Terror Y Algo Más

El Grimorio Maldito

En la desolada abadía de San Nicolás, el aire estaba cargado de misterio y un frío inexplicable recorría sus muros. Las altas bóvedas góticas resonaban con el eco de pasos invisibles, y los ventanales dejaban filtrar una luz tenue que apenas lograba disipar la penumbra.

Al frente, un niño de mirada penetrante y ojos azules brillantes, tan intensos como el hielo, avanzaba con paso lento pero decidido. Vestía una túnica blanca con bordados oscuros, que contrastaba con su cabello negro como el azabache.

A su alrededor, figuras espectrales, envueltas en capuchas y con rostros cubiertos por máscaras igualmente brillantes, lo observaban en silencio. Eran los monjes de la abadía, aunque no del todo humanos.

Estas entidades, más fantasmas que seres vivos, parecían flotar entre la neblina que cubría el suelo de la iglesia. La atmósfera era opresiva, cargada con una sensación de desesperanza y terror inminente. Las sombras danzaban en las paredes, creando figuras que parecían cobrar vida por momentos.

El niño, cuyo nombre era Eliel, sabía que su presencia allí no era fortuita. Desde tiempos inmemoriales, la abadía había sido un lugar de culto prohibido, donde rituales oscuros se llevaban a cabo bajo la mirada de aquellas entidades. Los monjes habían vendido sus almas por conocimiento arcano, y ahora, atados a su penitencia eterna, buscaban redimirse a través de Eliel.

Eliel, sin embargo, no era un niño ordinario. Era el elegido, el único capaz de liberar las almas atrapadas. Con cada paso, sentía el peso de su misión, pero también el creciente temor de lo desconocido.

Al llegar al altar, un antiguo grimorio reposaba abierto, sus páginas llenas de símbolos extraños y dibujos que parecían moverse por sí mismos.

Tomó el grimorio con manos temblorosas. De inmediato, una voz susurrante llenó el aire, proveniente de todas partes y ninguna al mismo tiempo. Era una lengua antigua, olvidada por los mortales, pero que Eliel entendía instintivamente.

— La redención se encuentra en el sacrificio — murmuraba la voz — solo el inocente puede romper las cadenas del pecado.

Eliel alzó la vista y vio que los ojos brillantes de las figuras espectrales estaban fijos en él, esperando, juzgando. Comprendió entonces lo que debía hacer. Con un suspiro de resignación, comenzó a recitar las palabras del grimorio. Cada sílaba parecía arrancarle un pedazo de alma, y el dolor era casi insoportable.

La neblina a su alrededor se espesó, y los monjes empezaron a desvanecerse uno a uno, sus almas liberadas por el sacrificio de Eliel. Sin embargo, al completar el ritual, algo salió mal. La abadía empezó a temblar y la luz de los ventanales se volvió roja como la sangre.

Una figura emergió de las sombras, más oscura y aterradora que cualquier otra cosa en aquel lugar. Era el Guardián de la abadía, un demonio antiguo y poderoso que había sido convocado por el acto de redención.

Eliel, debilitado y casi sin fuerzas, se dio cuenta de su error. Había roto las cadenas de los monjes, pero a cambio, había liberado algo mucho peor. Con sus últimas fuerzas, intentó recitar una contra-hechizo, pero el demonio lo alcanzó primero, arrastrándolo hacia la oscuridad eterna.

La abadía de San Nicolás volvió a quedar en silencio, pero ahora una presencia maligna habitaba sus ruinas, esperando a la próxima alma inocente que se aventurara en su interior.

FIN
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.