sentir como si me ahogara con mi propio vómito, como si cada segundo que duraba en la tierra era una desgracia, solo una abominación que andaba repartiendo perdición a cada rincón.
Me tragaba mis aflicciones, mis tormentos y mi disgusto al oficio, había más como yo, millones, en todas partes. Aunque no se como serán realmente los otros, no hablo con ellos, ellos no hablan entre sí, están perdidos en las tinieblas que ellos mismo representan. No se lo que desean, no se si dudan alguna vez, pero si sé que ninguno mostró nunca algo que no fuera insensibilidad, neutralidad o desinterés por la vida. Me atrevería a decir que son los seres más apáticos del universo, envases orgánicos sin alma, perfectos para la tarea.
Solía ser común, viviendo entre todos ustedes, uno más del montón. Miraba a mi alrededor y a veces yo mismo me confundía entre todas las personas que caminaban, me veía como ellos, actuaba como ellos, hablaba como ellos, pero ciertamente no era nada igual a ellos.
Todos tan distintos en el exterior, cada individuo tiene cosas que lo diferencia de otro, pero en el interior eran tan parecidos, tenían esa naturaleza cambiante, adaptable, influenciable, cada uno era el mayor inversionista de la empresa de su destino, podían elegir hacia donde dirigir su vida y darle el propósito que quisieran a su existencia. Les envidiaba, yo no podía siquiera pensar en hacer algo diferente a lo que hacía, mi naturaleza no lo permitía. Estaba maldito, yo siempre sería esa ánima que lleva putrefacción hasta tu puerta, siempre distante observando las personas en su rutina, con su familia, con sus amigos, a veces llegando a apreciarlos, a quererlos, algunos los veía como mis amigos. ¡Que amigo se gastan algunos! Un amigos que te observa desde las sombras figurando como darle fin a tu vida. Otras veces llegaba a odiarlos, pero eso nunca hizo más fácil mi labor. Nadie dijo nunca que ser un ángel de la muerte iba ser un baño de agua tibia.
Eso hacía que los conductores se durmieran en las carreteras, que se resbalaran en las escaleras, que el automóvil se descontrolara sin motivo aparente, yo o alguno como yo estaba detrás. Claro que no todo era nuestra culpa, muchos humanos tienen un elevado nivel de estupidez o de maldad, incluso como para quitarnos el trabajo.
Pensé que con el tiempo esta tarea se iba a volver más tolerable, que al hacerlo más y más me iría insensibilizando y seguiría por el resto de los días indiferente a lo que sea que suceda con las personas. Claro.
Wendy Massera, tenía veintisiete años cuando entró en observación a 1,684 días de su deceso. Hoy a sus treinta y dos años me sigue maravillando como el primer día. Tan solidaria y dulce, a veces tan agresiva, a veces tan compasiva y su extremadamente duro carácter. Nunca intentó hacerle daño a nadie, todo el tiempo obrando para los demás, pero nunca dejaba que nadie le hiciera daño a ella.
Todo ese contraste en su personalidad la hacia la persona más interesante que pude conocer.
No tengo forma de saber si era hermosa o no, para mi siempre serán las mismas bocas, ojos, nariz y demás de distintos tamaños, colores y posiciones.
Su existencia me hacía dudar de la mía, era la principal razón que me hacía desear con toda fuerza no haber sido lo que soy.
Siempre lejano y a la vez tan cerca, no puedo entender mi obsesión por este ser tan diferente a mi, se supone que debo matarla no quererla. Lo que siento es aberrante, antinatural. Nada que yo pueda explicar, pero ustedes no entienden nada del amor entre ustedes, que voy a entender yo.
No se cual era el punto de toda esta ficción, pero lo que tenía seguro era que no quería destruir la única acción que me daba placer, lo único que me hacía sentir vivo, lo único que me llevaba a una realidad distinta a la mía. Mirarla.
Día cero, conducía a 130 kilómetros por hora por una autopista, yo debía pedirle un aventón a las 01:47:45 de la tarde y hacerla detenerse en una pendiente, exactamente a las 01:49:21, pasaría perdiendo el control al no ver su auto, un camión cisterna de tres ejes, cargando un poco más de cinco mil galones de gasolina. No quería ser yo, de todos los horrores que pude presenciar...
01:46:58 pm, Cada segundo me convencía que todo lo que hacía estaba mal, pero quién era yo para desafiar la ley de lo que sea que esté encima de mi, yo no debía preocuparme, no era humano, carecía de esa libertad.
01:47:00 pm, hago esto porque es “lo que tengo que hacer” por razones que desconozco y por códigos morales que no entiendo.
01:47:40 pm, Pero estoy aquí para acabar con la vida de las personas, nunca un ángel de la muerte ha perdonado una vida, no se como estoy aquí parado siquiera pensando en esa remota posibilidad. Soy lo que soy, nunca fui lo quise ser, mi único propósito es dar muerte. Bien, es tiempo de trascender.