Testimonio Relatos de Colombia

SOLO UNA PELÍCULA

 

 

¿Entonces, es eso lo que quieres saber?

… (…) …

Realmente… no te puedo asegurar nada. Para ese momento no tomaba ningún medicamento, sin embargo, con todo lo que ya ha salido a la luz, para mi es difícil no creer en lo que vieron mis ojos o lo que escucharon mis oídos. Mi nombre es Laura Marcela Leal, era una trabajadora en las calles del Santa Fe. Duraba horas de pie buscando clientes, prendía un cigarrillo tras otro para apaciguar el hambre y el frío, esperando a que algún hombre se acercará lo suficiente para preguntar o para que pudiera ofrecerle mis servicios.

La vida como trabajadora sexual no es fácil, no sabes con que loco te puedas topar. Conocí ese mundo desde que nací, pues mi madre, quien también hacia eso, tenía que cargarme a las habitaciones donde iba a satisfacer a los clientes que había agarrado en la calle. Cada noche y cada vez.

­–¿Y… esa… niña? –Dijo aquel borracho que se sentaba en la cama tomando a mi mamá de la mano y señalándome con la que tenía desocupada. Yo tenía 6 años para entonces, en el año 1969.

–Usted no se preocupe por ella –contestó mi madre –. La niña no nos va a molestar. ¡Laura! Mirando hacia la pared, tú ya sabes.

Al escucharla hice caso, me giré inmediatamente para no verlos. Sostenía mi gorila de peluche entre mis brazos y me recosté viendo la pared donde, difuminadas, se veían las sombras de quienes estaban detrás de mí, una sobre la otra… Se repetía esa rutina, de forma similar, cada noche. Yo me tapaba los oídos, para intentar no escuchar los gemidos de mi madre ni las vulgaridades que le decían, hasta que terminaran o me quedara dormida.

… (¿Por qué no…?) …

No la puedo culpar de mantenerme junto a ella, de no enviarme a un jardín o con alguien que me cuidara, no tenía el dinero suficiente. No era ni la más bonita ni la más joven, se tenía que conformar con lo que le ofrecían y, a veces, aquellos hombres la golpeaban para irse sin pagar. Mi madre no estaba bajo la protección de ningún grupo, de ningún proxeneta, estaba sola conmigo.

Ella murió de una sobredosis cuando cumplí 11 años, a mediados de marzo de 1974 un tipo la inyectó con heroína, lo hizo una y otra vez hasta que ella quedó inconsciente. Lo vi por el rabillo del ojo entre mi curiosidad y mi obediencia…

­–¡Oh! –Exclamó el hombre acercándose a mí, su acento me parecía extraño– Así que te da curiosidad saber qué es lo que estaba haciendo con tu mami. –Me agarró del cabello para levantarme–. Pero mira que tu sí eres guapa, me voy a divertir contigo también.

Me aventó hacia la cama, al lado de mi madre, y tumbé una de las lámparas la cual se rompió al golpear el suelo. Yo intenté gritar, pero, me cubrió la boca con una de sus manos. Lo miraba con los ojos empapados de lágrimas mientras me quitaba la ropa.

–¿Qué sucedió acá? –Preguntó una señora al abrir la puerta, estas no las trancaban por si había alguna emergencia.

–Na-na-nada –decía el hombre encima mío–. Solo me divierto con lo que pagué.

La mujer alta y acuerpada recorrió todo el lugar con la mirada; la lampara rota en el suelo, mi madre tirada a un lado de la cama, aquel hombre que me aprisionaba y a mí, con el rostro cubierto en pánico y lágrimas.

–¡Auxilio! –Gritó– ¡Vengan!¡Auxilio, este hombre no quiere pagar!

Me sorprendí al escucharla mentir.

Se escucharon pasos desde todas las direcciones y aquella mujer entró a la habitación para sacar al hombre con golpes en la cabeza, afuera se oyó el abucheo.

–Amor –me dijo la señora­–. ¿Te encuentras bien? ¿Te alcanzó a lastimar? –Me cuestionaba mientras me revisaba por todo lado, yo estaba bien, no había alcanzado a hacer nada. –Al parecer lo estas. ¿Ella es tu mamá?

Asentí con la cabeza y la señora la revisó por encima.

La piel de mi madre estaba pálida, sus venas se habían azulado y sus labios estaban morados. La señora comprobó el latido de su corazón, me miró con tristeza y dijo que lo lamentaba, pero, que estaba muerta. Mi madre me tuvo a mí para acompañarla. Después de eso, yo pensé que había quedado sola. La señora me acogió, me cuidó y con el paso del tiempo le comencé a decir cómo le decían otras muchachas, “Mamá”, pero en realidad se llamaba Maritza. Dos hombres que hablaron con ella se ocuparon del cuerpo de mi madre y no supe nada más de ella…

Las noches fueron difíciles para mi después de eso, las sombras pasaban de un lado a otro mientras intentaba dormir en la cama que compartía con otra chica, las voces se volvían tormentosas a pesar de que no hubiera nadie que pronunciara una palabra. Los fuertes sonidos, como los disparos en la calle, me sobresaltaban, lo que no me permitía conciliar el sueño nuevamente… Me tuve que habituar. En el día todo era diferente, las muchachas que trabajaban allí me sonreían y me cuidaban. Tanto Maritza como Sandra, una mujer de 23 años, me enseñaron algunas cosas básicas de matemáticas y también a leer y escribir.

­–Tendrás que trabajar –dijo aquella mujer cuando cumplí 14 años.

–Pero, ¿qué puedo hacer, Mamá?

–Eres muy linda, seguramente conseguirás muchos hombres –dijo sonriéndome.

–Pero… –dudé recordando lo que había pasado.



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En el texto hay: realismo, violencia, colombia

Editado: 18.08.2022

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