Teriquito

Cenizas

Cenizas

por Danny Camacho

 

 

Ya ni siquiera estoy aquí. 


 

No tenía ojos, pero podía ver, no tenía oídos pero podía escuchar, no tenía piel pero podía sentir... 

 

Nadaba en un manantial de agua verdosa, mientras bebía agua de una pequeña cascada que caía a mi lado; sentí el azufre en mi paladar. No podía distinguir ese calor del que todas esas personas se quejaban, en cambio solo sentía una sed insaciable. No podía apagar esa sed a pesar de que no paraba de beber agua del manantial, no pude hacerla cesar.

Personas prendidas en llamas caían desde lo alto, mientras gritaban cosas como “Dios perdóname”, me empecé a preguntar si debía gritar de dolor yo también ¿acaso debía pedir a gritos mi redención? No lo creo, yo no estaba sufriendo.

Fue molesto tener que permanecer en ese lugar sin nada más que hacer más que escuchar a personas sufriendo, ¿Este es el infierno? Las películas y libros lo describirían más aterrador, esto era más bien aburrido.

─¡PAPI AYÚDAME! ─ Escuché mientras unos de esos meteoros parlantes caía cerca de mí.─

Una pequeña niña con una pequeña bata de flores quemada con una inscripción que decía ''Carmen Juárez'' en el pecho, pedía auxilio.

─¡PAPI! ¿¡POR QUÉ!? ─decía la niñita cabizbaja─ Yo la miraba con desinterés, no había nada mejor que hacer.

─¡ACASO NO VES QUE ME QUEMO!─Vociferaba una y otra vez─

─Yo me estoy muriendo de sed y no estoy quejándome tanto, si me consigues agua fría tal vez te ayude.

─ Le conteste ya hastiado de sus quejas. Lloró por un buen rato y luego alzó la mirada, toda su cara parecía una vela derretida. En ese momento en que vi sus ojos, sentí que mi corazón estalló.

─¿ACASO FUI UNA NIÑA MALA? ¿POR QUÉ NO APAGAS ESTE FUEGO?─Preguntó la niña─

Permanecí en silencio, sentía un nudo en la garganta... pude ver mis brazos y piernas, tenía un extintor pequeño en la mano izquierda... Intenté acercarme a ella, pero de repente me percaté de que una versión de mi mismo vestido de cirujano se acercaba a mí. Traía puesta una bata estéril, guantes de látex y un gorro de tela, cuando se acercó noté que era mucho más alto que yo y que le salían del gorro de cirujano unos pequeños cuernos redondeados, parecidos a los de las cabras muflón.

─¿Qué diablo crees que haces?─ me dijo mientras me arrebataba el extintor.

─Solo ayudaré a esta niña... se está quemando.─ le respondí con una voz quebrada.

─¿Te has vuelto loco? ¿Quién te dijo que puedes intervenir en cosas así?

─Solo creo que debería ayudarla, ya que puedo.

─No puedes salvar a todo el mundo aunque quiera, lo siento ─Dijo mi hostil reflejo justo antes de golpearme la cabeza con el extintor.

Recobre la conciencia, las mismas llamas, los mismos gritos, pero al incorporarme, la niña ya no estaba. Solo quedaba una pila de cenizas y pedazos de plástico derretido. Sentía fuertes náuseas, gritaba con desesperación y sentía una gran impotencia que me hizo querer arrancarme los pelos de la cabeza. Vi como una sombra negra que provenía de mí se extendía por el suelo hasta que cubrió absolutamente todo y me dejó oscuro en el silencio.

Permanecí en esta esfera oscura que estaba muy quieta. Eso no tardó mucho tiempo sino hasta que vi una línea de luz en el horizonte, se iba abriendo muy lentamente. Era un ojo, se escuchaban risas a lo lejos muy débiles. ¿De quién era este ojo? La línea siguió abriéndose muy lento al mismo tiempo que se acercaba a mí.

Cuando me alcanzó me di cuenta de que era mi propio ojo, vi a mi esposa con lágrimas y sonriendo, mi hija a su lado saltando y aplaudiendo, mire hacia la ventana y noté que había otro paciente en la habitación, traté de concentrarme en su cara, al ver esos ojos se me fue la respiración por un segundo y al leer en su bata “Carmen Juarez” sentí un escalofrío.

─Hola, señor, me alegra que ya esté mejor─ dijo la pequeña niña mientras agitaba la mano de un lado a otro─ sentí una felicidad tremenda.

Me sentía en el nirvana, me ahogue en una paz inmensa por un instante, cerré los ojos por un momento. Al abrirlos mi esposa y mi hija ya no estaban, mire al lado a ver si veía a mi linda vecina.

La niña botaba espuma de la boca, su pecho saltaba y su cabeza se movía de un lado a otro, en cuestión de segundos la habitación se llenó de doctores y enfermeras, pero en vez de ir a socorrer a la niña, se acercaron a atenderme a mí. No podía hablar, solo veía a la niña con impotencia mientras me inyectaban y ponían oxígeno. Mi vista enseguida se nubló y todo empezó a hacerse más oscuro, hasta que quede en completa oscuridad. Ahí vienen las náuseas.

Desperté muy agitado en el jardín de mi casa y vomité justo ahí. El sol apenas salía, me cai borracho en el piso y me quede dormido, como pasaba todos los días sin excluir esa maldita pesadilla que me perseguía. 

Enseguida me sacudí la ropa y me puse de pie, con un poco de esfuerzo me puse en marcha hacia la casa, que no era más que una tienda de campaña en un área verde. 

Mis pies se movían torpemente, me ardía la garganta y había una peste a basura, creo que era yo. No era más que eso, una basura.

Por un breve momento fui un respetable neurocirujano, si... y ahora no era más que un borracho hediondo que se queda dormido en la calle. Mi esposa, perdón, mi ex esposa me dejó y se llevó a mi hija hace ocho años.

No puedo culpar a mi esposa de haberme arruinado la vida. Claro, después del divorcio y de no ver o hablar con mi hija, mis razones para vivir fueron mermando. No es que haya sido un esposo o padre ejemplar, pero al menos eso no me lo merecía.

Empecé a comportarme como un adolecente cuarentón, yendo a fiestas universitarias, ahogándome en alcohol, prostitutas que me contagiaron sífilis y que no se a cuantas veinteañeras termine contagiando yo.



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En el texto hay: muerte, sobrenatural, metaforas

Editado: 30.01.2021

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