En el vasto firmamento, más allá de las estrellas y galaxias, el Reino Celestial resplandecía con luz dorada y pura. Torres de mármol blanco se alzaban sobre nubes etéreas, y ríos de luz recorrían los caminos celestiales. Dios y Jesús observaban la Tierra desde un mirador divino, rodeados de ángeles cuyas alas resplandecían con matices dorados y plateados.
El arcángel Miguel apareció ante ellos, con su armadura reluciente y su espada sagrada envainada a su costado. Sus ojos celestes brillaban con determinación mientras se arrodillaba con respeto.
—Las espadas están listas, Señor. Pero... ¿tienes en mente a los elegidos para esta misión tan importante? —preguntó Miguel, con curiosidad.
Jesús, con su túnica blanca ondeando con la brisa celestial, sonrió levemente sin apartar la vista del mundo terrenal.
—Tranquilo, Miguel. Ya sé quiénes serán. Solo es cuestión de tiempo —respondió con serenidad.
Lima, Perú – Distrito de San Miguel
Bajo un cielo gris y nublado, la ciudad despertaba con el bullicio del tráfico y la prisa de sus habitantes. Los buses y taxis llenaban las calles, los comerciantes abrían sus puestos y los escolares recorrían las avenidas para llegar a sus colegios.
Entre ellos, un joven de 17 años corría a toda velocidad por la avenida Universitaria, esquivando peatones y sorteando charcos dejados por la reciente llovizna. Su respiración agitada y las gotas de sudor en su frente evidenciaban el esfuerzo por no llegar tarde.
Se llamaba Ruwi Atilano Bonillas Sánchez. Tenía cabello y ojos negros, piel trigueña y un cuerpo delgado, con una altura de 1,56 metros. Su uniforme escolar consistía en un polo blanco con el logo del colegio, pantalón azul y zapatillas deportivas gastadas por el uso.
Al llegar a las puertas del colegio "María Guadalupe", cruzó la entrada justo cuando el timbre sonaba.
—¡Vaya! Pareces que acabas de correr una maratón —dijo una voz amistosa.
Era Daniel, su mejor amigo desde la infancia. De complexión robusta y 1,68 metros de altura, tenía el cabello corto y alborotado. Vestía el mismo uniforme que Ruwi y llevaba su mochila colgada de un solo hombro.
—No es gracioso, corrí como 20 cuadras para llegar. ¡Vamos, entremos antes que la profe nos regañe!—contestó Ruwi, recuperando el aliento
Antes de que pudieran moverse, una figura menuda apareció con expresión molesta. Era Rosenda, la novia de Daniel y amiga cercana de ambos. Medía 1,49 metros y tenía el cabello negro recogido con un moño rojo. Llevaba un polo con un corazón en el centro, una falda negra y zapatillas rosadas.
—¿Dónde estaban? ¡Los busqué por todo el colegio! —dijo cruzándose de brazos.
—Lo de siempre: Ruwi llegó a las justas —respondió Daniel, encogiéndose de hombros.
Los tres amigos se dirigieron al aula, donde el bullicio de los alumnos era evidente. Algunos conversaban animadamente, otros revisaban sus apuntes apresurados. El aire olía a lápices de colores y papel recién impreso.
La profesora entró con pasos firmes, y el aula se sumió en silencio al instante. A su lado, una chica nueva miraba a los alumnos con una sonrisa serena.
—Silencio, por favor. Les presento a su nueva compañera, Camila Rojas González —anunció la profesora.
Camila tenía un aire delicado y elegante. Su cabello castaño caía en ondas suaves hasta la cintura, sus ojos marrones reflejaban dulzura y determinación. Vestía un polo azul, falda celeste y zapatillas blancas con detalles amarillos.
Ruwi sintió que su corazón se aceleraba. Sus mejillas ardieron de inmediato cuando sus ojos se encontraron con los de Camila.
Ella notó su reacción y sonrió. Con pasos gráciles, se acercó al asiento vacío junto a él.
—Hola, soy Camila Rojas González —se presentó con voz melodiosa.
—Yo... yo soy Ruwi Atilano Bonillas Sánchez —respondió él, nervioso y evitando su mirada.
Camila rió suavemente. Su risa era como el tintineo de campanas, ligera y encantadora.
Mientras tanto, en la última fila, Daniel susurró a Rosenda:
—Parece que Ruwi se ha enamorado.
—No te burles —replicó Rosenda—. Solo está nervioso porque la chica es linda.
Las clases transcurrieron con normalidad, aunque Ruwi apenas podía concentrarse. Cuando llegó la hora de salida, se despidió de sus amigos y caminó de regreso a casa.
Su hogar era una casa modesta, con paredes de cemento y un techo de calamina. Al abrir la puerta, fue recibido por su tía Liz Gutiérrez, una mujer de semblante cansado pero amable, que lo cuidaba desde el trágico accidente en el que perdió a sus padres.
—Bienvenido, Ruwi. ¿Cómo te fue en el colegio? —preguntó con una sonrisa mientras doblaba ropa en el sofá.
—Bien, tía. Voy a preparar la comida —respondió él.
Cocinó su plato favorito: tallarines rojos. El aroma del tomate y la carne sazonada llenó la casa. Después de comer, hizo sus tareas hasta que el sueño lo venció.
El sueño de Ruwi:
Se encontró en un vasto jardín de ensueño, donde flores de todos los colores cubrían el suelo como un tapiz. Rosas, girasoles y violetas exhalaban un perfume embriagador. Un riachuelo cristalino serpenteaba entre colinas cubiertas de césped esmeralda.
Ruwi vio a Daniel y Rosenda caminando entre las flores.
—¿Daniel? ¿Rosenda? ¿Qué hacen en mi sueño? —preguntó, extrañado.
—No lo sé, me dormí y aparecí aquí —dijo Daniel, inspeccionando una rosa.
—Yo también... —añadió Rosenda, confundida.
Entonces, Camila apareció a lo lejos.
—¿Eh? ¿Cómo llegué aquí? —murmuró, mirando el paisaje con asombro.
De repente, una luz intensa descendió sobre ellos. Su resplandor dorado era tan fuerte que tuvieron que cubrirse los ojos.
—No tengan miedo —dijo una voz celestial—. Ustedes son mis elegidos para combatir a los demonios.
Cuatro espadas surgieron de la luz, flotando en el aire. Sus hojas eran como alas de ángel, brillantes y afiladas.
Editado: 31.03.2025