Testimonio Relatos de Colombia

MI RECURRENTE PESADILLA

 

 

… (Fecha de la grabación… 3 de julio de 2022. En algún lugar entre El Amazonas y Putumayo, en medio del río. Son las dos y veinte de la madrugada… Las estrellas llenan el cielo envolviendo la intensidad de una luna redonda y grande, la más grande que he visto en toda mi vida. Lo suficientemente grande como para poder ver sus cráteres. Pero, la oscuridad del boscaje se extiende infinita alrededor de nosotros. Escucho el rugido del motor que impulsa la lancha y mueve el agua a su paso. También alcanzo a escuchar el sonido de los grillos que cortejan la fría noche y el ligero movimiento del pastizal con el correr del viento o el paso de algún pequeño animal.) …

… (Acabo de despertar, bañado en sudor y algo agitado. El agua se siente refrescante al bajar por mi garganta, que por alguna razón sentía que se quemaba. Al tiempo, aquellas cicatrices que, casi desvanecidas por completo, marcaban mi piel, ardían como si fueran recientes.

Mi Recurrente Pesadilla que sin duda era la ventana a un recuerdo de cuando tenía 10 años… Salía de mi habitación, algo somnoliento, buscando qué tomar. Vi a mi padre sentado en su sillón, escondiendo su rostro detrás del libro que leía a la tenue luz amarilla de una lampara. Era su rincón para leer, el rincón donde me enseñó a hacerlo también. Lo llamé varias veces, aunque mi voz se escuchaba disfónica. Él levantó su cara por encima del libro y me sonrió, hizo señas para que me acercara, yo hice caso. Me senté en su regazo para que me leyera como solía hacerlo. Pero, al ver su rostro, lo encontré desfigurado y sangrante, sus ojos salían de sus cuencas y había desaparecido una de sus mejillas dejando a la vista su dentadura… Me alejé de él, lo más rápido que pude, llamando a mi madre mientras el lugar se oscurecía y se distorsionaba…

Ella salió de la cocina y todo volvió a la normalidad, su sonrisa, siempre hermosa, me reconfortó. Me sentí aliviado al llegar a sus brazos y volver a sentir su calor. Escuchar su corazón palpitando, lo que consciente y a la vez en mi subconsciente, me recordaba, de alguna manera, el tiempo que estuve en su vientre, una sensación extraña que solía sentir. Su corazón dejó de latir, los brazos que me rodeaban me manchaban en ese tono escarlata y, cuando vi su rostro, su mandíbula lucia desencajada, de su cabeza brotaba sangre y donde debía estar su ojo solo quedaba una mancha negra. El lugar volvía a oscurecerse y distorsionarse en mi intento de salir por la puerta que daba a la calle. De repente, dos grandes luces blancas se acercaban a mi a gran velocidad… para despertarme de un susto.) …

… (Esas luces son las que me llevan al recuerdo, al momento en el que mi corta vida pasó por mis ojos y terminó en la perdida de mi único tesoro, mi familia…

–¿Te ha gustado la obra de teatro? –Preguntó mi padre viéndome por el retrovisor.

Mi madre sonreía mientras se retocaba el labial, mirándose en el pequeño espejo de la visera.

–Si, mucho –contesté sonriendo.

Habíamos visto «Trilogía de la Luna», una obra hecha con sombras que presentaron en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán. Representaban diferentes relatos de tradición oral y cultural de nuestro país. Había quedado fascinado con las figuras.

–Me alegra, amor –dijo mi madre al tiempo que cerraba la visera. Luego giró y me sonrió–. Ahora tenemos que ir a una reunión. Se que no te gusta, pero, tenemos que ir al Baby Shower de tu primita. Ya casi nace.

Yo mostré un rostro resignado. Lo del teatro solo fue por el berrinche que hice en la mañana, ellos decidieron llevarme en un intento de convencerme para ir a esa reunión familiar.

Pero quiero una hamburguesa –dije cruzándome de brazos y recostándome en la silla.

–Claro que sí, hijo. –Escuché a mi padre–. Por favor, ponte el cinturón.

No me gustaba ponérmelo y, sin embargo, el cinturón hacía su clic al engancharse. Papá comenzó a acelerar cuando ya habíamos llegado a la avenida NQS en dirección norte, no le gustaba tomar la avenida Caracas por la cantidad de semáforos que tenían y la posibilidad que nos robaran en uno de ellos. El velocímetro mostraba ochenta kilómetros por hora, yo sentía que iba a la velocidad a la que normalmente íbamos cuando las calles estaban despejadas.

Llegando a la intersección que separaba la salida a la Autopista Norte, mi padre se abrió para tomar el carril que seguía por debajo del puente. Se escuchó el estruendoso pitido de otro carro que, a una velocidad mayor a la de nosotros, nos cerró para poder tomarlo. Mi padre frenó bruscamente para bajar la velocidad y la luz de una moto, que venía detrás de nosotros, se desvió rápidamente. El conductor gritó, yo no entendí que dijo. Mi padre no le prestó atención y siguió conduciendo para subir por la calle 92.

–Esa clase de imbéciles deberían ponerlos tras las rejas –dijo mi padre furioso.

­–Ya cariño. –Mi madre trataba de calmarlo–. No nos paso nada, eso es lo importante. Además, tu siempre vas sobre el limite de velocidad. –

–Si, pero por lo menos yo se de donde vengo y para donde mierda voy. No tengo la necesidad de atravesarme como esos hijos de puta.

–Cariño. Cuida tus palabras frente al niño –replicó mi madre, frunciendo el ceño y mirándolo fijamente.



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En el texto hay: realismo, violencia, colombia

Editado: 18.08.2022

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