Terror Y Algo Más

El Retorno Del Amo

La luna llena bañaba el paisaje con una luz fantasmal, mientras tres jóvenes avanzaban por el sendero que serpenteaba hacia la fortaleza en lo alto de la colina. Eran trillizos, idénticos y deslumbrantes en su belleza física, pero sus corazones latían con un temor inconfesable.

Adrián, Beltrán y César habían crecido escuchando historias de terror sobre el lugar al que ahora se dirigían, pero la curiosidad y una apuesta habían vencido sus miedos.

— ¿Estás seguro de que quieres hacer esto, César? — preguntó Adrián, el mayor por unos minutos. Sus ojos celeste  reflejaban la preocupación que trataba de ocultar.

— No hay vuelta atrás ahora hermano — respondió César, su tono desafiante apenas escondía su propio nerviosismo —Hicimos una apuesta, ¿recuerdas?

— Sí, pero esto es una locura — intervino Beltrán, el más sensato de los tres — Dicen que el espíritu del amo cruel aún ronda esa fortaleza. Nadie que ha ido allí de noche ha vuelto igual.

César se encogió de hombros.
— Solo es una vieja historia para asustar a los niños. Vamos, no perdamos más tiempo.

Los tres hermanos continuaron su ascenso, el viento frío azotando sus rostros. La fortaleza, imponente y siniestra, parecía vigilar cada uno de sus movimientos. Al llegar a la entrada, se detuvieron un momento, contemplando la estructura que se erguía majestuosa y aterradora ante ellos.

— Bien, aquí estamos — dijo César, tratando de sonar despreocupado —Vamos a entrar y demostrar que no hay nada que temer.

Adrián y Beltrán intercambiaron una mirada, pero siguieron a su hermano dentro del oscuro pasillo de piedra. La humedad y el olor a moho llenaban el aire, y el sonido de sus pasos resonaba en el vacío. La fortaleza, que alguna vez fue grandiosa, ahora era un laberinto de ruinas y sombras.

Después de recorrer varios pasillos y salas vacías, llegaron a lo que parecía ser la sala principal. Una enorme chimenea dominaba la habitación, y sobre ella colgaba un retrato descolorido de un hombre de aspecto severo y cruel.

— Debe ser él — murmuró Beltrán, señalando el retrato —El amo cruel de las historias de horror de este lugar.

De repente, un frío sobrenatural llenó la sala y las velas, que habían estado apagadas durante siglos, se encendieron solas. Los tres hermanos se miraron con ojos muy abiertos, el miedo ahora palpable.

—¿Qué fue eso? — exclamó Adrián, retrocediendo un paso.

César, sin embargo, parecía hipnotizado por el retrato. Sus celestes ojos, normalmente llenos de vida, ahora estaban fijos y vacíos. Sin previo aviso, se desplomó al suelo, convulsionando violentamente.

— ¡César! — gritaron Adrián y Beltrán al unísono, corriendo hacia su hermano.

Pero César no respondió. Sus ojos se volvieron hacia arriba, y de su boca salió una risa que no era suya, una risa profunda y malévola. Cuando finalmente dejó de moverse, abrió los ojos y los miró con una expresión que ninguno de ellos había visto antes.

— Ahora él es mío — dijo una voz que no pertenecía a César, sino al espíritu del amo cruel.

Adrián y Beltrán retrocedieron horrorizados. 
— ¿Quién eres? — preguntó Adrián, su voz temblando.

— Soy el verdadero dueño de esta fortaleza — respondió César, o más bien el espíritu que ahora lo poseía — Y he esperado siglos para regresar.

Beltrán, recuperando algo de compostura, intentó razonar con el espíritu.

— Deja a nuestro hermano en paz. No tienes derecho a tomar su vida.

El espíritu en el cuerpo de César rió de nuevo.

— Esta fortaleza y todo lo que contiene me pertenece. Él vino aquí por su propia voluntad, y ahora su cuerpo es mío.

Desesperados, Adrián y Beltrán intentaron contener a su hermano, pero el espíritu en cuestión tenía una fuerza sobrehumana. En el caos que siguió, Adrián fue arrojado contra una pared, quedando inconsciente, mientras Beltrán era inmovilizado por el implacable agarre de César.

— Debemos detener esto — gritó Beltrán, mirando a su hermano — César, sé que estás ahí. ¡Lucha contra él!

Por un momento, pareció que el verdadero César intentaba emerger, sus ojos parpadeando con un destello de reconocimiento. Pero el espíritu era demasiado fuerte.

—Es inútil — dijo el espíritu —Su alma ya me pertenece por completo.

Sin embargo, en un último esfuerzo, Adrián, que había recuperado la consciencia, se levantó tambaleante y agarró un candelabro antiguo. Sin pensarlo dos veces, lo usó para golpear a su hermano poseído en la cabeza.

César cayó al suelo, inconsciente, y por un momento, todo quedó en silencio. Las velas se apagaron y el frío sobrenatural desapareció. Beltrán y Adrián se arrodillaron junto a su hermano, esperando que despertara.

Finalmente, César abrió los ojos. Esta vez, eran sus ojos, llenos de confusión y dolor.

— ¿Qué ha pasado? — murmuró.

— Estabas poseído — explicó Adrián, ayudando a su hermano a levantarse — Pero creo que lo hemos logrado. El espíritu se ha ido.

Con cuidado, los tres hermanos salieron de la fortaleza, bajando la colina mientras el primer rayo de sol comenzaba a despuntar en el horizonte. Aunque nunca hablaron de esa noche con nadie más, sabían que algo oscuro y antiguo había sido despertado y luego contenido.

Sin embargo, mientras se alejaban, ninguno de ellos notó la figura fantasmal en la ventana de la fortaleza, observándolos con una mirada de odio eterno. El espíritu del amo cruel aún estaba allí, esperando su oportunidad para regresar una vez más al mundo de los vivos.

Los días que siguieron a su visita a la fortaleza fueron un tormento para César. Su semblante había cambiado; sus ojos, antes llenos de confianza y alegría, ahora mostraban un miedo constante. Adrián y Beltrán, preocupados, intentaban animarlo, pero nada parecía funcionar.

— César, ¿qué te pasa? — preguntó Adrián una noche, mientras los tres hermanos estaban sentados en la sala de estar — No eres el mismo desde esa noche en la fortaleza.




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