Terror Y Algo Más

Belleza Maldita

Elena vivía en un pequeño pueblo rodeado de bosques densos y oscuros, un lugar donde las leyendas y supersticiones aún tenían un peso significativo. La más aterradora de todas las historias era la de la condesa Bathory, una mujer conocida por su sed de sangre y sus métodos crueles para mantener su belleza eterna.

Pero, mientras el pueblo hablaba con temor de Bathory, había otro relato que susurraban con aún más terror: el de Nikolai, el joven maldito por la condesa.

Nikolai había sido un niño normal hasta que cumplió dieciocho años. Su atractivo físico, que había comenzado a notarse en la adolescencia, se había convertido en algo que desafiaba la comprensión. Sus ojos eran de un azul profundo, como un lago helado en el invierno, y su cabello, de un negro azabache, caía en rizos perfectos alrededor de su rostro esculpido.

La gente no podía evitar mirarlo con asombro y deseo. Además su cuerpo parecía haber sido esculpido por los mismos dioses, aquello quitaba el aliento a toda chica y mujer que lo veía.

Pero Nikolai estaba marcado. Un día, una anciana que nadie conocía se acercó a él en el mercado. "Eres demasiado bello para este mundo," susurró, sus ojos llenos de una sabiduría oscura. "La condesa te reclama."

Esa noche, Nikolai tuvo sueños febriles. En ellos, una figura alta y esbelta, con la piel pálida y los ojos como brasas, lo observaba desde la oscuridad. Sintió un dolor agudo en el cuello y se despertó empapado en sudor, con dos pequeñas marcas en la piel. Desde ese momento, su vida cambió para siempre.

Elena, quien había crecido con Nikolai, notó el cambio inmediatamente. Aunque seguía siendo el mismo joven hermoso, había algo diferente en él. Evitaba el sol y sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural. Los animales huían de él y los niños lloraban al verlo.

Una noche, Elena fue despertada por un ruido en su ventana. Al abrirla, encontró a Nikolai, sus ojos más brillantes que nunca. "Necesito tu ayuda," susurró, su voz llena de desesperación. "Algo terrible me ha sucedido."

Elena lo dejó entrar y, bajo la luz de una vela, Nikolai le contó todo. La maldición de Bathory lo había transformado en un vampiro, condenado a una eternidad de sed de sangre. A pesar de su apariencia celestial, su alma estaba atrapada en un tormento perpetuo.

"Debo alimentarme para sobrevivir," confesó Nikolai, con lágrimas de sangre corriendo por sus mejillas. "Pero no quiero lastimar a nadie."

Elena, aunque aterrorizada, decidió ayudar a su amigo de la infancia. Juntos buscaron una solución en antiguos grimorios y leyendas. Encontraron una posible salida: una joya conocida como el Rubí Carmesí, que supuestamente tenía el poder de romper maldiciones vampíricas. La joya estaba escondida en las ruinas del castillo de Bathory, un lugar al que nadie había osado acercarse en siglos.

Con una determinación férrea, Elena y Nikolai emprendieron el viaje hacia el castillo. El camino estaba lleno de peligros: criaturas de la noche, trampas y las propias ilusiones creadas por la magia oscura de Bathory. Sin embargo, la voluntad de Elena y la desesperación de Nikolai los mantuvieron en marcha.

Cuando llegaron al castillo, encontraron un lugar sombrío y decadente, lleno de ecos y de sufrimiento. En el centro del salón principal, una figura esquelética y vestida en harapos los esperaba. Era Bathory, o lo que quedaba de ella.

"Has venido a romper mi maldición, pequeño Nikolai," rió la condesa con una voz que resonaba como el viento a través de una tumba vacía. "Pero no es tan fácil. Para liberar tu alma, debes sacrificar algo aún más valioso."

Elena se adelantó, su mirada fija en la condesa. "¿Qué debo hacer?" preguntó, su voz firme.

"Tu vida," respondió Bathory con una sonrisa macabra. "Solo el sacrificio de un alma pura puede romper la maldición."

Elena se volvió hacia Nikolai. "Te salvaré," dijo, su voz temblando pero decidida. Antes de que Nikolai pudiera detenerla, ella tomó un cuchillo ceremonial del altar y lo clavó en su propio corazón.

El grito de Nikolai resonó en las ruinas mientras el cuerpo de Elena caía al suelo. La condesa Bathory se desvaneció en una nube de humo negro, y el Rubí Carmesí cayó del techo, rodando hasta los pies de Nikolai.

Con las manos temblorosas, Nikolai recogió la joya. Una luz brillante lo envolvió, y sintió la maldición levantarse de sus hombros como un velo de oscuridad. Pero la victoria fue amarga. Con lágrimas corriendo por su rostro, sostuvo el cuerpo de Elena, sabiendo que su sacrificio había sido el precio de su salvación.

El pueblo nunca supo lo que realmente sucedió en el castillo de Bathory. Solo vieron a Nikolai regresar, con la mirada vacía y un dolor profundo en sus ojos.

Nadie más sufrió la maldición de la condesa, pero el recuerdo de Elena y su sacrificio quedó grabado en el corazón de Nikolai para siempre.

La soledad de la cabaña, rodeada por la espesura del bosque, se convirtió en el refugio y la prisión de Nikolai. Aunque se dedicaba a ayudar a otros, el peso de su pasado y la maldición que había sufrido se cernían sobre él como una sombra perpetua.

Cada amanecer, Nikolai se miraba en el espejo y veía en su reflejo no solo una belleza inalterada, sino también la carga de su maldición. Sus ojos azules, antes brillantes y llenos de vida, ahora parecían océanos de tristeza insondable. Sus rasgos perfectos eran una burla cruel, recordándole constantemente el sacrificio de Elena y el tormento que había soportado.

Nikolai intentaba ahogar su dolor en el trabajo, recibiendo a los desesperados que llegaban a su puerta en busca de ayuda. Sin embargo, cada acto de bondad era un recordatorio de su propia incapacidad para salvar a Elena. Sentía que su belleza era una maldición que había atraído la tragedia, una fachada cruel que ocultaba un alma rota.




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