Testimonio Relatos de Colombia

ENTRE LA OSCURIDAD

 

 

No entiendes cuanto tiempo he querido escapar de este maldito sitio. Condenado a quince años a estar encerrado acá y ahora lo estoy por toda la eternidad. Llegué a preferir estar muerto como dice en ese estúpido letrero, «Es preferible que me muerda una serpiente, que pasar un minuto más en este lugar». Pero, no sabía que en la muerte seguiría sufriendo. Soy Luis Guillermo Becerra Méndez y, a diferencia de ti, no llegué aquí por diversión, lo podrás notar.

Los guardias hacían de custodios mientras subíamos a los botes que nos traerían. Íbamos encadenados los unos con los otros mientras nos amenazaban con el fusil cargado y listo para disparar, sabíamos que tenían la orden de volarnos la cabeza si llegábamos a cometer alguna idiotez. Saltar del barco y nadar hasta el continente era otra opción inviable, el peso de las cadenas nos arrastraría a la profundidad, sin contar con todo aquello que esperaba por nosotros bajo el agua.

Entonces, la tercera opción era la menos peor, enfrentarnos a lo que nos aguardaba en la isla, esperando que todas esas historias solo fueran una vulgar mentira para que nos cagáramos en los pantalones si nuestros nombres aparecían en la lista de aquellos que no volvíamos.

… (…) …

Te preguntaras que mierda hice para que mi nombre calara en esa puta lista. Bueno, yo maté a dos policías. Te aclaro que no lo hice por gusto, ni lo disfruté haciéndolo. Más bien, fue en defensa… más o menos. Era nuestro cuarto encargo, el más complejo y peligroso que hacíamos. Ya habíamos robado en una tienda, una vivienda y una casa de empeño donde robamos varias esmeraldas y otras joyas. Pero, ese último encargo era a un banco en el que entraríamos a mano armada, amenazaríamos a quienes se encontraran dentro para tomar sus pertenencias y nos escabulliríamos antes de que la policía llegara.

El guardia que estaba de turno, al ver nuestras armas, no dudo en desenfundar la suya.

–Mano –dijo Beto, uno de mis compadres, mientras le apuntaba el guardia–, usted manténgase tranquilo y nada malo va a suceder.

El guardia paso saliva forzosamente. El sudor le recorría la frente y caía en gordas gotas desde las mejillas y la nariz. Su arma temblaba a pesar de que la sostenía con ambas manos.

–Baje el arma –tomé la palabra– y todos ganamos; usted seguirá vivo, nosotros saldremos con buen dinero y el banco le cobrara al seguro. Así que baje el arma.

–Ese loco no nos va a dejar ir –comentó Leo, quien afanado miraba para todos lados si no venía los policías mientras sostenía celosamente la bolsa llena de dinero.

–Leo, cálmese –le contesté–. Si los tambos estuvieran cerca escucharíamos las sirenas. Más bie…

El guardia había disparado. Como aún le temblaba las manos, el tiro dio contra un tablero detrás de nosotros. Seguido a eso, Beto no lo pensó dos veces y también disparó al guardia, quien recibió dos impactos en el pecho y uno en la parte izquierda del cuello, la sangran no paraba de salir mientras el pobre diablo se desangraba, desplomándose con la mano en el cuello.

–¿Qué putas hiciste, Beto? –Lo cuestioné angustiado, me golpeaba la cabeza sosteniendo una de las bolsas y mi arma–. ¿Qué carajo estabas pensando? ¿Qué mierdas pasó por tu jodida cabeza?

Las personas gritaban dentro del lugar y las sirenas se comenzaban a escuchar a lo lejos. Yo intentaba calmarme y solucionar lo que había pasado.

–¿Qué vamos a hacer, Guille? –Me preguntaba Leo, me miraba con esos ojos llenos de pánico.

–Busca algo para evitar que se desangre –le dije en un estúpido intento de mantenerlo con vida.

Leo comenzó a recorrer el lugar buscando el botiquín. Beto estaba pasmado en su lugar mirando el arma en sus manos, era la primera vez que mataba a alguien, sus ojos estaban llenos de angustia.

Salgan con las manos en alto. –Escuchamos que decían desde afuera.

Me acerqué despacio a la ventana. Los carros ya estaban parqueados frente al banco, los policías se bajaban y se acercaban empuñando sus armas. Leo traía consigo una caja roja y se apuraba a atender a quien ya estaba muerto.

–¡Alto ahí y no se muevan! –Entraron dos policías gritando. Vieron que el guardia estaba muerto en un charco de sangre y que Leo estaba sobre este tratando de hacer presión sobre la herida del cuello. Dispararon contra él, uno lo recibió por debajo del hombro y el otro en la cabeza, el cual había sido definitivo.

Beto reacciono saliendo de su trance al escucharlos. Viendo que apuntaban sus armas no dudo en hacer lo mismo con la suya, pero, antes de que pudieran oprimir el gatillo, recibió un disparo en la mano y otro en el abdomen que hizo que se encogiera. Cuando levantó la cabeza para mirar a los tipos, recibió el tiro de gracia en la cabeza.

Yo solo había gritado un largo «Nooooo» durante toda la escena y los policías se giraron rápidamente para apuntarme. Me lancé al suelo para evitar los disparos, lo había logrado a tiempo, y desde allí descargué mi arma contra esos dos. Seis veces accioné el gatillo, seis veces sonó el arma y, como si fuera “suerte”, los seis tiros dieron en sus objetivos; cuatro en el que estaba más cercano y dos al que estaba detrás, haciéndolos caer al instante. Pero, yo también había recibido un disparo entre mis costillas izquierdas. Viendo la sangre correr desde mi costado, puse mi mano sobre la herida mientras jadeaba como si me faltara el aire. Levanté mi mano para ver mi propia sangre mientras cerraba los ojos. Pensé que me estaba yendo y sonreí ante esa posibilidad.



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En el texto hay: realismo, violencia, colombia

Editado: 18.08.2022

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