Tomé su mano y la puse sobre mi pecho con delicadeza.
— ¿Sientes eso?
Ella me miró confundida y negó con la cabeza.
— Los latidos de mi corazón, es como si tú controlaras su ritmo, dependen de tu cercanía, y de lo que hagas.
Sonrío suavemente, y acercó su rostro al mío.
— Yo no controlo los latidos de tu corazón — se quedó callada y yo me perdí mirando sus ojos claros — pero me gusta imaginar que sí.
Sonrió coquetamente y acarició mis labios con suavidad.
Quería decirle tantas cosas; quería decirle cuánto la amaba y lo feliz que me hacía tenerla conmigo, pero antes de poder decir una palabra, pasó sus manos por encima de mi cuello y se acercó mucho más a mí.
Su respiración era sutil y cálida, su aroma era dulce, su cuerpo estaba tan cerca del mío que pude notar sus pequeñas pecas y la diferencia de estatura que teníamos.
Sus labios eran rosados y ahora estaban cubiertos por una capa de brillo que no hacía más que resaltar su belleza.
Me quedé mirando sus labios, ella miró los míos...
Y entonces me besó...