LA NOVIA FANTASMA
Había una antigua avenida rodeada de altos árboles que siempre había sido conocida por su aura misteriosa y lúgubre. Se decía que, durante las altas horas de la noche, una figura vestida de novia aparecía entre las sombras, buscando desesperadamente a alguien que la acompañara en su eterna soledad.
Un joven llamado Miguel, conocido por su devoción y fe inquebrantable en Dios, transitaba por esa avenida una noche, después de asistir a un servicio religioso en la iglesia. La luna brillaba con un fulgor inquietante y las sombras se agitaban en cada esquina. Daniel estaba alerta, pero su fe lo hacía sentir seguro, pensando que ninguna oscuridad podría afectarlo.
De repente, una figura etérea emergió de entre los árboles. Era una mujer vestida de blanco, con un vestido de novia desgastado y empapado. Sus cabellos oscuros caían sobre su pálida figura y sus ojos reflejaban una tristeza profunda. Era el fantasma de la novia, y su presencia envolvía el aire con una sensación de melancolía y desesperación.
Miguel frenó su carro, desconcertado y preocupado por la apariencia de la mujer. A pesar de su miedo, su compasión lo impulsó a bajar la ventana y preguntar si necesitaba ayuda.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —preguntó con amabilidad.
La figura fantasmal miró al conductor con sus ojos tristes y contestó con una voz apenas audible: -Estoy perdida, no sé a dónde ir.
El corazón del hombre se conmovió por la desolación en la voz de la mujer. Creyendo que podía ofrecerle consuelo y esperanza, le invitó a subir al carro.
—Puedo llevarte a un lugar seguro, donde puedas encontrar paz—dijo Daniel con voz serena, sin percatarse del carácter sobrenatural de la mujer.
Ella accedió y se sentó en el asiento del pasajero. Miguel, a pesar de sentir un escalofrío, mantuvo su fe y trató de ofrecerle palabras de aliento.
—Mi nombre es Miguel Hidalgo, soy cristiano, y creo que Dios siempre está con nosotros, brindándonos consuelo y guía en los momentos más oscuros.
La mujer fantasmal miró al sujeto con gratitud en sus ojos. Entonces, en un tono suave, confesó su terrible verdad.
—Me llamo Margarita. Estoy muerta, iba de camino a la iglesia en donde me casaría con el amor de mi vida, pero el conductor que manejaba el carro de mi padre ese día estaba ebrio y chocó en esta misma carretera. Por desgracia, morí el día de mi boda; desde entonces, estoy atrapada entre dos mundos, sin poder encontrar el descanso eterno. Pero tú, tú puedes ayudarme.
El joven se estremeció ante la confesión, pero su fe no flaqueó. A pesar del terror que lo embargaba, respondió con calma.
—Margarita, aunque tu destino haya sido trágico, puedo orar por tu alma y pedirle a Dios que te guíe hacia la luz y el descanso eterno.
Ella sonrió tristemente y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Pero, Miguel, tú puedes liberarme. Tú puedes ser mi esposo y llevarme al otro lado, para que nunca estemos separados.
El corazón del hombre se aceleró ante esa inesperada petición. Comprendió que estaba frente a una decisión crucial que pondría a prueba su fe y compasión.
—Margarita, no puedo ser tu esposo. Mi deber es ayudar a tu alma a encontrar la paz, pero no puedo unirme a ti en esta vida ni en la próxima. Solo Dios puede guiarte hacia la luz.
Los ojos de la novia fantasmal se llenaron de desesperación, pero finalmente aceptó las palabras de Miguel.
—Entiendo. Por favor, ora por mí y ayúdame a encontrar la paz.
Él cerró los ojos y comenzó a orar en voz alta, pidiendo a Dios que guiara el alma de Margarita hacia la luz y el descanso eterno. Cuando abrió los ojos nuevamente, ella había desaparecido.
Desde aquella noche, Miguel siguió visitando la avenida maldita para orar por el alma de Margarita. Aunque nunca volvió a verla, su experiencia le recordó que, a veces, la fe y la compasión pueden enfrentar a lo sobrenatural con valentía, pero también que hay misterios que escapan a la comprensión humana. La leyenda de la novia fantasma perduró en el pueblo, recordándoles a todos que la vida y la muerte son enigmas que solo Dios puede desvelar.
Editado: 17.06.2024