Terror Y Algo Más

La Mansión De Las Gemelas

La tormenta rugía con furia desmedida, los relámpagos rasgaban el cielo nocturno y la lluvia golpeaba con insistencia la ventanilla del coche de Carlos. Perdido en un camino rural y sin apenas visibilidad, vislumbró a lo lejos una mansión gótica, oscura y majestuosa, que se alzaba entre los árboles como un centinela sombrío.

Desesperado por encontrar refugio, Carlos decidió acercarse a la mansión. La verja chirrió de manera siniestra al abrirse, y al cruzar el umbral, un escalofrío recorrió su espalda. La casa parecía abandonada, pero un resplandor tenue se filtraba por una de las ventanas del piso superior.

Llamó a la puerta y, tras unos momentos de incertidumbre, fue recibido por dos jóvenes idénticas. Las gemelas, con largos cabellos oscuros y ojos penetrantes, le dieron la bienvenida con una sonrisa enigmática hablando al unísono las dos.

—Soy Carlos, —dijo, con voz temblorosa—. Estoy perdido y la tormenta es demasiado fuerte para seguir conduciendo. ¿Podría pasar la noche aquí?

Las gemelas se miraron entre sí, como si se comunicaran telepáticamente, y luego asintieron.

—Por supuesto, Carlos. Soy Elena, y ella es mi hermana, Mara. Esta noche, nuestra casa será tu refugio.

Carlos sintió un alivio momentáneo, pero algo en el aire le hizo dudar. La mansión estaba llena de sombras danzantes, y las velas apenas lograban disipar la oscuridad.

Elena y Mara le llevaron a una habitación en la planta baja, donde una chimenea ardía débilmente. Mientras se acomodaba, notó que las gemelas susurraban entre sí, sus voces casi imperceptibles, como el murmullo del viento entre los árboles.

La noche avanzaba y el cansancio venció a Carlos, que se quedó dormido en un sillón. Sin embargo, su sueño fue perturbado por extraños ruidos: risas apagadas, crujidos de pasos y un leve arrastrar de pies. Abrió los ojos y vio a Elena y Mara de pie junto a la chimenea, sus rostros iluminados por un resplandor antinatural.

—Carlos, —dijo Elena con una voz que no parecía propia— Esta mansión guarda secretos oscuros, y tú has sido elegido para descubrirlos.

El corazón de Carlos latía con fuerza. Intentó levantarse, pero sintió una fuerza invisible que lo mantenía en su lugar.

—¿Qué quieren de mí? —preguntó con voz temblorosa.

—Hace muchos años, —comenzó Mara—, fuimos traicionadas y condenadas a habitar esta casa eternamente. Nuestros espíritus están atados a este lugar, y solo podemos liberarnos si alguien descubre la verdad detrás de nuestras muertes.

Carlos, atrapado entre el miedo y la compasión, decidió ayudar a las gemelas. Con esfuerzo, se levantó y siguió a Elena y Mara por los oscuros pasillos de la mansión. Llegaron a una puerta oculta detrás de un tapiz descolorido. Al abrirla, una escalera descendía hacia una cripta subterránea.

En la cripta, entre velas apagadas y restos antiguos, encontró un diario cubierto de polvo. Las páginas narraban la trágica historia de las gemelas: hijas de un noble cruel, fueron encerradas y olvidadas en la oscuridad, donde perecieron lentamente.

—Este diario, —dijo Carlos—, es la clave para liberarlas.

Leyó en voz alta las últimas palabras escritas en el diario, un conjuro de liberación. Las gemelas comenzaron a desvanecerse, sus rostros mostraban una paz que no habían conocido en siglos.

—Gracias, Carlos, —dijo Elena mientras su figura se disolvía—. Ahora somos libres.

Con las primeras luces del amanecer, la tormenta cesó y Carlos salió de la mansión. Miró hacia atrás y vio que la imponente estructura se desvanecía en la niebla matutina, llevándose consigo los espíritus atormentados de las gemelas.

Carlos continuó su camino, llevando consigo el recuerdo de una noche en la que enfrentó el terror y liberó a dos almas atrapadas en la eternidad.

Carlos se alejaba de la mansión mientras el sol naciente dispersaba las sombras de la noche. Sin embargo, a medida que avanzaba, un malestar creciente comenzó a apoderarse de él. Sentía una extraña opresión en el pecho y su mente se nublaba con pensamientos oscuros.

Esa noche, mientras descansaba en un pequeño albergue, tuvo un sueño perturbador. Vio al siniestro hechicero que había condenado a las gemelas, su rostro marcado por una maldad ancestral. El hechicero se reía con desdén, y Carlos sintió un frío helado que penetraba hasta sus huesos.

Despertó sobresaltado, con la frente empapada en sudor. Su reflejo en el espejo del cuarto le mostró algo aterrador: sus ojos estaban inyectados en sangre y su expresión no le pertenecía. La voz del hechicero resonó en su mente, burlona y dominante.

—Ahora eres mío, Carlos, —susurró la voz—. Tu destino está sellado como lo estuvo el de esas dos niñas. Malditas perras.

Carlos intentó resistirse, pero la fuerza del hechicero era demasiado poderosa. Sintió con intenso pesar, cómo su voluntad se desvanecía y su cuerpo era controlado por la entidad maligna.

Días después, el hechicero, ahora en el cuerpo de Carlos, regresó a la mansión. Su objetivo era reclamar su antiguo dominio y desatar nuevamente su maldad. La mansión, que antes parecía desvanecerse, reapareció con su oscura majestuosidad.

Elena y Mara, aunque liberadas, sintieron el regreso del hechicero y supieron que debían volver para salvar a su salvador. Sus espíritus aparecieron en la mansión, decididas a enfrentarse al ser que las había condenado.

—Carlos, sabemos que estás ahí, —dijo Elena con determinación—. Lucharemos contigo.

—No permitiré que ese monstruo te controle, —añadió Mara—. Juntos somos más fuertes.

El hechicero se burló de ellas, manifestándose con una risa siniestra.

—¡Necias! No pueden vencerme. Este cuerpo es mío ahora.

Pero las gemelas no estaban solas. El vínculo con Carlos, su salvador, les dio una fuerza renovada. Se unieron y concentraron su energía espiritual, creando un círculo de protección alrededor de él.

—Carlos, —gritó Elena—, lucha contra él. No estás solo.




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