Testimonio Relatos de Colombia

QUEMABA MI CORAZÓN

 

 

¿Tú me puedes ver?

… (…) …

¿No te doy miedo?

… (…) …

Eres la persona más extraña que ha subido hasta acá. Muchos llegan y se congelan de miedo cuando nos acercamos. Se nos quedan viendo fijamente a través de las ventanas y solo deciden moverse cuando nos vamos, aunque no estoy segura que nos puedan ver. Yo me he quedado observándolos. Nosotros no les hacemos daño porque nos hace felices que nos traigan dulces.

… (¿Cómo te llamas?) …

Me llamo María Isabel y tengo ocho años. Mi color favorito es el amarillo y me encantan comer dulces. Mis favoritos son los chocolates… ¿Tienes uno?

… (…) …

Gracias.

… (¿Sabes por qué vienen tantas personas a visitarlos?) …

… (…) …

… (¿Qué les pasó?) …

… (…) …

… (¿Cómo mu…?) …

Yo viví acá hace mucho tiempo. Sin mamá, sin papá, sin hermanos y sin familia. No sé quién me dejó, solo recuerdo una extraña sombra que golpeó tres veces en la extraña puerta y luego, antes de que abrieran, se marchó sin más.

–Será muy difícil vivir contigo –fue lo último que dijo antes de desaparecer.

Me quedé esperando allí unos minutos antes que abrieran la puerta que se alcanzaba a ver a lo lejos y las nubes comenzaban a cubrir la el pedacito de luna que había. La persona que había salido se quedó unos segundos observándome desde donde estaba, entró y volvió a salir caminado de forma rápida.

–¿Qué haces aquí, niña? –Preguntó mientras miraba de lado a lado y abría la reja.

Yo encogí mis hombros en forma de respuesta.

–Bueno, no importa. Solo entra rápido, niña.

Hice lo que me dijo y cerró la reja con afán. Caminó por frente mío y la seguí. Ella miraba hacia atrás, por encima de mí, a cada paso y hasta llegar a la puerta. Me hizo entrar rápidamente y cerró la puerta poniendo cada seguro y pasador de esta. Las luces amarillas alumbraban escasamente los pasillos del lugar. A mi derecha un pequeño espacio con una piscina de pelotas casi desocupada y un pequeño rodadero. Por el otro lado, el pasillo se extendía hasta una puerta corrediza de metal con una pequeña ventana, la cual daba a una cocina, y a lo largo de estas varias puertas de madera, que eran diferentes salones.

Antes de llegar a la cocina, había una escalera, esta al verla de noche y por primera vez me pareció que daba al abismo por la oscuridad que se abría ante mis ojos. Solo era cuestión de prender la luz para ver como esta subía en espiral hasta el segundo piso y desde allí seguía a un tercer piso. En el segundo una reja, la cual chillaba al ser abierta, separaba la oscuridad que quedaba bajando las escaleras de otro corredor con seis puertas. Dos de ellas era el baño de niños y de niñas.

–Melisa –dijo la señora–. Me llamo Melisa Contreras. Pero me puedes decir señora o directora.

–¿Mamá? –Pregunté nerviosa.

–Si quieres decirme Melisa a secas, te lo acepto. De cualquier forma, menos “Mamá”. ¿Cómo te llamas?

Pensé por unos segundos y luego contesté mientras ella posaba su mano en una de las perillas–. María Isabel.

–¿Isabel… qué?

Levanté mis hombros y sonreí levemente.

–Bueno –dijo mientras abría la puerta–, la mayoría no tiene apellido y varios llegaron hasta sin un nombre.

Prendió la luz que tenuemente cubrió el lugar. Allí había tres camarotes de madera y una cama normal donde dos niñas se protegían de la luz con la cobija. Desde las camas de arriba, los ojos curiosos se asomaban y en la pared una entrada que daba a la otra habitación.

La señora se acercó al armario que estaba a un lado de la puerta, tomó un camisón y me lo pasó.

–Puedes usar esto por esta noche para dormir y te puedes acomodar ahí –comentó señalándome la cama de debajo de uno de los camarotes.

–Gracias –contesté.

La señora me sonrió y salió de la habitación apagando la luz y cerrando la puerta tras ella.

La oscuridad envolvió el lugar antes que mis ojos comenzaran a acostumbrase y darme señales de lo que había en el lugar. Me quité la ropa que tenía puesta. Deje mi ropa a un lado de la cama antes de ponerme el suave camisón y acostarme. Las niñas de la cama normal susurraban y la que estaba en la cama arriba de mi se reía intentando hacer el menor ruido posible. Me acomodé en la cama y me arropé para terminar dando vueltas allí sin poder dormir. Recordaba el calor que me daba mi mamá y mi papá cuando dormía en medio de los dos. Y me moví hasta que el cansancio me venció…

La luz del sol se coló por la ventana atormentándome hasta hacerme levantar. Mi cama se sentía húmeda y toqué el colchón y las cobijas para darme cuenta que estaba mojado. Mi rostro se enrojeció y escuché las risas de las otras niñas que guardaron silencio cuando la señora volvió a entrar.

–Buenos días, niñas –saludó la señora y unas se formaron al lado de sus camas y otras en la entrada de la otra habitación antes de contestar al unísono.



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En el texto hay: realismo, violencia, colombia

Editado: 18.08.2022

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