Jesús sonrió al ver a sus seguidores, ataviados con sus armaduras angelicales. La luz dorada del cielo se reflejaba en sus relucientes corazas, dándoles un aura celestial. La brisa era cálida y suave, acariciando sus rostros con la paz del reino divino.
—Creo que necesitan unos maestros —dijo, abriendo una puerta resplandeciente con una amplia sonrisa antes de desvanecerse entre las nubes.
Los elegidos contemplaron la escena con asombro. Detrás de la puerta, una luz cálida y envolvente iluminó dos figuras familiares: Liz, la tía de Ruwi, y César, un antiguo amigo de la familia. Ambos se encontraban de pie en el umbral, sus rostros reflejando sabiduría y una tristeza oculta por los años de lucha.
Jesús los presentó con voz solemne:
—Ellos los ayudarán en su misión. — Explico Jesús
Liz avanzó primero. Su túnica blanca ondeaba suavemente, y sus ojos, llenos de ternura, se posaron en Ruwi. Se acercó y lo envolvió en un abrazo cálido, impregnado de un amor maternal.
—Siempre supe que serías especial —susurró, su voz temblando con emoción.
Pero antes de que la emoción pudiera apoderarse del momento, César, con su expresión seria y su porte firme, posó una mano en el hombro de Liz. Su capa oscura, rasgada por las batallas, ondeó levemente cuando habló.
—Liz, necesitamos hablar con Ruwi a solas —dijo con gravedad.
Sin discutir, guiaron a Ruwi hacia su habitación. Al cruzar la puerta, la atmósfera cambió. La luz cálida del salón quedó atrás, y el aire dentro de la habitación se sentía más denso, cargado de recuerdos y secretos que estaban a punto de ser revelados. La luna se filtraba por la ventana, proyectando sombras alargadas sobre la cama donde Ruwi se sentó, sintiendo la inquietud crecer en su pecho.
—¿Qué sucede? ¿Por qué están tan serios? —preguntó, su voz reflejando un leve temblor.
César se inclinó hacia él, su mirada grave como un cielo previo a la tormenta.
—Ruwi, lo que voy a decirte es importante. En la época de tus padres, ellos fueron enviados, al igual que tú y tus amigos. Yo luché a su lado, fuimos hermanos de batalla. Pero… uno de mis antiguos amigos cayó en la oscuridad. Ishnofel… él fue quien asesinó a tu padre y a tu madre.—hizo una pausa, cerrando los ojos como si reviviera una pesadilla
El aire pareció detenerse. Ruwi sintió como si el suelo bajo sus pies se desmoronara. Su pecho se oprimió mientras su mente procesaba la verdad.
—Intentaron
enfrenté a él y logré herirlo, pero escapó de mis manos. Fue Liz quien te protegió cuando yo no pude. —continuó César, su voz pesada como el hierro
Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Ruwi. Toda su vida había creído que sus padres murieron en un accidente, pero la verdad era mucho más dolorosa. Liz, al ver su sufrimiento, lo estrechó en un abrazo cálido, dejando que su amor intentara aliviar su dolor.
—Querido, sé que esto es difícil, pero era necesario que lo supieras —susurró, acariciándole la espalda con suavidad.
Entre lágrimas y con una nueva determinación en el pecho, Ruwi los abrazó con fuerza.
—Gracias por decírmelo. Al menos sé que murieron defendiendo lo que amaban. Estoy orgulloso de ellos —dijo con firmeza.
Con renovada convicción, se levantó y fue a buscar a sus amigos. En la sala, la chimenea proyectaba sombras danzantes en las paredes de piedra. Daniel y Rosenda intentaban consolar a Camila, quien, envuelta en una manta, sollozaba en silencio.
Ruwi se acercó y posó una mano en su hombro con ternura.
—Camila, estoy seguro de que estarían orgullosos de ti por la misión que vamos a cumplir —dijo con suavidad, acariciando su cabello.
Daniel esbozó una sonrisa sincera abrazando a Camila
—Estamos aquí para apoyarte, amiga. — Dijo Daniel acariciando la espalda de ella
—¡Nunca estarás sola! —exclamó Rosenda con energía, intentando levantar el ánimo del grupo.
Los tres amigos se abrazaron con fuerza, compartiendo el dolor, pero también su promesa de seguir adelante juntos. Desde la distancia, Liz y César observaban a los nuevos elegidos. Liz tenía los ojos húmedos, pero llenos de orgullo, mientras que César, con los brazos cruzados y la mirada dura, se sentía, por primera vez en mucho tiempo, parte de algo otra vez.
Él, junto con Liz, Eliana y José, alguna vez fueron los elegidos. Pero la muerte de la pareja dejó a César con una herida que nunca cerró. Se alejó de Liz, incapaz de enfrentar su fracaso. Ahora, sin embargo, Jesús le había dado otra oportunidad.
Pero mientras la esperanza crecía en la casa de Ruwi, lejos de allí, en un rincón oscuro del plano espiritual, Ishnofel se movía entre las sombras. Sus alas ennegrecidas se expandieron con elegancia macabra, y sus ojos, como brasas ardientes, brillaban con una siniestra expectación.
Desde lo alto de una colina, observó la casa de Ruwi.
—Pronto nos volveremos a ver —susurró, con una sonrisa torcida, antes de desvanecerse en la penumbra.
Editado: 27.03.2025