Terrence (capítulos finales)

Capítulo 50: Alba

David

Hay una frase que dice que tu vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. La mía cambió en una llamada.

—David, tu tía tuvo un accidente.

Esto no puede estar pasándome. Tomé el tren hacia el hospital mientras rezaba que todo fuera mentira.

Al llegar al hospital, el pasillo parecía interminable mientras corría hacia la sala de espera de emergencias donde Jack me dijo que estaba.

—David—dijo Jack al verme.

—¿Dónde está? ¿Qué pasó?

Jack puso una mano en mi hombro, con los ojos llorosos y la voz entrecortada trató de explicarme—Tranquilo… hubo una explosión en su trabajo y …ella estaba cerca y…—A Jack le costaba hablar.

—No—las lágrimas comenzaron a brotar desenfrenadamente—Mi tía, no, no, no, no, no.

Me senté con las manos en mis cara, mientras negaba. Tiene que salir de esta, es una mujer fuerte, tiene que estar aquí para mi graduación, para decirme que todo estará bien, para París.

 —Jack, ¿Cómo está todo? —esa voz yo la conozco. Subí la mirada para toparme con la persona que hizo de mi adolescencia un martirio.

—Está grave, está en cirugía, tiene quemaduras y cortes profundos. No la he podido ver—le respondió Jack.

—Bueno, iré llamando al abogado familiar. Hay que denunciar a la empresa—mi padre se giró hacia mí—No llores tanto David, ten un poco más de fuerza. Ten compostura.

—No me saltes con tu típico “los hombres no lloran” en un momento como este. La única persona que me ha amado como soy está luchando por su vida.

—Por favor, aquí no—intervino Jack.

Los minutos siguieron pasando y no teníamos noticias de mi tía, el teléfono de Jack se comenzó a llenar de llamadas y mensajes. Las personas les decían que orarían por ella y en mi mente yo solo repetía “llévame a mí”.

Los minutos seguían pasando y no éramos los únicos en la espera agonizante; gritos, maldiciones, oraciones y hasta desmayos, ocurrían a nuestros alrededor. Y yo seguía diciendo ¨llévame a mí¨.

Tres horas habían pasado, y por fin una enfermera apareció.

—Familiares de Alba —nos acercamos—Acompáñenme.

La enfermera nos guió a una sala privada, pequeña y apenas iluminada. Nos indicó que nos sentáramos. Mi padre se mantuvo de pie, la tensión en su cuerpo era evidente.

—Se que este es un momento difícil, hicimos todo lo que estuvo en nuestro alcance para salvarla, lamentablemente las heridas de Alba eran demasiado graves. Sufrió quemaduras extensas y perdió mucha sangre. No pudimos salvarla. —No—Alba falleció en el proceso, lo siento mucho—a partir de ese momento mis oídos dejaron de escuchar.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Jack dejó escapar un sollozo ahogado y se desplomó en una silla. Mi padre se quedó inmóvil, su rostro enmascarado en una mezcla de incredulidad y rabia. Me dolió el pecho y comenzó a invadirme un dolor desgarrante, un dolor que nunca había sentido.

—¡No hicieron bien su trabajo! ¡Ella llegó viva! —reclamaba mi padre a la enfermera, casi a gritos.

—José, ya…quiero ver a mi esposa—le dijo Jack a la enfermera.

La enfermera asintió y le pidió que solo él lo acompañara mientras los demás esperamos aquí.

Nos quedamos allí, sumidos en un dolor que nos unía y a la vez nos separaba. Mi papá caminaba de un lado a otro, a pesar de todo acaba de perder a su hermana y es un hombre al que nunca le enseñaron a manejar sus sentimientos.

—No puede ser —susurraba mi padre hacia sus adentros mientras tecleaba algo en su celular—. No puede ser.

Después de ahí no recuerdo mucho, Mamá vino por mí y no volví a ver a Jack.

—David.

—Mamá.

—Tu padre me llamó, lo siento mucho. Tenemos que irnos a casa, el funeral será en la mañana, después de la misa.

No protesté y subí al auto.

En el camino solo podía pensar en París, ¿Cómo le dices a una niña de 4 años que su mamá ya no está?

Esa noche no pude dormir, reproduje la última nota de voz que me envió mi tía.

“Mi Davicito, nunca debes sentirte mal por amar mucho. El amor es la energía que mueve el mundo. El sábado cuando vengas te enseñaré a hacer galletas para que te distraigas. París te extraña”.

Las lágrimas comenzaron a fluir de nuevo, y lloré como nunca había llorado en mi vida. La voz de mi tía resonaba en mi mente, llenando el vacío con recuerdos que ahora parecían inalcanzables. Me quedé despierto hasta el amanecer, consumido por el dolor y la pérdida.

Al día siguiente me vestí de traje, pero no me importaba nada. Ni siquiera la posibilidad de ver a Samuel.

La única persona que siempre me apoyó, que siempre ha estado pendiente de mí, que nunca me dejó solo, ya no estaría más conmigo. ¿Qué será de mí ahora?

Sabía que no iba a poder estar en el funeral sin romperme a pedacitos. Necesitaba a alguien.

Marqué a la persona que últimamente he estado ignorando.

—¿David? —respondió Terry al segundo tono.

—Terry, necesito un favor —mi voz apenas era un susurro.

—Bro, ¿qué te pasa? Te oyes mal.

—Mi tía murió, no quiero estar solo.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, seguido por una respuesta inmediata y decidida.

—¿Dónde estás?

—En casa. Casi saliendo al funeral, necesito que vengas conmigo.

—Voy para allá.

No pasó mucho tiempo antes de que Terry llegara. Cuando lo vi en la entrada de mi casa, fue como si una pequeña parte del peso que llevaba encima se levantara. Sin decir una palabra, me abrazó fuertemente.

—Lo siento mucho, bro.

Aguanté el llanto mientras nos separábamos, pero al menos ahora sentía que no estaba solo. Con Terry a mi lado, sentí una chispa de fuerza suficiente para enfrentar lo que venía.

A mi mamá no le gustó la idea de que Terry nos acompañara, “tú llegando con un chico, ¿qué va a pensar tu padre?”, me dijo cuando le fui a avisar que Terry iría con nosotros. No tuvo otra opción que aceptar que Terry fuera, porque ya estaba sentado en la sala, y su doble cara no la iba a dejar ser vista como la persona que realmente es.




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