Terror Y Algo Más

La Maldición De Elysium

En el reino de Elysium, dos almas predestinadas se encontraron en un amor tan ardiente y puro que su brillo rivalizaba con el sol naciente. Eran Aleron y Seraphina, dos jóvenes elfos cuyas vidas se entrelazaron en un lazo irrompible. Pero como todo en este mundo, incluso la luz más brillante tiene su sombra.

Era una noche sin luna cuando el caos desató su fuerza sobre Elysium. Una entidad oscura y antigua, un demonio conocido como Nerezza, había sido liberada de su prisión milenaria. Al buscar un anfitrión digno de su poder, sus ojos se posaron en Seraphina, la más pura entre los elfos.

Una bruma oscura envolvió a Seraphina mientras paseaba por el bosque encantado. Su cuerpo se convulsionó y sus gritos desgarradores rompieron el silencio de la noche. Aleron, sintiendo la perturbación en su vínculo con ella, corrió desesperadamente hacia el origen del sonido.

— ¡Seraphina! — gritó Aleron al verla tendida en el suelo, sus ojos normalmente dorados ahora estaban teñidos de un negro profundo.

Con voz distorsionada, ella respondió, 
— Aleron... huye... sálvate...— Pero antes de que pudiera terminar, Nerezza tomó control total.

— Nerezza — dijo Aleron con un temblor en su voz — ¡Déjala ir! ¡Lucha conmigo si tienes valor!

El demonio, usando el cuerpo de Seraphina, sonrió con malicia. — ¿Por qué dejaría una vasija tan perfecta? Su sufrimiento me da fuerza, su amor por ti es una cadena que puedo usar para controlarte.

Aleron sabía que debía actuar rápidamente. Recordando los antiguos rituales, llevó a Seraphina de vuelta al castillo, al salón ancestral donde se guardaban los artefactos de protección. Ató su cuerpo poseído a un altar y encendió velas sagradas alrededor de ella.

— Seraphina, sé que estás ahí — murmuró, su voz quebrada por la desesperación — Voy a salvarte, lo prometo.

Los ojos de Seraphina se suavizaron por un momento, y su voz real susurró, 
—Aleron... te amo...

Aleron comenzó el ritual, recitando antiguos conjuros en la lengua de los elfos. Sin embargo, con cada palabra, Nerezza luchaba más ferozmente, retorciendo el cuerpo de Seraphina en espasmos violentos. El demonio se burlaba de sus esfuerzos.

— ¡Nunca podrás salvarla, elfo! Ella ya es mía.

Las lágrimas corrían por el rostro de Aleron mientras continuaba el rito. Sintió una fuerza oscura tratar de invadir su mente, pero resistió, sosteniéndose en el amor que sentía por Seraphina.

Finalmente, la sala se llenó de una luz cegadora. Nerezza gritó, un alarido de pura agonía, mientras era arrancada del cuerpo de Seraphina. La energía demoníaca fue contenida en un amuleto de cristal que Aleron sostuvo con firmeza.

Seraphina cayó, exhausta pero libre, en los brazos de Aleron. 
—Lo lograste... me salvaste...— susurró con voz débil.

Sin embargo, el amuleto comenzó a resquebrajarse. Nerezza, en un último acto de venganza, proyectó una maldición final. 
— Si no puedo tener su alma, entonces ambos pereceréis.

El suelo tembló y las paredes del salón ancestral comenzaron a derrumbarse. Aleron, sin pensarlo dos veces, tomó a Seraphina en sus brazos y corrió hacia la salida. Pero el castillo se desmoronaba rápidamente.

— ¡Aleron, no podremos escapar! — gritó Seraphina, viendo como el techo comenzaba a ceder.

— No te perderé de nuevo— respondió Aleron, apretando su agarre en ella.

Con un último esfuerzo, logró salir del castillo justo cuando las piedras cayeron en una lluvia devastadora. Pero el esfuerzo había sido demasiado para Seraphina, quien yacía en sus brazos, pálida y sin aliento.

— Te amo, Aleron... gracias por liberarme — susurró ella, su voz apenas audible.

— Y yo a ti, mi luz — dijo Aleron, sus lágrimas cayendo sobre su rostro inmóvil.

La maldición de Nerezza había tomado su precio. Aunque liberados del demonio, el dolor de la pérdida era abrumador.

Aleron sepultó a Seraphina en el claro donde se habían conocido, plantando un árbol sobre su tumba, un símbolo de su amor eterno.

Cada noche, bajo las estrellas, Aleron se sentaba junto al árbol, cantando las canciones que habían compartido, esperando el día en que sus almas se reunieran en la eternidad.

FIN

 




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