Bueno, es difícil contar mi historia, no sé si mi voz se escuche bien y también tengo que esforzarme para recordar. Comencemos por donde normalmente empieza una historia, por el inicio. Mi nombre es Juan Carlos Quijano Zarate. Lo que te contaré pasó entre 2007 y 2008 y, a hoy, han pasado ya catorce años desde Ese Nefasto Día… Ese Día.
Vengo de una familia… se diría que humilde, pero, en términos ajustados a la realidad, y siendo sincero, de una familia pobre y, sin embargo, mis padres luchaban día a día para tener comida en la mesa para mis hermanos y para mí. Se esforzaban para que tuviéramos los recursos para ir a estudiar, siempre nos dijeron que la educación era la clave para salir adelante, así que los cuatro nos esforzábamos también para ser los mejores, honrando, y lo digo orgulloso, el esfuerzo de mis padres.
La menor, Laura Camila, estaba en quinto. Rafaela, la que le seguía, cursaba séptimo. Miguel Ángel ya estaba en decimo. Y yo, que le llevaba dos años, estaba por graduarme de once, con honores debo admitirlo. Era el mejor de mi clase y aunque lo más difícil fueran las matemáticas ya casi iba a salir del colegio, me esforzaba por mantenerme como el mejor para ser el ejemplo de mis hermanos. Me gradué a inicios de diciembre … la verdad, es difícil recordarlo.
Mi mamá, ese día, estaba orgullosa de mí. Por fin me graduaba a pesar de haber tenido que aplazar un año debido a la situación económica de mi hogar, tenia que aportar en casa mientras papá lograba pagar un crédito “gota a gota” que pidió para arreglar las fugas del baño y la humedad en el cuarto donde dormíamos mis hermanos y yo. Pero, ahí estaba recibiendo mi diploma y mi mamá presumía, orgullosa, que su hijo mayor entraría a la universidad.
Yo quería estudiar tal vez ingeniería mecánica o de sistemas, pero no tenía muchas opciones. Durante ese año, ahorré tanto como pude, de lo que me daban mis padres intentaba guardar todo y rara vez me tomaba una gaseosa. Me gustaba la Manzana y la Colombiana, también me gustaba la Coca-Cola, pero, por 200 o quizá 300 pesos de diferencia, prefería siempre la más económica, solo la tomé un par de veces en ese año después de jugar fútbol. Manuel Quintero, Mi amigo en ese entonces, si se daba el lujo de comprar una de 2 litros al terminar el partido, eso sí, si ganábamos, si perdíamos se iba enojado, sin hablar con nadie más, arrastrándome con él.
… (¿Cuánto conseguiste ahorrar?) …
Tal vez fueron unos doscientos mil pesos en todo el año, estaban destinados para comprar los PIN de las universidades a las que me iba a presentar. A la Nacional no pasé, mi puntaje no alcanzó el mínimo para ser admitido, tampoco a la Distrital, ni la de la UCMC, ni la de la Pedagógica, y las universidades privadas estaban fuera de mis posibilidades. Un crédito en el ICETEX era inimaginable por dos razones; no teníamos los recursos para pagar la financiación y tampoco contaba con un codeudor que cumpliera con los requisitos. Igual, no me rendí.
Me habían dicho que en el primer semestre del año sería difícil, siempre se inscribían más personas. Así que guardé la ilusión de presentarme a mitad de año… Recuerdo que… Manuel tampoco entró a la nacional, aunque estuvo más cerca que yo porque sus padres le habían pagado cursos para presentarse, sin embargo, él decía que no importaba porque igual podía entrar a una privada. Por el momento yo tenía que trabajar, aunque a diferencia de cuando tenía 14 años, cuando tuve que ausentarme del colegio, la situación colombiana estaba cada vez más difícil, era más complicado conseguir trabajo. Donde había vacantes me decían que tenía que ser mayor de edad y cumpliría los 18 hasta febrero.
Tenía que conseguir trabajo rápido, así fuera algo temporal, para ayudar en casa. Oía a mi papá renegar del gobierno casi a diario; hablaba de que le habían quitado los recargos nocturnos y que ya no le pagaban lo mismo por los dominicales, que para qué lo obligaban a pagar una pensión si con la subidera de semanas de cotización nunca las completaría, además decía que para cuando él tuviera 60 años seguro que la edad pensional estaría como en los 70 o quizá más. Hoy en día el debe tener… si no estoy mal 54 años. Si no hubiera cambiado la edad pensional ya solo le faltarían 6 años para pensionarse, pero, no sabía cuantas semanas llevaba cotizadas en ese entonces.
–No te preocupes hijo. –Recuerdo que me decía mi mamá–. Aunque nos ayudarías mucho si trabajaras, no es tu obligación.
–Pero mamá, –intentaba refutarle–, tengo que al menos aportar para los gastos mientras vuelven a abrir matriculas.
–Por eso Carlitos. –Se limpiaba las manos en su viejo delantal. Sus manos solían oler a veces a cilantro y otras veces a cebolla, pero, siempre eran cálidas y suaves. Recuerdo la sensación, pues cada vez que me veía preocupado, me consentía el rostro para calmarme con su sonrisa amable y llena de amor–. Tu más bien concéntrate en estudiar y veras que la próxima vez si pasas a la universidad. –Siempre creí que así eran todas las madres, llenas de bondad y cariño, que te estrujaban el alma y te hacían sentir cálido. Cuanto la extraño.
–Pero, –le repliqué–, con la situación como esta, papá aún pagando créditos gota a gota y, así tenga tu ayuda, somos seis. Mis hermanos no pueden pasar lo mismo que yo, no pueden dejar el colegio a un lado.
–Lo sabemos Carlitos, estaremos bien. Recuerda que Dios aprieta, pero, nunca ahorca –eso decía ella, cada vez que la situación se complicaba y en cierto modo tenía razón, porque siempre tuvimos un plato de comida servido en la mesa.